Sunday, December 23, 2012

Comemierdas


- Lleguéeee - gritó con una sonrisa que mostraba la peinilla de blancos dientes y revelaba su perdsonalidad sandunguera.  A rajatabla saludó al grupo de hombres gays; y en respuesta, algunos sonrieron disimuladamente, incómodos.  Otros lo ignoraron. Trató de conversar sin recibir mucha respuesta. Se despidió, y a recapacitar sobre esos últimos meses cuando pensaba que había conocido un grupo de muchachos de su edad, cultos, y completamente fuera del clóset.

El primer “yo se lo dije” salió con un metal de voz muy agudo, pura molestia, más certero que el siguiente “yo se le dije”. Resignado,  el ceño fruncido, cabizbajo, los ojos algo apagados, labios estrujados siguieron al segundo “yo se lo dije”, y no dijo más.  Callaría para siempre lo una vez augurado: “que dejara de andar con gente pará, que esos gays, tan supuestos amiguitos, eran unos hipócritas, y lo iban a usar; que a la hora de la hora le darían una patá por el culo, que eran igualitos a sus mamás y papás, unos blanquitos comemierdas.”
No todos eran blanquitos.  Algunos eran “jabaos” clases medias, al borde del mundo de los blanquitos, que  buscaban ser parte de esa exclusiva e ilusa clase en las islas de los encantos; y en aquella fiesta no querían ser “bajados de escalafón”  por estar incluyendo en sus reuniones a un jibaro algo cerrero que no había perdido la mancha de plátano. Mundo  en el cual nunca iban a entrar ni ellos ni él por completo. En aquella fiesta descubrió la telaraña que conforma las relaciones de clases y colores en el San Juan de los noventa.

Su cutis porcelana, pelo y ojos negros le abrieron puertas en los círculos algo cerrados de las claques gays isleñas, hasta que abría la boca. Un ¡ay, virgen!, “gritaíto”, ese grito agudo, ahogado, que se oye en los cerros cuando el jibaro se sorprende, lo delataba inmediatamente. El alto, guapo y sexy joven pasaba de ser un buena tarjeta de presentación a icono de lo popular, lo campesino. Y allí, los “jabaos” que se creían ser parte de las elites gays no querían que le desestabilizaran su membrecía en los círculos de la “chicquería” sanjuanera.
El tercer “yo se lo dije”, acompañado por lágrimas, fue seguido por - Cuando regresó al campo y le pedi que no le hiciera caso a las burlas de los demás, que aquí lo queríamos, se fue al patio y que a buscar no sé qué cosa. Lo que menos me esperaba era que fuese y se colgara de un árbol.     

Saturday, December 22, 2012

Feliz Navidad


- Dalin, dalin - me gritaba Rosita Andújar desde la esquina de la Ocho y Astor Place. Pelo verde, zapatos verdes, medias rojas, falda verde y blusa de flores rojas, vestida de acuerdo a cada etapa. La de hoy, pura navidad. Las etapas de Rosita están marcadas por sus adornos, no por su desarrollo interno. Qué si hay vínculo entre sus adornos y su evolución me han preguntado unos cuantos estudiosos de la obra y biografía de Rosita. En lo absoluto. Rosita no cree que ella haya evolucionado después de llegar a los veintiún años. Todo esto dicho por ella.

- Yo no crezco más- sostiene sin importarle un bledo lo que piensen los demás. Ella sigue deseando los mismos hombres: trigueños de pelo lacio, delgados y altos de estatura. Sigue tratando a la gente de la misma manera con su dalin, dalin, besos y abrazos. Sigue en contra de cualquier organismo que le exija  comprometer su forma de ser. Sigue entregándolo todo sin pedir nada a cambio.

Rosita es pintora. Su pintura ha cambiado, al igual que sus adornos, aunque ella jura que no se debe a que ella haya cambiado. Su pintura ha cambiado, según ella, porque en un momento dado algo por dentro, que no tiene nada que ver con la evolución ni teorías sicológicas, la lleva a pintar los motivos que sean. Su pintura cambia pero no existen relaciones causales entre ella y su pintura.

