Thursday, December 29, 2011
Uñas en la Dieciocho, Santurce
Uñas, pintar uñas era lo que siempre quise hacer. Cuando se lo dije a mis padres, Troya, aquello fue Troya. Mi madre, horror; mi padre, resignado, mi abuela de infarto y mi hermano mayor se mudó de casa; mis maestros en San Ignacio, estupefactos cuando se enteraron que no iba ni a la universidad ni de grand tour por Europa. Fina, me decían mis nuevos compañeros en el Instituto de Estética y Banca, el que está por La Dieciocho en Santurce. Imagínate y que llamarle a un barrio, La Dieciocho. ¡Ay, chus! me decían en San Ignacio. Fina y porque tenía una dicción impecable y, pues, era obvio que yo era un blanquito de Guaynabo. Blanquita, of course, de rigueur, gracias. ¡Ay, chus por tener esta voz tan afeminada. ¿Qué esperaban con esta voz? ¿Que me dedicara a las humanidades en Harvard o leyes en Georgetown? Porfapliiis. Entre el ay chus de San Ignacio y el fina de la dieciocho, dame el fina como texto y figura de quien es y será el mejor artista de uñas, y esta colección de uñas artificiales lo atestiguan. Y para la belleza máxima en un set de uñas hay que ser fina. Estas pintadas de color rojo subido son parte de una colección que llamo Nefertiti, en honor a la reina egipcia, cuyo busto tuve el gusto de admirar cuando mis padres en unos de nuestros viajes, fuimos dos veces, por Uropa, Europa, así le dice la señora que limpia en casa, Uropa. Me llevaron a Berlín y allí vi su cara. No tenía uñas, pero su bien delicado y delineado rostro, su tocado de cabeza y accesorios me abrieron el apetito por la estética y mi especialidad, las uñas. Adoro las uñas. No paro de admirarlas en todas sus manifestaciones. Las que se me hace un poco difícil manejar son las de los faquires hindúes, largas y curvilíneas. No, no he pintado uñas de faquires ni pienso hacerlo. Son estas, las que componen la colección Fakir, a las que me refiero. Pintar cada recoveco de de un set de estas me toma dos o tres días. Las Nefertiti tardan menos. Sigo el modelo del antiguo Egipto y las pinto de distintos tonos de rojo subido. El otro día vino una clienta, una afro descendiente, es que ahora a la gente negra le llaman afro descendientes, y le mostré las Nefertiti. Nene, cuando vio la foto del busto de la Nefertiti y le conté la historia de la hermosa mujer me miró disgustada, como cuestionando el que le ofreciese el modelo de las uñas de una mujer negra. Tengo la leve impresión que algo en mi le molestaba; y no eran las uñitaaaas. Esa clienta llegó a mi porque es amiga, so she thinks, de una clienta muy rica. Lo que ella no sabe es que su supuesta amiga la desprecia a ella tanto o más que el desprecio que ella pueda sentir por mí. Su muy buena amiga se refiere a ella como la negra y luego añade su nombre. ¡Amigas!, ja ja. Hello, is somebody there? Al final, terminó comprando las uñas de la colección Harlem Renassaince. Estas con copias de piedritas preciosas y estas con colores sicodélicos fueron inspiradas en las uñas de la atleta… ¿Cómo se llamaba? No importa. No le dije la historia de las mismas a la supuesta amiga de su supuesta amiga, que no fuese a sentirse ofendida. Lo de Harlem Renassaince es porque en ese barrio niuyorkino comenzó la etapa más contemporánea en la historia de la pintura de uñas. Una historia maravillosa. Las antiguas egipcias se pintaban las uñas de acuerdo a su estatus social. Entre más alta su posición social en la escala que por aquel entonces ellos usaban, más subido el rojo del esmalte. La supuesta amiga de los supuesta amiga quería que yo le pegara las uñas postizas. Le dije que no, que solo pintaba obras de arte. Yo no toco dedos. Pinto uñas artificiales, and that’s it. Que se vaya donde cualquier beautician de barrio. Las clientas que me gasto de vez en cuando me sacan lo peor. Claro, mi educación en San Ignacio me permitió aprender a morderme la lengua y guardar mis garras, que bien sabes que mas que garras o uñas, pueden ser hidráulicas. Perdón, verdad es que te había dicho que pensaba crear uñas con rayitos laser. ¡Divina!
Saturday, December 24, 2011
Las Dos Titas, su Feliz Navidad y Merry Christmas to you too
- ¡Qué lindo se ve el arbolito…!
- ¿Cuál?
- El de las .....
- No me invitaron...
- ¿Qué no te invitaron?
- No.
- ¿Por qué?
- Porque no me porté bien este año, y me castigaron por no ser un nene bueno.
- ¿Y qué hiciste?
- Le llamé mentirosa a una, a otra le dije comemierda, a otro hipócrita, y al último, vividor y deshonesto.
- ¡ADM!
- ¿Y qué es eso de ADM?
- Un ¡ay, Dios mío!, traducido del OMG gringo.
- Siempre tan bilingüe funcional, as opposed to balanceado. Por eso eres estadolibrista
- Loca, plisss. ¿Quién te manda a ser tan bruto?
- La Navidad misma y lo que ésta sugiere sobre la honradez, la honestidad, el amor y el perdón incondicional, la generosidad y piedad.
- Ja, ja, ja, ja no me hagas reír que se me corre el lápiz de labio y tengo el labio partido.
- Hablando de un partido y su partido, ¿es cierto que la Yeya es del partido asimilista?
- ¡Qué sé yo!? Oye, ¿no sería porque eres bastante partido que no te invitaron?
- A saber....
- ¿Cuál?
- El de las .....
- No me invitaron...
- ¿Qué no te invitaron?
- No.
- ¿Por qué?
- Porque no me porté bien este año, y me castigaron por no ser un nene bueno.
- ¿Y qué hiciste?
- Le llamé mentirosa a una, a otra le dije comemierda, a otro hipócrita, y al último, vividor y deshonesto.
- ¡ADM!
- ¿Y qué es eso de ADM?
- Un ¡ay, Dios mío!, traducido del OMG gringo.
- Siempre tan bilingüe funcional, as opposed to balanceado. Por eso eres estadolibrista
- Loca, plisss. ¿Quién te manda a ser tan bruto?
- La Navidad misma y lo que ésta sugiere sobre la honradez, la honestidad, el amor y el perdón incondicional, la generosidad y piedad.
- Ja, ja, ja, ja no me hagas reír que se me corre el lápiz de labio y tengo el labio partido.
- Hablando de un partido y su partido, ¿es cierto que la Yeya es del partido asimilista?
- ¡Qué sé yo!? Oye, ¿no sería porque eres bastante partido que no te invitaron?
- A saber....
Thursday, December 22, 2011
Monday, December 19, 2011
Las Dos Titas
- ¡Ay, qué loca mas bitchy!
- ¿Cuál?
- La que estaba al lado tuyo.
- ¿Al lado mío?
- Sí, al lado tuyo.
- No me entero.
- Ya veo.
- ¿Cuál?
- La que estaba al lado tuyo.
- ¿Al lado mío?
- Sí, al lado tuyo.
- No me entero.
- Ya veo.
