La puerta se abrió sola. No había nadie en la habitación. Nadie. Vacía. Completamente vacía.
El Atlántico sur es más violento -no por su fuerza, no por su volumen-, por su soledad. Nunca relaja a quien lo observa. Engaña.
Caminé muchas millas para llegar allí, y una vez frente a la casa de playa no encontré lo prometido. La lista de huéspedes pegada a la puerta de entrada no incluía mi nombre.
Regresé al mar.
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