Sunday, June 26, 2011

Los Chinos y el Culo (a work in progress)

Querido Ano,

Pronto mis ex-compañeros de escuela celebran las no sé cuántas décadas de haberse graduado de la escuela secundaria, en aquel caluroso y árido (en muchos sentidos) pueblo caribeño. No es de dudar que recuerden, como todo aquel que vive de la nostalgia, los momentos felices, las dedicadas maestras, los que no están con nosotros. Orarán por la salud de todos, la salvación de los que se han perdido, y por el bienestar de los abnegados y devotos. Callarán (después de todo, es una fiesta) los atropellos que vivieron algunos, la extrema pobreza de otros, el racismo y clasismo, apellidos, clubes privados, clanes e historias familiares que todas las tardes y días de fiesta, al salir de la escuela y regresar a sus hogares, los separaba; y en gran medida todavía los segrega. Algunos, los que gustaban de practicar ciertas extrañas formas de seducción, esconderán en los más adentro de sus conciencias el “chino” que usaban para avergonzar y hostigar a los “amanerados” (esto no necesita definirse), los que no respondían a los mores que guiaban (guían) y restringían (restringen) el comportamiento tradicional de hombres y mujeres.

“Dar chino”, en la jerga de los adolescentes puertorriqueños de aquella época consistía en acercársele por detrás a un hombre y pretender que le iban a penetrar sexualmente. Nunca lo hacían en privado. Frente al grupo (nunca lo hacían por sí solos), el atrevido, el busca bullas, el titerito, se acercaba y “daba chino”. Las carcajadas de los otros, que observaban la burla, el atropello que sufrían los hostigados, a los que le “daban chino”, aumentaban en la medida en que atrevían defenderse. Los que no, los que no se atrevían ni protestar continuaban sufriendo la otra forma de burla, la que gritaban a todas horas, por todos lados, por todos aquellos, adultos y jóvenes, que creían que era un chiste abusar de los demás, gritarle, “ay, chus”.

Crecer y poder escapar del chino, del “ay chus”, de la vida sofocante y opresiva del pueblo intolerante permite encontrar el camino de la paz interna, de saber que si sales a la calle no vas a ser víctima del chiste cruel, del charlatán y el sinvergüenza que hacen de ti presa fácil de sus dotes de petite fascista. Un camino que te lleva a conocerte, otras preguntas, otras epistemologías sobre quién eres y qué representas. No tener que enfrentarte al chino no termina el continuo indagar sobre tu función mas allá de lo biológico, si comes o no fibras, si disfrutas o no el eros. Crecer te lleva a apreciarte como signo y significado de que, junto a tus otros miembros, eres parte esencial del ser completo. Desde el que ese par de nalgas pueden ser vendidas a lo JLo hasta aceptar que la manchita encima de la raja, tu raja, no es un lunar sensual, seductor; es indicio de que tienes ascendencias africanas y tainas.

Te criaron como blanco, te elogiaron como blanco, te usaron como blanco por ser blanco, te dieron chino por ser más blanco en aquel pueblo de “negros” (eso oíste muchas veces, “ese es un pueblo de negros” y ser “blanco” allí, como en todas las culturas americanas, era una ventaja). Pues no, que la manchita era lo que por ahí llaman una “mancha mongólica”, medio azulita la marquita. Carimbo sin el calor del hierro. Decoración que reafirma tus múltiples funciones, identidades: en un momento, motivo para que te “dieran chino”, y luego, dato científico que te define, participa en la construcción de tu yo universal.

(No se pierdan los próximos capítulos)

1 comment:

alfavil said...

No me gusta el título. Se debiera llamar "Recibiendo Chinos" --mucho más ambiguo!