Friday, December 16, 2011
(Boceto) Diario de Viaje: Kavafis y Marina Kufferstein
(Boceto de la novela Jabibonuco)
Cuánto hace que partimos del puerto de Bayonne, New Jersey, todos los que en viaje al Caribe buscamos…. sabrá Dios qué. Algunos, atraídos por el deslumbre, la fabulosidad y extravagancia que los cruceros sugieren: Cromo, laminados y brillo en las paredes, escaleras, cuartos, salones, cafeterías, salas, techos y pasillos. Otros buscan alejarse de la rutina para terminar convirtiendo su viaje en nuevas rutinas: leen en las terrazas, se levantan y acuestan temprano, asisten a los programas culturales que el crucero ofrece, juegan en el casino. Los menos quieren llegar de un punto a otro: de Nueva York a San Juan. Y hay quienes, al igual que Mark Strand, solo desean abandonar sus espacios: tanto los físicos como los existenciales; a ver lo que encuentran en el camino, sin importar tanto su destino como haberse alejado.
En su poema, Ítaca, Kavafis sugiere que el destino de todo viaje es menos importante que lo que descubres en la marcha. En su camino hacia Ítaca, Kavafis no pretende ser un investigador científico que replica los estudios para comprobar su veracidad, su validez, su acercamiento a una teoría, una ley universal. Kavafis recrea la anécdota, el momento; revela los participantes, sus vivencias; reformula una verdad en la anécdota relatada, tan universal como lo es la teoría científica. La verdad poética de Kavafis es más absoluta que lo estadístico de la ciencia.
Quien recoge y recrea anécdotas no pretende descartar teorías o buscar datos particulares para comprobar la verdad. Quien recoge anécdotas cuenta historias, ilumina la condición humana sin tener que apelar a reducidos conceptos. Cuando comenzó el viaje tenía pensado escribir sobre residuos coloniales en las islas que íbamos a visitar: fuertes militares, casas antiguas, lenguajes. Una vez en el barco y en los puertos caribeños me encuentro con que aparecen en el radar creador otros personajes, ideas, sensaciones que me llevaron donde el poema de Constantin Kavafis, Ítaca, y lo que éste sugiere sobre cada viaje, todo viaje, el viaje de todos los días, toda la vida, el viaje que nunca para. Lo que no sugiere Kavafis es que en el viaje puedes descubrir lo que has abandonado, los vacios formados por lo dejado, los antiguos espacios que lo nuevo no rellena.
Durante la primera noche del viaje, una sombra cambió mis planes. Me pareció ver el reflejo de una cantante, una fugaz luz, una mujer-leyenda que vaga por los puertos del Caribe. Su nombre, Marina Kufferstein. Cuentan que lleva años navegando sin rumbo por las islas, trabajando en bares de puertos, goletas, barcos de carga, pasajeros y hasta en yolas que navegan entre las islas que conforman el archipiélago caribeño, transportando todo tipo de mercancía y personajes, enamorándose de marineros y capitanes, hombres y mujeres. Alegan que desciende del pirata Roberto Kufferstein y de judíos sefarditas de Curazao; y que estos a su vez descendían de la mezcla de indígenas con africanos y europeos. Su incierta procedencia étnica y sus manejos de las lenguas criollas le otorgan un carácter muy particular y una etnicidad misteriosa, difícil de especificar, pero emblemática del Caribe: islas y gentes que, independientemente de que potencia mundial las controle, generan sus propias formas de ser.
La fugaz luz se pierde por entre las máquinas tragamonedas: las amigas que premian o castigan al jugador que pone su fe en las mismas, las que hipnotizan a la señora con cara de secretaria jubilada. Mientras presiona teclas, guiada por la combinación y pareo de símbolos, su semblante continuamente cambia frente al ensordedor ruido que emite la máquina; le deja saber que se ha ganado unas cuantas pesetas o que las ha perdido todas. Los cambios en la cara de la señora delatan su poca preocupación con ganar o perder frente a la seleccionada máquina de juegos. Lo que se busca es sentir aquello que bordea en la ansiedad, causado por la incertidumbre, la sensación que estremece el cuerpo, el qué pasará una vez todos los símbolos que se mueven en la pantalla paren de inmediato antes de saber el resultado de tan corta pero intensa experiencia. En ese momento siente esa muy particular sensación que integra al cuerpo entero. El viaje de la señora en el crucero es matizado por su relación con las acompañantes de su soledad: las tragamonedas.
Marina fue quien una vez me socorrió en un bar de Trinidad, y quien me abandono en aquel cuarto de hotel. ¿O fue otra, otro? Que se parecía a Marina dijo el joven en el mostrador del bar donde me recogieron aquella noche. En el trayecto, Junto a las piscinas y bares al aire libre, el hombre que se acerca a otro, lo saluda con cordialidad y le pregunta si se siente mejor hoy día, anda buscando entablar conversación, mitigar la soledad o reafirmar lo prometido la noche anterior. El abordado, asombrado, responde que sí, con frialdad, luego calla y casi obliga al otro a despedirse. Quien responde, el abordado, se vira y con cara de sorprendido, molesto, le dice a una mujer, su esposa, quizás, que no sabe quién es esa persona. Puede que se hayan conocido anoche en uno de los menos frecuentados bares del crucero, donde llegan los que buscan sus iguales o aquellos que esconden sus amores, sus deseos, el lado de su vida que los asusta, que a veces niegan.
Los amantes clandestinos no se conocieron en los bares con pistas de baile. No fueron a practicar los pasos aprendidos en Arthur Murray, como lo hace la pareja de jubilados, quienes todas las tardes bailan guiados por pasos geométricos, programados, movimientos rápidos de caras, brazos, manos, de izquierda a derecha. En el preciso momento en que dan la vuelta, la pareja estira los brazos hacia afuera, arriba, abajo, y los vuelven a subir para anunciar otro movimiento, un nuevo ángulo. Su meta, bailar por mares y barcos; bailar en cualquier lado, practicar los pasos de “ballroom dance” con su lenguaje programado, numerado,
En camino a Santurce encontrarás los que juegan sus fortunas, los que aman a escondidas en las esquinas obscuras de puertos y bares, los que huyen del mundanal ruido, los que se guarecen en rincones o aquellos que en sus libros se escapan y a las cuatro se levantan para a tomar sus copas de jerez o de sauvingnon blanc, los que esperan llegar a cada puerto, cada isla; y si al llegar a Santurce no has ganado dinero, los puertos se parecen todos, no encuentras el amor buscado, no te angusties; recuerda que el jugar fue lo que buscabas y has jugado; conociste sobre el amor, y has amado; y si los cafetines han sido desplazados por los nuevas cadenas de pubs americanos y su cultura homogenizada, no desesperes, fue Santurce quien te llevó a andar el camino que a Santurce te ha llevado. Has caminado.
A Marina Kufferstein la vi abandonar el barco en la isla donde hablar francés, holandés, inglés o cualquier lengua criolla es tan común como hablar un dialecto en cualquier pueblo: la isla de San Martín. Era ella. De lejos, en camino a unas lanchas de carga al otro lado de la bahía, se dio la vuelta miró hacia el barco, y siguió caminando.
Cuánto hace que partimos del puerto de Bayonne, New Jersey, todos los que en viaje al Caribe buscamos…. sabrá Dios qué. Algunos, atraídos por el deslumbre, la fabulosidad y extravagancia que los cruceros sugieren: Cromo, laminados y brillo en las paredes, escaleras, cuartos, salones, cafeterías, salas, techos y pasillos. Otros buscan alejarse de la rutina para terminar convirtiendo su viaje en nuevas rutinas: leen en las terrazas, se levantan y acuestan temprano, asisten a los programas culturales que el crucero ofrece, juegan en el casino. Los menos quieren llegar de un punto a otro: de Nueva York a San Juan. Y hay quienes, al igual que Mark Strand, solo desean abandonar sus espacios: tanto los físicos como los existenciales; a ver lo que encuentran en el camino, sin importar tanto su destino como haberse alejado.
