Gay y ¿Qué?
Los ojos saltones radiaban soberbia, sus labios apretados controlaban la burla, el “ay chus” que tantas veces oí. Su parentesco no le dejaba sentir compasión, y menos deseos de aceptar que yo no había escogido ser homosexual. Imposible dejarle saber que ya a la temprana edad de diez años sentía una extraña atención hacia los varones. Tampoco podía entender como su odio y el odio colectivo, el desprecio de tantos, me acechaban todo el tiempo, que las llagas que me salían por todo el cuerpo eran productos de un estado emocional al borde de un colapso. Nada fácil para un hombre gay el haber tenido que crecer en una sociedad donde era motivo de burla, palizas, señalado como culpable.
La biblia y su auto nominarse cristiana no servían de nada cuando el asunto tenía que ver con la sexualidad. Parábolas como la que habla sobre la samaritana y la compasión de Jesús eran conveniente citadas, muy parecido a los políticos que citan fuera de contexto. Su biblia era un texto donde no existían las contradicciones ni función histórica. La posibilidad de que, de ella haber nacido en los tiempos del antiguo testamento, hubiese sido esclava y justificado por su biblia no se le pasaban por su mente. Su soberbia era más extensa que su capacidad para conocer y crecer.
Es admirable ver como tantos hombres y mujeres de mi generación, la que creció antes de la liberación y discusión pública sobre este tema, han podido sobrevivir sin suicidarse. Callando, pretendiendo ser lo que no eran, jugándole el juego a los heterosexuales, estudiaron, trabajaron, ayudaron a levantar el país rodeados de una opresión sicológica, verbal y en muchos casos, física. En mi pueblo contaban la historia de unos hermanos que le trataron de quitar la “patería” a un joven de unos catorce años hundiéndole un tizón en el ano. Como si hubiese sido la inspiración para la canción de Willi Colón, “El Gran Varón”, años más tarde este joven se prostituyó y luego murió de sida.
Hoy, en mi tercera edad pudiese retirarme tranquilamente a escribir versos existenciales e intimistas, a sembrar flores en el jardín, y a callar aquellos temas a los que tanto miedo le tenemos. Callar sería claudicar. Callar sería permitir que sigan los abusos, la alta tasa de suicidios y adicciones entre jóvenes adolescentes con orientación homosexual. Callar implicaría reprimir para pretender que soy feliz y que estoy bien integrado en mi cómoda vida de pequeño burgués. Callar satisfacerla a muchos, pero no a los que no debemos callar.
Saturday, October 17, 2009
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