Era rubio, como muchos sambos o jabaos, y se creía blanco, con estatus superior sobre los indios y los negros. Hasta que fue al sur de los EEUU y allí sus labios gruesos, nariz pronunciada, ojos amarillentos lo colocaban entre los "high yellow". Lo demás, de esperarse: no se enteraba, no quería, no podía. El Síndrome de Estocolmo no se lo permitía: es que los gringos no conocen a Latinoamérica.
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