En su poema, Ítaca, Kavafis sugiere que el destino de todo viaje es menos importante que lo que descubres en la marcha. En su camino hacia Ítaca, Kavafis no pretende ser un investigador científico que replica los estudios para comprobar su veracidad, su validez, su acercamiento a una teoría, una ley universal. Kavafis recrea la anécdota, el momento; revela los participantes, sus vivencias; reformula una verdad en la anécdota relatada, tan universal como lo es la teoría científica. La verdad poética de Kavafis es más absoluta que lo estadístico de la ciencia.
Quien recoge y recrea anécdotas no pretende descartar teorías o buscar datos particulares para comprobar la verdad. Quien recoge anécdotas cuenta historias, ilumina la condición humana sin tener que apelar a reducidos conceptos. Cuando comenzó el viaje tenía pensado escribir sobre residuos coloniales en las islas que íbamos a visitar: fuertes militares, casas antiguas, lenguajes. Una vez en el barco y en los puertos caribeños me encuentro con que aparecen en el radar creador otros personajes, ideas, sensaciones que me llevaron donde el poema de Constantin Kavafis, Ítaca, y lo que éste sugiere sobre cada viaje, todo viaje, el viaje de todos los días, toda la vida, el viaje que nunca para. Lo que no sugiere Kavafis es que en el viaje puedes descubrir lo que has abandonado, los vacios formados por lo dejado, los antiguos espacios que lo nuevo no rellena.
Durante la primera noche del viaje, una sombra cambió mis planes. Me pareció ver el reflejo de una cantante, una fugaz luz, una mujer-leyenda que vaga por los puertos del Caribe. Su nombre, Marina Kufferstein. Cuentan que lleva años navegando sin rumbo por las islas, trabajando en bares de puertos, goletas, barcos de carga, pasajeros y hasta en yolas que navegan entre las islas que conforman el archipiélago caribeño, transportando todo tipo de mercancía y personajes, enamorándose de marineros y capitanes, hombres y mujeres. Alegan que desciende del pirata Roberto Kufferstein y de judíos sefarditas de Curazao; y que estos a su vez descendían de la mezcla de indígenas con africanos y europeos. Su incierta procedencia étnica y sus manejos de las lenguas criollas le otorgan un carácter muy particular y una etnicidad misteriosa, difícil de especificar, pero emblemática del Caribe: islas y gentes que, independientemente de que potencia mundial las controle, generan sus propias formas de ser.
La fugaz luz se pierde por entre las máquinas tragamonedas: las amigas que premian o castigan al jugador que pone su fe en las mismas, las que hipnotizan a la señora con cara de secretaria jubilada. Mientras presiona teclas, guiada por la combinación y pareo de símbolos, su semblante continuamente cambia frente al ensordedor ruido que emite la máquina; le deja saber que se ha ganado unas cuantas pesetas o que las ha perdido todas. Los cambios en la cara de la señora delatan su poca preocupación con ganar o perder frente a la seleccionada máquina de juegos. Lo que se busca es sentir aquello que bordea en la ansiedad, causado por la incertidumbre, la sensación que estremece el cuerpo, el qué pasará una vez todos los símbolos que se mueven en la pantalla paren de inmediato antes de saber el resultado de tan corta pero intensa experiencia. En ese momento siente esa muy particular sensación que integra al cuerpo entero. El viaje de la señora en el crucero es matizado por su relación con las acompañantes de su soledad: las tragamonedas.
Marina fue quien una vez me socorrió en un bar de Trinidad, y quien me abandono en aquel cuarto de hotel. ¿O fue otra, otro? Que se parecía a Marina dijo el joven en el mostrador del bar donde me recogieron aquella noche. En el trayecto, Junto a las piscinas y bares al aire libre, el hombre que se acerca a otro, lo saluda con cordialidad y le pregunta si se siente mejor hoy día, anda buscando entablar conversación, mitigar la soledad o reafirmar lo prometido la noche anterior. El abordado, asombrado, responde que sí, con frialdad, luego calla y casi obliga al otro a despedirse. Quien responde, el abordado, se vira y con cara de sorprendido, molesto, le dice a una mujer, su esposa, quizás, que no sabe quién es esa persona. Puede que se hayan conocido anoche en uno de los menos frecuentados bares del crucero, donde llegan los que buscan sus iguales o aquellos que esconden sus amores, sus deseos, el lado de su vida que los asusta, que a veces niegan.
Los amantes clandestinos no se conocieron en los bares con pistas de baile. No fueron a practicar los pasos aprendidos en Arthur Murray, como lo hace la pareja de jubilados, quienes todas las tardes bailan guiados por pasos geométricos, programados, movimientos rápidos de caras, brazos, manos, de izquierda a derecha. En el preciso momento en que dan la vuelta, la pareja estira los brazos hacia afuera, arriba, abajo, y los vuelven a subir para anunciar otro movimiento, un nuevo ángulo. Su meta, bailar por mares y barcos; bailar en cualquier lado, practicar los pasos de “ballroom dance” con su lenguaje programado, numerado,
En camino a Santurce encontrarás los que juegan sus fortunas, los que aman a escondidas en las esquinas obscuras de puertos y bares, los que huyen del mundanal ruido, los que se guarecen en rincones o aquellos que en sus libros se escapan y a las cuatro se levantan para a tomar sus copas de jerez o de sauvingnon blanc, los que esperan llegar a cada puerto, cada isla; y si al llegar a Santurce no has ganado dinero, los puertos se parecen todos, no encuentras el amor buscado, no te angusties; recuerda que el jugar fue lo que buscabas y has jugado; conociste sobre el amor, y has amado; y si los cafetines han sido desplazados por los nuevas cadenas de pubs americanos y su cultura homogenizada, no desesperes, fue Santurce quien te llevó a andar el camino que a Santurce te ha llevado. Has caminado.
A Marina Kufferstein la vi abandonar el barco en la isla donde hablar francés, holandés, inglés o cualquier lengua criolla es tan común como hablar un dialecto en cualquier pueblo: la isla de San Martín. Era ella. De lejos, en camino a unas lanchas de carga al otro lado de la bahía, se dio la vuelta miró hacia el barco, y siguió caminando.
Thursday, December 15, 2011
(Boceto) Crónicas de Indios Eunucos: Jabibonuco/Segunda Crónica: Yaya: Juracán, Yukiyú y Atabey
(Boceto de la novela Jabibonuco)
Las crónicas aquí presentadas fueron encontradas en los Archivos de Indios y Eunucos en el Convento de Monjes Enclaustrados en Sevilla. Forman parte de un conjunto de crónicas que documentan las vidas de hombres europeos e indígenas que, por considerársele como seres especiales, fueron honrados con cemíes y protegidos por los caribes. Por razones de seguridad personal, el nombre del investigador que encontró y se apropió estas crónicas no será divulgado hasta tanto no se compruebe la veracidad de las mismas. Algunos de los pasajes de esta crónica fueron borrados, obligando al investigador a sugerir lo que en estos una vez se decía
Muy mi Señor mío, Marqués de Jájomebajo, si hoy le escribo estas páginas fue a sugerencias de Usted, mi más agradecido protector, y al muy diligente y anciano maestro, el Marqués de Santillana, quien arduas horas estuvo guiándome por las lenguas y letras de Usted y sus hermanos que hoy conozco, y quien quiso conocer sobre aquellos de nosotros que de otros martirios fuimos salvados. La muerte del Marqués de Bobadilla me llevó hasta hoy donde Usted y no puedo dejar de agradecer su bondad y protección.
