Desde Lima llegó el poeta, me deprimió tanto que logró dejarme saber "lo bien que yo estaba", pude, entonces, gozarme al narrador irreverente, descarado, sinvergüenza, malpensado y sodomita colombiano, "descubrir que la jodedera no es un mal ni que el pecado existe", en camino a conocer al paraguayo cuyas narrativas paralelas se cruzaron en un momento, mostraron a un contador de cuentos perdido en su propio relato, en busca de presas fáciles, "entregándome en cuerpo y alma", hasta que una vez fuera del mismo, conozco al último -por ahora- Vallejo: un albañil brasileño que dibuja espirales sobre el concreto.
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