Tuesday, September 17, 2019

TOLERANCIA Y GUACHAFITA

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define el vocablo guachafita como alguien falto de seriedad, orden o eficiencia. Este vocablo es usado de distintas maneras a través de Latinoamérica, a veces es deletreado con hache en vez de ge, pero el significado es más o menos el mismo. Su uso en Puerto Rico ha ido desapareciendo; los guachafitas, no. Andan por ahí a tutiplén. No dudo que tenga origen arahuaco o quechua o guaraní. Los viajes y mercados influyen los usos y códigos del lenguaje; y los hablantes de quechua, arahuaco y guaraní hace rato que andan viajando, vendiendo, comprando y hablando entre ellos y con otros. 

“Su obra es innovadora, de un valor literario extraordinario”: díjo un editor-mercader de libros. Cubra los gastos que se lo publicamos. Sí, Pepe hubiese dicho mi abuela, quien desconfiaba de los guachafitas de verbo rápido y halagador. La necesidad de crear falsas expectativas no se limita a los mercaderes de libros ni a los políticos de turno. Se encuentra en el diario vivir de todos nosotros: los médicos que te dan cita a una hora para luego encontrarse uno con un montón más de pacientes con cita a la misma hora; la señora de clase media que estaciona su todo terreno frente la entrada del garaje de tu casa y dice, sin mucha preocupación, “yo vuelvo rápido”; la amiga que no se plantea el que puedas tener otros compromisos, “paso por allá entre jueves y domingo”; la empleada de oficina que se pone a hablar con sus compañeros mientras el cliente espera pacientemente; el chofer de taxis que se niega poner el metro y quiere cobrarte un suma exorbitante para un viaje de San Juan a Santurce.

Crear falsas expectativas está basado en el engaño, en el deseo de hacer creer que algo va a ocurrir. Y mientras esperas, el guachafita logra las metas concretas que le motivan a formular la ilusión de que te están sirviendo, ayudando, “algo va a pasar”. El editor-mercader busca dinero y mientras lo consigue te otorga el premio de la letras, el médico en algún momento te dedicará diez minutos para hacerte creer que le preocupa tu salud, la amiga espera que surja algo más importante que tu compañía y con la posible visita te convierte en su persona más importante, la empleada espera lograr estar de buenas con sus compañeros, el chofer de taxi espera explotar a todo el que pague sin protestar. Los guachafitas están todos por ahí, mercaderes de deseos.

Todos “guachafamos”: el político que nunca implantará políticas discriminatorias; el sacerdote que te ofrece el paraíso si le confiesas tus pecadillos; la madre que te seduce con amores para que no le crees problemas; este escritor quien espera cambiar a todos los lectores para que disminuyan un poco la “huachafería” y mejorar un poco el país. Y uno frente a ese juego cargado de ex[ectativas, tolera. Tolera porque es más difícil cambiar patrones culturales, nocivos o no, que seguirle el rumbo a los guachafitas.


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