Muchos hombres de fe han escrito las Santas Obras de su Padre y de su Hijo, el Señor Jesucristo, y otros que han puesto en palabras equivocadas las muy respetuosas obras de nuestra única Fuente de vidas, Yaya, que no ha sido con la relación entera que dello se pudiera dar, y que lo he notado particularmente en las cosas que de nuestras Fuerzas creadoras, Juracán y Yukiyú, las que nacen y regresan a la gran Fuente, he visto escritas, de las cuales, como natural de la isla de Borikén, y su madre tierra, Atabey, que fue, es siempre y será creada por ellos con sus aguas, movimientos, flores y alimentos, tengo más largas y claras noticias que la que hasta ahora los escritores han dado.
Verdad es que los hombres de fe tocan muchas cosas de las muy grandes que su Padre y su Hijo Jesucristo tuvo, pero lo que escriben sobre nuestra Fuente y sus Fuerzas son las tan cortamente que aun las muy notorias para mí (de la manera que las dicen) las entiendo mal. Por lo cual, forzado del amor natural de las aguas y los vientos, la quietud y los movimientos de las tierras, las montañas, las flores y los alimentos, las bestias que allí le habitan, las gentes de mi isla Boriken y los Jupia, que una vez fueron, me ofrecí al trabajo de escribir esta carta, donde clara y distintamente se verán cómo vivimos y ofrecemos gracias a nuestra Fuente por la continua creación de nuestras tierras, y las vidas de nuestras buenas y nobles gentes, las cosas que en Boriken había antes de que mi muy amado y bien recordado Marques de Bobadilla allí encontrase.
En todo lo demás que de aquellos indios en la isla de Boriken se puede decir por los señores y hombres de fe que la tocaron en parte o en todo; que mi intención no es contradecirles, sino servirles de comento, de intérprete en muchos vocablos y costumbres, que, como extranjeros en aquella lengua, interpretaron fuera de la propiedad de ella, según que largamente se verá en el discurso de la historia, la cual ofrezco a la piedad del que la leyere.
Viviendo o muriendo aquellas gentes Araguacu, llegados en yolas de islas más grandes a la isla de Borikén, muchos tiempos atrás de la manera que hemos oído y contado, y recordado en nuestros cemíes, permitió nuestro Yaya que dellos mismos saliese el conocimiento que les diese alguna noticia de la ley natural y respetos que los hombres debían tenerse unos a otros, y que los descendientes de aquellos Araguacu, procediendo de bien en mejor cultivasen aquellas tierras, y a sus hombres, haciéndoles capaces de razón. Después de haber dado muchas trazas y tomado muchos caminos para entrar a dar cuenta del origen y principio de los Araguacu que fueron, son y serán, me pareció que la mejor traza y el camino más fácil y llano era contar lo que en oí muchas veces acerca de este origen y principio, porque todo lo que por otras vías se dice de Yaya viene a reducirse en lo mismo que nosotros diremos, y será mejor que se sepa por las propias palabras que un Araguacu lo cuente que no por las de otros autores extraños.
Nuestra gran Fuente, Yaya, envía sus Fuerzas que ayudan a Atabey a crear las tierras, labrar sus bateyes, cultivar las plantas, los frutos como hombres racionales y no como bestias, y les pide que fuesen por do quisiesen y, doquiera que parasen a comer o a dormir, procurasen agradecer y recordar en sus cemíes las vidas de ahora y de siempre, y que a Juracán y Yukiyú, bailasen y tirasen sus flores y granos para ayudarles y agradecer los alimentos y nuevas vidas que las Fuerzas nos llevaban y traían. Viendo los grandes vientos que arropaban y cambiaban estas tierras suyas, mi gran protector, corrí a agradecerle a Juracán y darle las flores, frutos y semillas paras que a otras tierras y en otros momentos allí se cultivasen.
Mi falta de ropas y bailes era llenos de gozo y no ofensa a sus otros siervos y amigos, menos a sus hombres de fe, su Jesucristo y Dios amado.
Pero conforme a nuestra lengua, como atrás hemos dicho y diremos de la mucha significación que los Araguacu encierran en sola una palabra, Juracán, nos pide que demos gracias y ofrezcamos algo al que hace llevar estas flores, estos frutos, dándonos alimentos y vigor para vivir los que acá y allá vivíamos y los que en nuestros cemíes siguen viviendo, Entendemos los Araguacu, con lumbre natural, que se debían dar gracias y hacer alguna ofrenda al Yaya, por habernos ayudado en aquel alimento y nacer de nuevo Atabey.
De este calabozo escribo estas frasis, mi bien amado protector, en espera de aquello que dicen es la quema en la hoguera por haber servido al mal espíritu, su diablo. Cuán lejos, cuánto tiempo hace que me llegué hasta sus tierras, cuán mal fue entendido lo que pedía y sentía con mis flores, frutos y semillas a los vientos de Juracán. Mi querido protector, lejos de mi Boriken, no he sido entendido por sus sacerdotes y reyes.
En espera, en este frio aposento de la quema en la hoguera, su servidor, Jabibonuco
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Primera crónica: La Huida
La Enagua, nombre con el que bautizamos la inmensa yola, zarpó a la medianoche y después de navegar por la bahía mas exuberante que hombre haya visto alejándonos de las costas de la ysla que los nativos llaman Boriken, avistamos una goleta que nos venía siguiendo. Jabibonuco y Don Diego de Sotomayor apresurósense a apagar el burén que calentaba el casabe que habiéndonos Guanina preparado antes de partir de la ysla, era el único sustento con el cual navegaríamos toda la noche hasta avistar la primera ysla de los Caribes. Jabibonuco conocía la ruta, el valiente y leal compañero dedicábase a ayudar en la huida a los eunucos taínos y sus algunos amantes peninsulares. Érase Jabibonuco antiguo eunuco de Guanina y llevase a este servidor y su fiel enamorado hasta la ysla de los Caribes donde aposentan los amantes perseguidos por el Santo Obispo y su excelencia don Juan Ponce de León.
Las luces de las fogatas de los bateyes en los yucayeques caribes alumbrábasen las costas de las islas donde estos fuertes y altivos guerreros recibían a los que Ponce de León y el Obispo de Indias perseguían. En la madrugada cuando la yola fue avistada por las yolas de los caribes les seguimos hasta la bahía la más grande de las islas donde viven tan amables y libres gentes, las fogatas señalaban el camino hacia los yucayeques donde todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin dobleces, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas a menos que se les ataque sin aviso. Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas. Su comida es tal, que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas son encima de una estera, e cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas aquellos llaman hamacas.