- No porque yo cambie, cambia mi pintura. Es que los motivos que yo escojo en  un  dado momento siempre me han gustado, sólo que en ese preciso momento escojo pintarlos.

Desde la calle Ocho, frente a la escultura que separa susodicha calle de la Saint Marks - Dalin, dalin, no te olvides del cóctel e inauguración de la exposición de nuevo arte latino cristiano. Sí, en el Rican Poets. Sé que no vas a venir, que el haber tenido que enterrar tantos ex-amantes no te deja celebras fiestas. Bueno, un abrazo y muchos besos. Feliz Navidad, dalin.

Thursday, December 20, 2012

El Chiforover, 1951

Borinquen Rojo era un barrio tan “dinámico”, "violento", que mamá, cuando salíamos de la casa, se pasaba los días preocupada por los hijos; siempre había alguien tentando la hombría o amenazando a las muchachas con un, “vas a ser mía”. En el campo, entre los jibaros el código de honor era distinto y roto pocas veces. Cuando se hacía, tenía consecuencias nefastas. Una apuesta no pagada, una palabra fuera de sitio, una virginidad deshonrada, un guapetón de pueblo que viniese a demostrar su valor eran los casos contados que documentaban los hechos violentos del barrio en las montañas. El resto del tiempo era vida tranquila, pobre pero en paz. Familias acostumbradas a la vida en clanes, en sus antiguos mundos estaban emparentadas; y sus modos de compartir, de juzgar estaban regidos por el honor, la honra, el compadrazgo. No en ese nuevo barrio. Todos los domingos se formaban peleas por las razones más bobas, “que si tu mujer me dijo”, “que si tu marido es esto”, “que si tus hijos”. Allí duramos seis meses.

Tuvimos que comenzar a aprender nuevas formas de vida, retratadas en mi memoria con el único recuerdo claro que tengo de aquellos seis meses: una expresión del miedo con el que vivía mamá. Su cara cuarteada por la tensión de los músculos, petrificada, cobriza y fundida con las paredes de madera, que azotadas por los años, cubiertas de rendijas, rodeadas de muchas casas iguales, formaban un ambiente donde casas, cara, colores e historia eran fragmentos y un entero a la par. En parte creo, porque siempre estuve consciente de toda esa trayectoria, que esa es la razón por la cual nunca dejamos de cuidar a los viejos.

A los seis meses de vivir en Borinquen Rojo, huyéndole a la violencia y lo impredecible, nos mudamos a un barrio de clases medias. Primero alquilamos la casa de cuatro cuartos, y luego los viejos la compraron. Mi hermana mayor, que siempre fue espabilada, inmediatamente aprendió los ir y venir de la gente en el pueblo y consiguió trabajo en un taller donde les cosían a las señoras de dinero y a los pocos meses de mudarnos al pueblo se casó. Desde el campo era novia del hijo de un policía. Fue ella quien nos consiguió esta casa más cercana al centro del pueblo y aunque no vivía en casa, siempre se aseguraba de ayudar a mantener la familia. Gonzalo consiguió trabajo de dependiente en una tienda. Papá abrió un colmadito y dejó el cañaveral; mamá, que ya desde Borinquen Rojo vendía carbón, trabajaba de costurera y atendía la casa; Toño, Cusa y yo asistíamos a la escuela.

El pueblo cuadriculado, el primero en ser planificado nos decían en la escuela, tenía divisiones marcadas por clases, ascendencias, apellidos y colores. Divisiones que a simple vista, muchas veces, no eran aparentes pero que se notaban en nuestras relaciones. Los dueños de la casa que nosotros alquilamos vivían al lado, y como miembros de la clase civil, un burócrata y una maestra, celebraban fiestas domingueras por el solo hecho de reunirse con sus iguales, otros burócratas y maestros. Nunca vi a las familias que vivían alrededor de la plaza asistir a esas fiestas, ni tampoco a doña Aurora, aunque la invitaban. Supongo que como los vecinos eran mulatos y ella, emparentada con los llamados "blanquitos", no iba rebajarse aceptándole la invitación. A nosotros no nos invitaban, y creo que de haberlo hecho no hubiésemos asistido. Celebrar fiestas sin ninguna otra razón que reunirse era una novedad para nosotros; pues en el campo sólo se celebraban fiestas durante las navidades, bodas o bautizos.

