Rojas las rosas con tallos y hojas negras, enormes. Cubrían el piso de madera apolillada, competencia desleal en un barrio de pisos con losetas y pequeños burgueses antillanos; embadurnadas con aceite, servían de pista de carrera al trapo que las frotaba, cuando mi hermana me ponía pantalones viejos, me agarraba por los pies y luego me arrastraba por el piso, brillaba todo el linóleo y sus rosas.
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