A las seis horas llegamos aquí a la ysla. A ver la ysla; que si las otras ya vistas son muy hermosas y verdes y fértiles, ésta es mucho más y de grandes arboledos y muy verdes. Aquí es unas grandes lagunas, y sobre ellas y a la rueda es el arboledo en maravilla, y aquí y en toda la ysla son todos verdes y las hierbas como el abril en Andalucía; y el cantar de los pajaritos que parece que el hombre nunca se quería partir de aquí, y las manadas de los papagayos que oscurecen el sol; y aves y pajaritos de tantas maneras y tan diversas que es una maravilla. Y después hay árboles de mil maneras y todos dan de su manera fruto, y todos huelen que es maravilla, que yo estoy el más penado del mundo de no los conocer porque soy bien cierto que todos son cosa de valía y de ellos traigo la demuestra, y asimismo de las hierbas. Andando así en cerco de una de estas lagunas, vi una sierpe, la cual matamos. Ella como nos vio se echó en la laguna, nos le seguimos dentro, porque no era muy honda, hasta que con lanzas la matamos; es de siete palmos en largo; creo que de estas semejantes hay aquí en estas lagunas muchas.
De la bahía hacia el yucayeque por el camino del rio éranse unas dos leguas a caminar a las casas que dellos habitan y por estas tierras llaman bohíos. Después se llegaron a nos unos hombres de ellos, y uno se llegó aquí. Yo di unos cascabeles y unas cuentecillas de vidrio y quedó muy contento y muy alegre; y porque la amistad creciese más y los requiriese algo, le hice pedir agua. Estaban todos desnudos y en parejas abrazándose unos a otros como si fuesen mujer e hombre en mandato cristiano, que después de bien mirado todo lo que aquí he dicho, que no es toda burla lo que escribo acerca de lo acaecido en la ysla de los caribes donde iban a vivir los eunucos y sus aparejados, torne a proseguir mi relación, porque la verdadera política y agraciado componer es decir verdad en lo que he escrito. Conviene constatar aquí que la versión de Fray Abad es de igual modo una falsificación, pero lo que nos interesa es lo que narra y cómo lo narra.
La Goleta que nos seguía entró por otra bahía tomándonos de sorpresa, y matando a todos los hombres que allí se encontraban, y bajo los ruegos de mi persona, explicándole que Jabibonuco era nuestro más fiel sirviente e inocente creyente y quien me serviría por mucho tiempo, el Capitán Don Francisco de Zapatero y Aznar le perdonó la vida al enterarse que Jabibonuco quien lloraba desconsoladamente al ver a su más querida pareja don Diego de Sotomayor ser quemado en una hoguera junto a los demás hombres que aquella ysla poblaban, era ser querido de Guanina, hermana de Agueybaná y útil en la toma de las tierras del norte de la ysla de Boriken,
Esta relación general que Yo Marques de Bobadilla hago para le ynformar a nuestro representante en la tierra el Obispo de la isla de Saint Joan y a los señores de su Real Consejo de Yndias de las cosas subçedidas e la da ysla de los caribes dende que por el mandato partí a conocer y atestigua las sobre cómo vivían los indios en pareja con los hombres cristianos della tan diabólica ysla, y en agradecer por permitir que mi fiel criado Jabibonuco viaje con este servidor hasta el Puerto de Cádiz.
Las crónicas aquí presentadas fueron encontradas en los Archivos de Indios y Eunucos en el Convento de Monjes Enclaustrados en Sevilla. Forman parte de un conjunto de crónicas que documentan las vidas de hombres europeos e indígenas que, por considerársele como seres especiales, fueron honrados con cemíes y protegidos por los caribes. Por razones de seguridad personal, el nombre del investigador que encontró y se apropió estas crónicas no será divulgado hasta tanto no se compruebe la veracidad de las mismas. Algunos de los pasajes de esta crónica fueron borrados, obligando al investigador a sugerir lo que en estos una vez se decía
Muy mi Señor mío, Marqués de Jájomebajo, si hoy le escribo estas páginas fue a sugerencias de Usted, mi más agradecido protector, y al muy diligente y anciano maestro, el Marqués de Santillana, quien arduas horas estuvo guiándome por las lenguas y letras de Usted y sus hermanos que hoy conozco, y quien quiso conocer sobre aquellos de nosotros que de otros martirios fuimos salvados. La muerte del Marqués de Bobadilla me llevó hasta hoy donde Usted y no puedo dejar de agradecer su bondad y protección.
Muchos hombres de fe han escrito las Santas Obras de su Padre y de su Hijo, el Señor Jesucristo, y otros que han puesto en palabras equivocadas las muy respetuosas obras de nuestra única Fuente de vidas, Yaya, que no ha sido con la relación entera que dello se pudiera dar, y que lo he notado particularmente en las cosas que de nuestras Fuerzas creadoras, Juracán y Yukiyú, las que nacen y regresan a la gran Fuente, he visto escritas, de las cuales, como natural de la isla de Borikén, y su madre tierra, Atabey, que fue, es siempre y será creada por ellos con sus aguas, movimientos, flores y alimentos, tengo más largas y claras noticias que la que hasta ahora los escritores han dado.
Verdad es que los hombres de fe tocan muchas cosas de las muy grandes que su Padre y su Hijo Jesucristo tuvo, pero lo que escriben sobre nuestra Fuente y sus Fuerzas son las tan cortamente que aun las muy notorias para mí (de la manera que las dicen) las entiendo mal. Por lo cual, forzado del amor natural de las aguas y los vientos, la quietud y los movimientos de las tierras, las montañas, las flores y los alimentos, las bestias que allí le habitan, las gentes de mi isla Boriken y los Jupia, que una vez fueron, me ofrecí al trabajo de escribir esta carta, donde clara y distintamente se verán cómo vivimos y ofrecemos gracias a nuestra Fuente por la continua creación de nuestras tierras, y las vidas de nuestras buenas y nobles gentes, las cosas que en Boriken había antes de que mi muy amado y bien recordado Marques de Bobadilla allí encontrase.
En todo lo demás que de aquellos indios en la isla de Boriken se puede decir por los señores y hombres de fe que la tocaron en parte o en todo; que mi intención no es contradecirles, sino servirles de comento, de intérprete en muchos vocablos y costumbres, que, como extranjeros en aquella lengua, interpretaron fuera de la propiedad de ella, según que largamente se verá en el discurso de la historia, la cual ofrezco a la piedad del que la leyere.
Viviendo o muriendo aquellas gentes Araguacu, llegados en yolas de islas más grandes a la isla de Borikén, muchos tiempos atrás de la manera que hemos oído y contado, y recordado en nuestros cemíes, permitió nuestro Yaya que dellos mismos saliese el conocimiento que les diese alguna noticia de la ley natural y respetos que los hombres debían tenerse unos a otros, y que los descendientes de aquellos Araguacu, procediendo de bien en mejor cultivasen aquellas tierras, y a sus hombres, haciéndoles capaces de razón. Después de haber dado muchas trazas y tomado muchos caminos para entrar a dar cuenta del origen y principio de los Araguacu que fueron, son y serán, me pareció que la mejor traza y el camino más fácil y llano era contar lo que en oí muchas veces acerca de este origen y principio, porque todo lo que por otras vías se dice de Yaya viene a reducirse en lo mismo que nosotros diremos, y será mejor que se sepa por las propias palabras que un Araguacu lo cuente que no por las de otros autores extraños.
Nuestra gran Fuente, Yaya, envía sus Fuerzas que ayudan a Atabey a crear las tierras, labrar sus bateyes, cultivar las plantas, los frutos como hombres racionales y no como bestias, y les pide que fuesen por do quisiesen y, doquiera que parasen a comer o a dormir, procurasen agradecer y recordar en sus cemíes las vidas de ahora y de siempre, y que a Juracán y Yukiyú, bailasen y tirasen sus flores y granos para ayudarles y agradecer los alimentos y nuevas vidas que las Fuerzas nos llevaban y traían. Viendo los grandes vientos que arropaban y cambiaban estas tierras suyas, mi gran protector, corrí a agradecerle a Juracán y darle las flores, frutos y semillas paras que a otras tierras y en otros momentos allí se cultivasen.