A principios de mudarnos, como la curiosidad mató al gato, a través de los huecos que había en la verja de zinc que nos separaba de la otra casa, los fisgábamos. Sabíamos cuando llegaba el invitado más importante porque siempre era el último en hacer su entrada y todos los demás allí presentes corrían al balcón a recibirlo. Acompañados por música instrumental bailaban a sus acordes, comían, y se reían si temor a llamar la atención. Cuando se acababa la fiesta, los vecinos nos pasaban un plato de comida por encima de la verja.

Al mes de habernos mudado, Maya, la primera de la familia que subió otro escalafón en las clases económicas que regían el pueblo, nos regaló nuestro primer mueble que no había sido hecho por un pariente o compadre. Pusimos el mueble en el dormitorio que daba para la sala y mamá aprovechó la ocasión para coserle una colcha a la cama. Cusa y yo nos sentábamos en la sala para mirarlo desde lejos. Toño y Gonzalo lo esquinaron para que luego Cusa le pasara aceite de brillar muebles. Papá, en cuclillas, desde la sala, nos miraba; con un gesto formado por los cachetes sumidos, hombros subidos y labios apretados, nos dejaba saber que no entendía la algarabía que teníamos formada.

No más perchas cubiertas con cortinas de cretona. El mueble estaba dividido en dos partes. Tenía cuatro gavetas en un lado, con un espejo al tope de las mismas. Maya le puso papel a las gavetas,  Gonzalo colocó su peinilla y un pomo de brillantina Alka frente al espejo, y mamá le añadió una cruz de madera y un rosario. El otro lado del mueble era para colgar ropas y tenía en su puerta un espejo donde Cusa, cuando mamá no se encontraba en casa, se pasaba horas muertas peinándose. Yo, a su lado, hacía muecas. A escondidas de mamá,  la vieja no quería que le mancharan su chiforover.

Wednesday, December 19, 2012

Evolución del pastel navideño puertorriqueño


- Los hacía de guineo solamente y por eso quedaban bien prietos - relataba la señora mientras compraba los ingredeintes en la Placita de Santurce.

Su color, estructura, y otras cualidades distinguen los pasteles de masa que preparaba la madre de la entrevistada de los que hoy prepara la muy atenta ama de casa.  Describió las técnicas e ingredientes que hoy usa y sigue en la preparación de uno de los platos iconográficos de la cena navideña puertorriqueña.  No guaya los tubérculos y frutos verdes a mano; usa un tipo de "food processor" hecho en la casa. Tampoco amortigua las hojas sobre el fogón en el patio; las compra empaquetadas y aceitadas, artesanales, en la  placita de mercado. La masa prieta del guineo no es la más apreciada. Su sabor no es recordado tan rápidamente como el agridulce de la masa de yuca o el verde de los de masa mixta.  

- Los de guineos son muy prietos, feos y amargos -  reafirmó.   

Tuesday, December 18, 2012

Terror, preguntas


A todos nos perturba el abuso infantil; y cuando es un asesinato, nos deja mudos, catatónicos. Aquellos que  hemos vivido de cerca el “terror”, éste nunca nos abandona.  Dentro de familias disfuncionales el terror puede ser explicado sin tener que abundar muy lejos. Cuando el abuso o asesinato es extra-familiar el asunto se complica y requiere un análisis de los contextos/sociedades que subyacen los motivos del asesino o del terrorista de estado.



