Los ojos saltones radiaban soberbia, sus labios apretados controlaban la burla, el “ay chus” que tantas veces repetían los malandrines del pueblo, salieron sin pestañear de sus labios. Automática, su respuesta. Su preparación como profesora de literatura no incluía sentir compasión, y menos deseos de aceptar que no se escogía ser homosexual. Era imposible dejarle saber que ya a la temprana edad de diez años yo sentía una extraña atención hacia los varones. Tampoco podía entender como su odio y el odio colectivo, el desprecio de tantos, me acechaban todo el tiempo, que las llagas que me salían por todo el cuerpo eran productos de un estado emocional al borde de un colapso. Nada fácil para un joven gay el haber tenido que crecer en una sociedad donde era motivo de burla, palizas, señalado como culpable.
La biblia y su auto nominarse cristiana no servían de nada cuando el asunto tenía que ver con la sexualidad. Parábolas como la que habla sobre la samaritana y la compasión de Jesús eran convenientemente citadas, muy parecido a los políticos que citan fuera de contexto. Su biblia era un texto donde no existían las contradicciones ni función histórica. La posibilidad de que, de ella haber nacido en los tiempos del antiguo testamento, hubiese sido esclava, apedreada, y justificado por su biblia, no le pasaban por su mente. Su soberbia era más extensa que su capacidad para conocer y crecer.
Es admirable ver como tantos hombres y mujeres de la generación que creció antes de la liberación y discusión pública sobre este tema han podido sobrevivir sin suicidarse. Han callado, pretendido ser lo que no son; seguido el juego de los heterosexuales; estudiaron, trabajaron, ayudaron a levantar el país, rodeados de una opresión sicológica, verbal y en muchos casos, física. En el pueblo contaban la historia de unos hermanos que le trataron de quitar la “patería” a un joven de unos catorce años, hundiéndole un tizón en el ano. Como si hubiese sido la inspiración para la canción de Willi Colón, “El Gran Varón”, años más tarde este joven se prostituyó y luego murió de sida.
La vida de Lorca no estaba dentro de las listas de lecturas asignadas. El preguntar por qué disparó su homofóbico discurso activó el respaldo de uno y otro compañero: “Ay chus”. De una clase de literatura hispánica nos movimos a una de moral cristiana. Su intransigencia la llevó a examinar cada texto dentro de los cánones que su concepción de dicha moral le sugería, y al estar asediado por su coro griego, “ay chus”, una vez más abandoné otra versión del circo romano: asignaturas, trabajos, familia, la isla del encanto.
Friday, February 25, 2011
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