Mi falta de ropas y bailes era llenos de gozo y no ofensa a sus otros siervos y amigos, menos a sus hombres de fe, su Jesucristo y Dios amado.
Pero conforme a nuestra lengua, como atrás hemos dicho y diremos de la mucha significación que los Araguacu encierran en sola una palabra, Juracán, nos pide que demos gracias y ofrezcamos algo al que hace llevar estas flores, estos frutos, dándonos alimentos y vigor para vivir los que acá y allá vivíamos y los que en nuestros cemíes siguen viviendo, Entendemos los Araguacu, con lumbre natural, que se debían dar gracias y hacer alguna ofrenda al Yaya, por habernos ayudado en aquel alimento y nacer de nuevo Atabey.
De este calabozo escribo estas frasis, mi bien amado protector, en espera de aquello que dicen es la quema en la hoguera por haber servido al mal espíritu, su diablo. Cuán lejos, cuánto tiempo hace que me llegué hasta sus tierras, cuán mal fue entendido lo que pedía y sentía con mis flores, frutos y semillas a los vientos de Juracán. Mi querido protector, lejos de mi Boriken, no he sido entendido por sus sacerdotes y reyes.
En espera, en este frio aposento de la quema en la hoguera, su servidor, Jabibonuco
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Primera crónica: La Huida
La Enagua, nombre con el que bautizamos la inmensa yola, zarpó a la medianoche y después de navegar por la bahía mas exuberante que hombre haya visto alejándonos de las costas de la ysla que los nativos llaman Boriken, avistamos una goleta que nos venía siguiendo. Jabibonuco y Don Diego de Sotomayor apresurósense a apagar el burén que calentaba el casabe que habiéndonos Guanina preparado antes de partir de la ysla, era el único sustento con el cual navegaríamos toda la noche hasta avistar la primera ysla de los Caribes. Jabibonuco conocía la ruta, el valiente y leal compañero dedicábase a ayudar en la huida a los eunucos taínos y sus algunos amantes peninsulares. Érase Jabibonuco antiguo eunuco de Guanina y llevase a este servidor y su fiel enamorado hasta la ysla de los Caribes donde aposentan los amantes perseguidos por el Santo Obispo y su excelencia don Juan Ponce de León.
Las luces de las fogatas de los bateyes en los yucayeques caribes alumbrábasen las costas de las islas donde estos fuertes y altivos guerreros recibían a los que Ponce de León y el Obispo de Indias perseguían. En la madrugada cuando la yola fue avistada por las yolas de los caribes les seguimos hasta la bahía la más grande de las islas donde viven tan amables y libres gentes, las fogatas señalaban el camino hacia los yucayeques donde todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin dobleces, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas a menos que se les ataque sin aviso. Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas. Su comida es tal, que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas son encima de una estera, e cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas aquellos llaman hamacas.
A las seis horas llegamos aquí a la ysla. A ver la ysla; que si las otras ya vistas son muy hermosas y verdes y fértiles, ésta es mucho más y de grandes arboledos y muy verdes. Aquí es unas grandes lagunas, y sobre ellas y a la rueda es el arboledo en maravilla, y aquí y en toda la ysla son todos verdes y las hierbas como el abril en Andalucía; y el cantar de los pajaritos que parece que el hombre nunca se quería partir de aquí, y las manadas de los papagayos que oscurecen el sol; y aves y pajaritos de tantas maneras y tan diversas que es una maravilla. Y después hay árboles de mil maneras y todos dan de su manera fruto, y todos huelen que es maravilla, que yo estoy el más penado del mundo de no los conocer porque soy bien cierto que todos son cosa de valía y de ellos traigo la demuestra, y asimismo de las hierbas. Andando así en cerco de una de estas lagunas, vi una sierpe, la cual matamos. Ella como nos vio se echó en la laguna, nos le seguimos dentro, porque no era muy honda, hasta que con lanzas la matamos; es de siete palmos en largo; creo que de estas semejantes hay aquí en estas lagunas muchas.
De la bahía hacia el yucayeque por el camino del rio éranse unas dos leguas a caminar a las casas que dellos habitan y por estas tierras llaman bohíos. Después se llegaron a nos unos hombres de ellos, y uno se llegó aquí. Yo di unos cascabeles y unas cuentecillas de vidrio y quedó muy contento y muy alegre; y porque la amistad creciese más y los requiriese algo, le hice pedir agua. Estaban todos desnudos y en parejas abrazándose unos a otros como si fuesen mujer e hombre en mandato cristiano, que después de bien mirado todo lo que aquí he dicho, que no es toda burla lo que escribo acerca de lo acaecido en la ysla de los caribes donde iban a vivir los eunucos y sus aparejados, torne a proseguir mi relación, porque la verdadera política y agraciado componer es decir verdad en lo que he escrito. Conviene constatar aquí que la versión de Fray Abad es de igual modo una falsificación, pero lo que nos interesa es lo que narra y cómo lo narra.
La Goleta que nos seguía entró por otra bahía tomándonos de sorpresa, y matando a todos los hombres que allí se encontraban, y bajo los ruegos de mi persona, explicándole que Jabibonuco era nuestro más fiel sirviente e inocente creyente y quien me serviría por mucho tiempo, el Capitán Don Francisco de Zapatero y Aznar le perdonó la vida al enterarse que Jabibonuco quien lloraba desconsoladamente al ver a su más querida pareja don Diego de Sotomayor ser quemado en una hoguera junto a los demás hombres que aquella ysla poblaban, era ser querido de Guanina, hermana de Agueybaná y útil en la toma de las tierras del norte de la ysla de Boriken,
Esta relación general que Yo Marques de Bobadilla hago para le ynformar a nuestro representante en la tierra el Obispo de la isla de Saint Joan y a los señores de su Real Consejo de Yndias de las cosas subçedidas e la da ysla de los caribes dende que por el mandato partí a conocer y atestigua las sobre cómo vivían los indios en pareja con los hombres cristianos della tan diabólica ysla, y en agradecer por permitir que mi fiel criado Jabibonuco viaje con este servidor hasta el Puerto de Cádiz.
Saturday, December 10, 2011
Calle Canals, Santurce
Me jubilé. Qué felicidad el no tener que levantarse todas las mañanas, obligado por el ir y venir del trabajo. Quizás las tres cuadras que conforman la Calle Canals se acortan, las puedo caminar con más liviandad, y la insoportable levedad del ser no retrasa mi andar. La Calle Canals convierte el ir y venir en un círculo concéntrico, y lo reduce al punto donde nos encontramos todos y todo en mí.
La Canals es mi aleph.
Señora no estacione su monstruosa todo terreno en la acera. Todo el mundo lo hace: la mitad del carro sobre la acera y la otra sobre la Canals. Señora, si no hace mudanzas ni entrega equipos enormes, cómprese un Volkswagen. Señora, usted es la culpable de todas mis angustias y todos mis pesares. Usted llegó a mi vida, comprenda de una vez que la edad dorada no permite ir y venir dando vueltas sobre uno mismo y sobre sus carrozas blindadas. La Canals graba los pasos y recrea todas las huellas en un solo paso.
Es mi bolero.
