It was one of the many small circle of friends’ meetings where we would talk and remember the friend, the loved one not longer with us. As we shared our own memories, the lover cried. No one in the group went over and tried to console him; none of us were one those characters who in moments like that might use the opportunity to take center stage. It was his pain and separation, and only his. There were times when Mark Doty was quoted. He had written about similar gatherings and had lost his lover of many years, "I remember thinking it didn't matter which of us it was, that his news was mine."
Monday, October 19, 2020
Thursday, October 15, 2020
ON THE BEARABLE LIGHTNESS OF BEING WITH LOUISE GLUCK AND A BARRILITO
It is how I feel when I read Louise Gluck’s poetry, a constant sensation of a very light discomfort that never leads into a clarification, as to why is there under my skin. It never bursts, blocking me from exploring the poet’s work impact on my psyche, but bringing me to my Cd player, to play Fado music. I rather read a Romantic who painfully and grandiloquently describes how the rupture with his lover led him to the garden, get a rose, pinching himself with a thorn and bleeding to death, surrounded by flowers in the outskirts of industrial Hannover.
My body can be quite clear when talking to me. It can spend just one minute, an hour or a day, year, decade searching for an answer. How it looks for responses seems to depend on my mind, which in itself is driven by an inner power that I cannot call with no other name but spirit. Then the body knows. It talks to me, getting help from a drink: a shot of a 25 year old Barrilito given to me as a present by my neighbor. My palate leads me to know the quality of the aged spirit of the rum, to wonder about the sugar cane that began to give form to it.
My body talks to me talking to itself, saying I am hungry, in love, full of hate and, at times, it goes into clear and no-nonsense words, “You already had three shots, dizzy, stop drinking, and go to bed.” Aged spirits are much easier to handle than younger ones. They are firm, strong tight masses, full of aromas that bring so many levels of sensations and words and joy, pure joy, clear sense of purpose, things that Gluck’s poetry seem to lack.
Wednesday, October 14, 2020
SI LA VISTA FUESE SUFICIENTE
Si la vista fuese suficiente, no necesitaríamos las palabras, el cantar de un gallo, el arrullo, el consuelo de una brisa, o la fría noche en tus brazos, besos, al mirar en la distancia, podríamos alcanzar a vernos la nuca.
Monday, October 12, 2020
LIMOGES EN SANTURCE
La invitación era para cócteles a las siete, cena a las nueve, luego ir a uno de los bares en uno de los hoteles del Condado a tomar más licor, para terminar en uno de los bares gays de Santurce. Llegué a las siete y treinta, no quería dar las impresión de que estaba emocionado o súper impresionado con el que me hubiesen invitado a salir con un grupo tan chic. Esa fue la palabra que usó Tuto para describirlos: "chic". “Son bien chic”. Como lo dijo tan serio, no sé si fue en tono de burla o que verdaderamente creía que así eran los demás invitados.
Cuando llegué, Tuto todavía no estaba allí. Me lo temía. Además de que era un cínico empedernido, disfrutaba de la jodedera y los buenos vinos, pero no de los formalismos. No era de dudar de que ni se apareciese por la muy elegante cena o de que andaba por los cafetines de la Placita de Mercado de Santurce. No era la primera ni la última vez que lo hacía, dejar plantada a la gente para irse a beber a los bares de cualquier barrio popular. En uno de esos bares fue que lo conocí. El grupo chic lo seguía invitando por los vínculos escolares y sociales que los unían: se crió en el mismo sector clases medias, y estudió en el mismo colegio donde fueron educados los anfitriones.
Saludé con entereza, apreté fuertemente la mano de cada uno de los otros invitados, sonreí, y con un “sí, sí” estuve de acuerdo que era amigo de Tuto. Acepté una copa de vino blanco, y no más ya estaba relajado y sintiéndome cómodo en el muy elegantemente decorado apartamento, abrí los ojos, algo soprendido, cuando vi que uno de los invitados apuntaba con su dedo, al tener de frente la bandeja de porcelana donde traían los entremeses, y decía con un leve gritito y respiración ahogada, estirando la o: “Limooges”.
“Qué carajo hago yo aquí”: me pregunté. Mis platos no son parte de un juego, no tienen procedencia ni nomenclatura. Los compré en quincallas, pulgueros; otros son heredados o regalados. Nada cuadra en mi casa y mi vida está completamente falta de abolengo, apellidos históricos, colegios de renombre y vacaciones con mis padres en Europa. El relajamiento duró muy poco. Peor todavía, como soy algo torpe, temía que pudiese romper un plato.
Tuto nunca llegó. Saqué mis mejores modales, cené, comparti la sobremesa, ofrecí alguna razón para excusarme y no poder acompañarlos por la vida nocturna de Santurce, y salí como alma que lleva el diablo. Me sentí libre al poder abandonar aquel grupo de maricas estreñidas por la historia, y me fui hasta la Placita de Santurce, al cafetín donde sabía que iba a encontrar al sinvergüenza de mi amigo del alma. Cuando me vio llegar azorado, con mirada de “yo te mato”, el muy, pero que muy maricón malicioso -y lo mucho que lo quería- echó una carcajada y preguntó: "¿Cómo te fue”?”.