Si las ideas/religiones que guían al mártir a cometer asesinatos (incluyendo a los cristianos: la inquisición, los asesinatos cometidos por militares argentinos, justificados y dirigidos por líderes de la iglesia Católica), ¿hasta dónde el ideario que conforma el individualismo - "sálvese el que pueda", el "cowboy mentality" - le sirve de fondo a estos salvajes para que asesinen solamente por satisfacer su ego.   

Limoges

La invitación era para cocteles a las siete, cena a las nueve, luego ir a uno de los bares en uno de los hoteles del Condado a tomar más cocteles, para terminar en uno de los bares gais de Santurce. Llegué a las siete y treinta, no quería dar las impresión de que estaba emocionado o súper impresionado con el que me hubiesen invitado a salir con un grupo tan chic. Esa fue la palabra que usó Pepe para describirlos: chic. “Son bien chic”, dijo. Como lo dijo tan serio, no sé si fue en tono de burla o que verdaderamente creía que así eran los demás invitados.

Cuando llegué, Pepe todavía no estaba allí. Me lo temía. Además de ser un cínico empedernido, es medio alcohólico, y no era de dudar de que ni se apareciese por la muy elegante cena o de que andaba por los cafetines de la Placita de Mercado de Santurce. No es la primera ni la última vez que lo hace, dejar plantada a la gente para irse a beber a los bares de cualquier barrio popular. En uno de esos bares fue que lo conocí. El grupo chic lo sigue invitando por los vínculos escolares y sociales que los unen: se crió en el mismo sector y estudió en el mismo colegio donde fueron educados los anfitriones.

Saludé con entereza, di la mano y apreté fuertemente la mano de cada uno de los otros invitados, sonreí, y con un “sí, sí” estuve de acuerdo que era amigo de Pepe, acepté una copa de vino blanco, y no más ya estaba relajado y sintiéndome cómodo en el muy elegantemente decorado apartamento, medio abrí los ojos cuando vi que uno de los invitados apuntaba con su dedo, al tener de frente la bandeja de porcelana donde traían los entremeses, y decía con un leve gritito y respiración ahogada y estirando la o, “Limooges”.

“Qué carajo hago yo aquí”, me pregunté. Mis platos no son parte de un juego, no tienen procedencia ni nomenclatura. Los compré en quincallas, pulgueros; otros son heredados o regalados. Nada cuadra en mi casa y mi vida está completamente falta de abolengo, apellidos históricos, colegios de renombre y vacaciones con mis padres en Europa. El relajamiento duró muy poco. Peor todavía, como soy algo torpe, temía que pudiese romper un plato.

Pepe nunca llegó. Saqué mis mejores modales, cené, comparti la sobremesa, ofrecí alguna razón para excusarme y no poder acompañarlos por los bares, salí como alma que lleva el diablo, me sentí libre al poder abandonar aquel grupo de locas estreñidas por la historia, y me fui hasta la Placita de Santurce, al cafetín donde sabía que iba a encontrar a Pepe. Muerto de la risa, cuando me vio llegar azorado, la muy maliciosa loca me preguntó, ¿Cómo te cayeron las Limoges?”.

(Este relato está dedicado a mi querido amigo, J. Batlle, QEPD, quien disfrutaba de la versión original(la real), de exagerar la o del Limoooges, y de los cafetines de Santurce.)

Monday, December 10, 2012

Criminalidad y Kultura: Casos de la Vida Real (to be continued)


Un joven roba la electricidad y el servicio de cable de la casa de unos vecinos que residen en la misma durante los fines de semana. Al ver sus facturas, los dueños por fin protestan ante las compañías de cable y electricidad. Todos los otros vecinos están al tanto de lo que ocurre; lo cuentan entre ellos, menos a los dueños de la casa quienes andan protestando de compañía en compañía. Cuando se enteran deciden vender la casa, y no tener que vivir en andamios hechos a base de vividores, ladrones, deshonestos, y gente que piensa que el criminal es el otro.....

 

Sunday, December 9, 2012

Santurce, borrascas