El caminar está medido por la intención del andante y no por la distancia entres los dos polos que le dan principio y fin al trecho andado. Las aceras secuestradas por los carros, los comercios con anuncios en lenguas no habladas por los caminantes de la Canals, las alcantarillas desbordadas de aguas negras y los hoyos en la calle dejan de ser molestias matutinas para convertirse en una gran obra de arte conceptual.
Mi viaje, mi eterno viaje.
No tendré que medir el tiempo y disfrutaré del aroma de cada una de las rosas del jardín que está frente a la casa donde vive la pintora que nunca se le ve rociando sus flores, comprenderé la necesidad del octogenario dueño del puesto de verduras en la plaza de mercado de trabajar doce horas diarias, entenderé la vida de aquellos hombres que viven en matrimonio, la compararé con esta vida de solterón jubilado, estudiaré los detalles arquitectónicos estilo arte decorativo criollo - por fin puedo pronunciar su nombre – de cada una de las casas de mi querida calle.
La Canals es mi Ítaca.
¿Cuánto hace que tomé por última vez el autobús número dos de la vilipendiada Autoridad de Autobuses Metropolitanos?, nombre con rasgos fascistas, pobre reflejo del anarquismo que la caracteriza. ¿Qué pasó con el bus que se supone pasara a las ocho? Voy a llegar tarde. ¿Qué más dije? El chofer me mira con ojos de “y a mí qué”, pasa de largo cada vez que me ve en la parada número veinte. Mejor tomar el autobús que pasa a las siete, desayunar en la fonda del árabe y leer el folletín con ínfulas de periódico que nos alumbra cada nuevo día.
Regresar no consigue satisfacer los deseos de revivir lo que una vez fue sentido. Las tardes en el balcón en espera de las noticias de las nueve, la noche es para los jóvenes. ¿Cuánto hace que la tatuada muchacha estira sus piernas, alza sus brazos en perpetua oración?: yoga en el techo de la casa de apartamentos que queda directamente frente a la casa de la señora que alquila cuartos a inmigrantes dominicanos. Ella hace ejercicios de yoga; yo sólo observo. El chofer es otro, las rosas de la vecina se han marchitado, el bar de la esquina no toca música de bachata. Ni el autobús, ni la parada, ni la oficina de la pensión recuerdan.
Regresar revienta las imágenes de escenas pastorales, obliga a desmantelar esquemas y cambiar de cara ante los dos “Ghetto Brothers” en la parte de atrás del bus, molestos por no haber ganado el premio como los mejores intérpretes de música urbana. El regresar a la Canals en busca de sensaciones conocidas abre un vacio donde todos caben y no llenan. Cuando en una época no podía salir de noche, hoy floto por la calle a cualquier hora.
Decoración corporal llena de tatuajes, gafas de aviador, aretes, cejas delineadas por pincel de peluquera rubia oxigenada, a los compas de unos tambores que bloqueaban el ruido de las avenidas, centraban la atención en los dos cuerpos-grafiti ambulantes, pizarras humanas. Bajen el volumen de su radio fue seguido sin interrupción alguna por la muestra de la pistola.
La Canals es Tarantino.
La Canals huele a cloacas, a la podredumbre del trópico, a los olores que salen de las casas con sus puertas y ventanas siempre abiertas, ante el continuo calor, y por ser todos parte de la vida del otro. Olor disperso obliga a cada uno de sus habitantes a expresar su disgusto o gusto (a saber) por los gases que inundan la calle.
Calle, contadora de historias, resumes las vidas del panameño remendador de zapatos o el colombiano que vende palabras silbadas, el cubano que no tenía suficiente espacio para poder almacenar todo lo que su historia poseía, el chino que los reemplazó con un supermercado de ilusiones y fantasías, el árabe de nombre, Fouad, reducido a un simple y sencillo don Fua.
El volver es tratar de revivir lo pasado, los recuerdos siguen, la computadora no encontró rastros de mi acta de nacimiento y me deja a la merced de los burócratas para poder recibir mi pensión. No existo. ¿Por dónde estará el pordiosero a quien le regalaba las monedas?, y él, en cambio, me regalaba una sonrisa de agradecimiento. Te habrás mudado conmigo a otros planos, rehabilitado, transformado, para estar concentrado en tu más puro ser sin necesidad de pedir ni sonreír.
La Canals fue tu tango.
Las farolas no alumbran. Por los balcones, salas, aceras, comercios, alcantarillas desbordadas vuelan mis cenizas.
La Canals, mi tumba.
La Canals es mi aleph.
Señora no estacione su monstruosa todo terreno en la acera. Todo el mundo lo hace: la mitad del carro sobre la acera y la otra sobre la Canals. Señora, si no hace mudanzas ni entrega equipos enormes, cómprese un Volkswagen. Señora, usted es la culpable de todas mis angustias y todos mis pesares. Usted llegó a mi vida, comprenda de una vez que la edad dorada no permite ir y venir dando vueltas sobre uno mismo y sobre sus carrozas blindadas. La Canals graba los pasos y recrea todas las huellas en un solo paso.
Es mi bolero.
El caminar está medido por la intención del andante y no por la distancia entres los dos polos que le dan principio y fin al trecho andado. Las aceras secuestradas por los carros, los comercios con anuncios en lenguas no habladas por los caminantes de la Canals, las alcantarillas desbordadas de aguas negras y los hoyos en la calle dejan de ser molestias matutinas para convertirse en una gran obra de arte conceptual.
Mi viaje, mi eterno viaje.
No tendré que medir el tiempo y disfrutaré del aroma de cada una de las rosas del jardín que está frente a la casa donde vive la pintora que nunca se le ve rociando sus flores, comprenderé la necesidad del octogenario dueño del puesto de verduras en la plaza de mercado de trabajar doce horas diarias, entenderé la vida de aquellos hombres que viven en matrimonio, la compararé con esta vida de solterón jubilado, estudiaré los detalles arquitectónicos estilo arte decorativo criollo - por fin puedo pronunciar su nombre – de cada una de las casas de mi querida calle.
La Canals es mi Ítaca.
¿Cuánto hace que tomé por última vez el autobús número dos de la vilipendiada Autoridad de Autobuses Metropolitanos?, nombre con rasgos fascistas, pobre reflejo del anarquismo que la caracteriza. ¿Qué pasó con el bus que se supone pasara a las ocho? Voy a llegar tarde. ¿Qué más dije? El chofer me mira con ojos de “y a mí qué”, pasa de largo cada vez que me ve en la parada número veinte. Mejor tomar el autobús que pasa a las siete, desayunar en la fonda del árabe y leer el folletín con ínfulas de periódico que nos alumbra cada nuevo día.
Regresar no consigue satisfacer los deseos de revivir lo que una vez fue sentido. Las tardes en el balcón en espera de las noticias de las nueve, la noche es para los jóvenes. ¿Cuánto hace que la tatuada muchacha estira sus piernas, alza sus brazos en perpetua oración?: yoga en el techo de la casa de apartamentos que queda directamente frente a la casa de la señora que alquila cuartos a inmigrantes dominicanos. Ella hace ejercicios de yoga; yo sólo observo. El chofer es otro, las rosas de la vecina se han marchitado, el bar de la esquina no toca música de bachata. Ni el autobús, ni la parada, ni la oficina de la pensión recuerdan.
Regresar revienta las imágenes de escenas pastorales, obliga a desmantelar esquemas y cambiar de cara ante los dos “Ghetto Brothers” en la parte de atrás del bus, molestos por no haber ganado el premio como los mejores intérpretes de música urbana. El regresar a la Canals en busca de sensaciones conocidas abre un vacio donde todos caben y no llenan. Cuando en una época no podía salir de noche, hoy floto por la calle a cualquier hora.