(Este relato está dedicado a mi querido amigo, J. Batlle, QEPD, quien disfrutaba de la versión original, la real, de burlarse de los gays "falsos burgueses", de exagerar la o del Limoooges, y de los cafetines de Santurce. Es la cuarta versión del mismo como parte de mi intención de presentar mis escritos "en proceso" que sirvan para evidenciar mis teorías sobre blogueros, inluidas en este blog. )
Friday, October 9, 2020
QUÉ HACER FRENTE AL CHICO AFEMINADO O LA NENA MACHÚA
La joven maestra se acercó a mi oficina y con la sinceridad que pocos tienen en situaciones donde hay que aceptar los prejuicios, abrirse sin tapujos, contó casi avergonzada, adolorida, por qué sentía una ira enorme cuando tenía que trabajar con el chico, su estudiante en escuela primaria, que era bien afeminado. No era la única ni la última, ni la rabia hacia el otro se limita a los que la sienten frente a los chicos cuyos gestos no responden a los del "macho estereotipado" o las niñas poco femeninas. Incluye a cómo tratamos a los de otro color de piel o etnia o religión, y hasta dentro de un mismo pueblo o grupo, a los que pertenecen a otras clases sociales, económicas. Qué mucho gay o heterosexual se cree que flota sobre los demás por asuntos de estatus, de la percepción del "yo desasociado".
Frente a las dos situaciones como aquellas que mi estudiante de maestría y maestra de primaria -yo para nada era o soy buen terapeuta- presentó, tuve que separarme (después de todo mi vida en el CCNY no era una camino de rosas), y bosquejar mi respuesta: primero, ella y su reacción visceral; segundo el chico. Decidí empezar con los sentimientos de ella, aunque destructivos, no se podía negar su existencia. Hablamos un rato sobre la historia de los hombres y mujeres homosexuales y cómo eran usados y maltrados, sin muchos saber verdaderamente lo que causaba la homosexualidad o intersexualidad, y cuán peor era para los que lucían -aunque no fuesen homosexuales, como lo era su estudiante, afeminados o masculinas. Ella era también víctima de la historia. Luego, sobre el niño y lo que él tenía que vivir todos los días, sin poder articular las vivencias, sensaciones, visión de su diario existir. Algo consolada, dijo que le parecía que la madre lo trataba bien y no era afectada por el “afeminaniento” del hijo.
No todas las madres o padres o maestros responden con respeto y amor hacia los hijos o hijas que no cumplen con las “normas” que la sociedad formula y organiza en distintos contextos o en cada momento de la historia, ni tratan de educarse sobre el tema. Conozco suficientes casos para armar todo un texto, algunos personales, otros contados por amigos y estudiantes, además de los que son discutidos en la literatura. Los suicidios no dejan de aparecer en los diarios. En CCNY tenía una compañera típica católica pequeño burguesa liberal que, de vez en cuando, entraba a mi oficina y me decía que no hablara sobre mi homosexualidad. Si lo hacía era como parte de los contenidos en los cursos. Y no eran los años cincuenta. Eran los ochenta, después de yo haber pasado años en terapia, estudiar y leer extensamente sobre el asunto y participado en activismo político “pos-Stonewall”. Por suerte, tenía otros compañeros que no eran víctimas de la ignoracia ni usaban mi cuerpo para protegerse ellos. La maestra, la madre, el padre, el hermano mayor que reacciona con ira y violencia frente al niño afeminado o niña masculina, dicen más de ellos que de los que a temprana edad viven rodeados de tanta crueldad e ignorancia.
Wednesday, October 7, 2020
THEATER OF THE GROTESQUE IN ARIEL’S APARTMENT
The apartment was in itself an art piece, a very personal one; not a copy of a Mondrian or the latest fashionable architect, much less a furniture store showroom. As one walked into the foyer there was a big copy of a Mapplerthope photo, an imposing portrait of a black man, standing guard, watching the visitor. The print was hung over the shelves, holding his always on music equipment. He loved disco music. The foyer led the visitor into a two level living room, typical of the 1940’s building. He built a platform next to the spacious windows where he had a small table and two chairs, facing the notorious and iconic Chelsea Hotel. For a few years, the Living Theater troupe had its headquarters there and often we were entertained by their street performances; few of them intended to represent life as a dreamy fairy tale. After Guillermo’s death, his lover -an architect- of many years, he changed the place, and with the exception of two or three Ikea pieces, he built the rest of the furniture. Two of his big canvas, recreating the universe, hung on the living room walls. The place was comfortable, inviting to observe it and relax, until the false sense of peace was shaken. He placed around different corners, angles, a wall here and there, underneath a chair, crawling into a lamp, plastic copies of insects, a roach or a beetle, a small line of ants; and in the bathroom, next to the sink and on top of the toothbrush and paste cup, a case holding an extensive set of different types of teeth he had gotten from the dentist who had an office in the first floor of the elegant and period piece building. After Guillermo’s death he rarely invited people, but it was always a great pleasure to see their reactions when they realize (conscious or not) they were on stage with the Theater of the Grotesque.