“I live in
a colonial city” no fue dicho ni con la vergüenza, ni con el sarcasmo del
colonizado. Fue dicho con aplomo, obvio orgullo. Sus inquietas manos y brazos, gestos,
movimientos de los ojos, subida del metal de voz, y respiración profunda acompañaron
su bien fundamentado discurso sobre las ciudades coloniales de las Américas, y la firme aseveración en respuesta al (“small
talk”) comentario, “you seem to like colonial cities”, que sirvió de pausa entre su extensa cátedra sobre
las ciudades coloniales y la anteriormente citada respuesta.
“Quebec is
a colonial city” reafirmó el muy dramático monsieur, con su pelo revuelto, una
sonrisa algo burlona, bastante entrado en años, y muy consciente de su pedigrí
cultural, en un café del pintoresco barrio
de Saint Jean Baptiste. Situado al otro
lado de las murallas, el barrio es lo mas bohemio que se puede encontrar en la
bastante conservadora y nacionalista ciudad (Si Montreal recuerda la vida
cosmopolita, Quebec evoca un pasado colonial que no deja de estar presente). El barrio Baptiste sirve de puerta al mundo más allá
de las lindas casas coloniales en el Vieux Quebec.
“What
brought you to the city of Quebec?” fue la pregunta que guiaba el verdadero interés del monsieur. Disfrazada de discurso intelectual, su nada sutil curiosidad era averiguar quiénes eran estos tan dispares personajes, que
hablaban inglés como segunda lengua (uno francófono y el otro mas difícil de categorizas).
No era que el monsieur estuviese tan interesado en las ciudades coloniales, desde Cartagena de Indias hasta San Juan de
Puerto Rico; es que estaba interesado en saber qué hacia un hombre pardo,
extranjero, bastante mayorcito en compañía de un tatuado, pelirrojo joven quebequense.
“And how did you guys meet?” no consiguió la
respuesta deseada. Un relato tan largo y complicado es muy difícil de explicar
en un ratito. Se le aclaró
que el viejo y el joven eran compadres, y para eliminar cualquier posibilidad
de duda - que los personajes no eran lobos o ingenuas caperucitas, se le mostraron
fotos de la familia boricua-quebequense.
La verdad adquirió carácter de fábula
ante los incrédulos ojos del colonialista (nada de colonizador). Ni las fotos
de los ahijados y compadres parecían convencer al monsieur, que entre el joven y el viejo solo había una gran
amistad y compadrazgo; que no eran zorros personificando gentes ni malvadas viejas
locas brujas en busca de comerse vivos a inocentes ninos.
El monsieur,
al igual que otros, entendía muy bien las historias de las colonias en las Américas,
las relaciones económicas, culturales entre los países, sus coordenadas históricas, y políticas, pero se le hacía difícil entender como dos
personas tan dispares podían ser compadres y mucho menos amigos. No lo decía pero
sus gestos lo delataban.
La incredulidad
del monsieur no era nada distinta a muchos otros, amigos y parientes, que
tampoco pueden entender una amistad entre un viejo y un joven. Si no caben
dentro de los esquemas interpretativos que usan para explicar un dado fenómeno,
no puede ser cierto.
“A country
is an abstraction” fue la seca y tajante contestación a la pregunta, “And what is your position with
regards to the relationship betwenn Quebec and Canadá?” Nada de polémicas sobre hegemonía cultural o poderío
imperial entre un país y otro. Su postura era completamente pragmática, en función
de las relaciones económicas entre ambas partes y la necesidad de mantener un
continuo diálogo entre anglo Canadá y su contraparte quebequense.
“We’ve got
to go, meeting the kids and their mother, but let’s hope we see each other
again,”
Otra vez
los ojos del monsieur reflejaron duda, desconcierto, cuando se le dijo que, aunque
los nenes no hablaban inglés o español, y el padrino no hablaba francés, se
llevaban y entendían de las mil maravillas.
“We’ll do.
Lo que no
es una abstracción son las relaciones entre la gente, entre compadres y
comadres, ahijados y padrinos, amantes y vecinos, viejos y jóvenes, las substancias
que empatan a los humanos. Del monsieur
haberse enterado como el pardo y el pelirrojo se conocieron, a saber cuál hubiese
sido su cátedra; otro cuento.
La despedida
completó un ciclo, selló un microcosmos, un efímero momento cargado de ideas, prejuicios, dudas y
posibilidades en un café en el otro San Juan Bautista, no el del Caribe, el de
Quebec. Juntos, todos juntos.