Decoración corporal llena de tatuajes, gafas de aviador, aretes, cejas delineadas por pincel de peluquera rubia oxigenada, a los compas de unos tambores que bloqueaban el ruido de las avenidas, centraban la atención en los dos cuerpos-grafiti ambulantes, pizarras humanas. Bajen el volumen de su radio fue seguido sin interrupción alguna por la muestra de la pistola.
La Canals es Tarantino.
La Canals huele a cloacas, a la podredumbre del trópico, a los olores que salen de las casas con sus puertas y ventanas siempre abiertas, ante el continuo calor, y por ser todos parte de la vida del otro. Olor disperso obliga a cada uno de sus habitantes a expresar su disgusto o gusto (a saber) por los gases que inundan la calle.
Calle, contadora de historias, resumes las vidas del panameño remendador de zapatos o el colombiano que vende palabras silbadas, el cubano que no tenía suficiente espacio para poder almacenar todo lo que su historia poseía, el chino que los reemplazó con un supermercado de ilusiones y fantasías, el árabe de nombre, Fouad, reducido a un simple y sencillo don Fua.
El volver es tratar de revivir lo pasado, los recuerdos siguen, la computadora no encontró rastros de mi acta de nacimiento y me deja a la merced de los burócratas para poder recibir mi pensión. No existo. ¿Por dónde estará el pordiosero a quien le regalaba las monedas?, y él, en cambio, me regalaba una sonrisa de agradecimiento. Te habrás mudado conmigo a otros planos, rehabilitado, transformado, para estar concentrado en tu más puro ser sin necesidad de pedir ni sonreír.
La Canals fue tu tango.
Las farolas no alumbran. Por los balcones, salas, aceras, comercios, alcantarillas desbordadas vuelan mis cenizas.
La Canals, mi tumba.
Friday, December 9, 2011
Cielos sobre Santurce con Café Puya
Una paloma turca anuncia el
despertar, el que mejor se siente tierra adentro, un lei lo lai jíbaro y una taza de café San Pedro (suave y aromático con destellos de un dulce en la uva, activados por un ligero tueste) en mi balcón, me embelesan frente a las luces sobre Santurce, y las brisas, la agradable frescura de la madrugada. Colado y cargado, el café puya.
Sellos
Puntualmente, a las nueve estaba en fila, esperando mi turno para que el muy diligente, bien planchado y cortés oficinista (así le llaman en PR a los burócratas: oficinistas) me atendiera. Miró detenidamente mi récord en la pantalla de su ordenador, se levantó de su escritorio y abandonó la cabina detrás de la ventana de cristal que nos separaba (a la cual pegaba mi oído, ya que, por un lado, la medio sordera de viejo y por otro, lo alto del roto en el cristal por donde nos comunicábamos no permitían que entendiese muy bien el enredo que el buen empleado me trataba de explicar). Se llegó hasta otra cabina donde imprimió mi récord, regresó, me preguntó no sé qué cosa, repasó los documentos, y me dijo que los cómputos estaban mal registrados y que tenía que pasar por las oficinas centrales de la Colecturía (nombre que precisa lo que en esa oficina hacen: colectar dinero) en otra zona de la ciudad; que llevara las copias de los documentos que me iba a entregar, que allí me arreglarán los datos, los números correspondientes al estado de mis cuentas con el gobierno de la isla de los espantos, y a pagar al estado lo que el estado requiere.
Una hora en una fila para terminar siendo informado que tengo que ir a otra oficina donde otro burócrata y sabrá Dios qué más me va a decir: que los datos están mal registrados, que tengo que ir a otras oficinas, esperar, a saber cuánto voy a pagar, que no deducen mis gastos en viajes y tiempo para resolver problemas que yo no he creado, que tienen teléfonos, internet, sistemas computarizados que pueden resolver todo de lejos pero que no lo hacen por cuestión de bla, bla, bla... Al ver mi cara llena de preguntas y de resignación, el muy juicioso y eficiente oficinista, mientras me preparaba y entregaba los documentos que tendría que llevar a la otra oficina colectora, me dijo, como para darme ánimo o para sentirse que me entregaba algo concreto, que le iba a poner el sellito a los documentos. Sacó una antigua máquina de sellos y, ¡prángana!, plantó en cada hoja el logo de la Colecturía.
Conforme y sumiso, en camino a la otra oficina del mismo organismo me dirijo, con mis documentos en mano, a oír sobre procedimientos y datos, sin mucha esperanza de poder resolver el problema; aunque oficializado, en cada uno de mis papeles tengo puesto el sello, que no es el mismo que me ponían cuando era joven, y con el que me sacaban del closet. Para aquel entonces, no era el de la Colecturía el que se plantaba, era otro tipo de sello. Nada de máquinas. Se señalaba con el dedo a quien fuesen a sellar. Luego, se pasaba el mismo dedo por la lengua, se marcaba la palma de la otra mano con el dedo ensalivado, se formaba un puño con la mano del dedo ensalivado y se remataba el sello, dando con el puño sobre la palma de la mano. Era un sello que marcaba y al que muchos se referían con un, ¡Qué sello tiene!
¿Sería el sello que le planté al oficinista cuando me fijé en sus acicalados dedos y camisita ajustada lo que le llevó a sentirse solidario, ponerme un sello mental y luego ponerme el otro sello, el de la Colecturía?
Una hora en una fila para terminar siendo informado que tengo que ir a otra oficina donde otro burócrata y sabrá Dios qué más me va a decir: que los datos están mal registrados, que tengo que ir a otras oficinas, esperar, a saber cuánto voy a pagar, que no deducen mis gastos en viajes y tiempo para resolver problemas que yo no he creado, que tienen teléfonos, internet, sistemas computarizados que pueden resolver todo de lejos pero que no lo hacen por cuestión de bla, bla, bla... Al ver mi cara llena de preguntas y de resignación, el muy juicioso y eficiente oficinista, mientras me preparaba y entregaba los documentos que tendría que llevar a la otra oficina colectora, me dijo, como para darme ánimo o para sentirse que me entregaba algo concreto, que le iba a poner el sellito a los documentos. Sacó una antigua máquina de sellos y, ¡prángana!, plantó en cada hoja el logo de la Colecturía.
Conforme y sumiso, en camino a la otra oficina del mismo organismo me dirijo, con mis documentos en mano, a oír sobre procedimientos y datos, sin mucha esperanza de poder resolver el problema; aunque oficializado, en cada uno de mis papeles tengo puesto el sello, que no es el mismo que me ponían cuando era joven, y con el que me sacaban del closet. Para aquel entonces, no era el de la Colecturía el que se plantaba, era otro tipo de sello. Nada de máquinas. Se señalaba con el dedo a quien fuesen a sellar. Luego, se pasaba el mismo dedo por la lengua, se marcaba la palma de la otra mano con el dedo ensalivado, se formaba un puño con la mano del dedo ensalivado y se remataba el sello, dando con el puño sobre la palma de la mano. Era un sello que marcaba y al que muchos se referían con un, ¡Qué sello tiene!
¿Sería el sello que le planté al oficinista cuando me fijé en sus acicalados dedos y camisita ajustada lo que le llevó a sentirse solidario, ponerme un sello mental y luego ponerme el otro sello, el de la Colecturía?
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