Thursday, July 16, 2015

PINTAUÑAS EN SANTURCE

Uñas, pintar uñas era lo que siempre quise hacer. Cuando se lo dije a mis padres, Troya; aquello fue Troya.

Mi madre, horror; mi padre, resignado, mi abuela de infarto y mi hermano mayor se mudó de casa; mis maestros en San Ignacio, estupefactos. Ni a la universidad ni de grand tour por Europa, las uñas eran mi norte.

Fina, me decían mis nuevos compañeros en el Instituto de Estética y Banca, el que está por La Dieciocho en Santurce. Imagínate y que llamarle a un barrio, La Dieciocho.

"¡Ay, chus!" me gritaban en San Ignacio.

Fina y porque tenía una dicción impecable y, pues, era obvio que yo era un blanquito de Guaynabo. Blanquita, of course, de rigueur, gracias. Y en el Instituto, casi todos eran más obscuritos, más plebe, aunque, alguna que otra se sentía chic.

¡Ay, chus por tener esta voz tan afeminada. ¿Qué esperaban con esta voz? ¿Que me dedicara a las humanidades en Harvard o leyes en Georgetown? Porfapliiis.

Entre el ay chus de San Ignacio y el fina de La Dieciocho, dame el fina como texto y figura de quién es y será el mejor artista de uñas, y esta colección de uñas artificiales lo atestiguan. Y para la belleza máxima en un set de uñas hay que ser fina y divina.

Divinas como mis uñas Nefertiti, con su rojo subido,  es el color favorito de cierto tipo de clienta y el que uso cuando pinto la colección en honor a la reina egipcia, cuyo busto tuve el gusto de admirar durante uno de mis viajes con mis padres. Fuimos dos veces, por Uropa. Es que así es como lo pronuncia la señora que limpia en casa, Uropa.

Me llevaron a Berlín y allí vi su cara. No tenía uñas, pero su bien delicado y delineado rostro, su tocado de cabeza y accesorios me abrieron el apetito por la estética y mi especialidad, las uñas.

Adoro las uñas. No paro de admirarlas en todas sus manifestaciones. Las que se me hace un poco difícil manejar son las de los faquires hindúes, largas y curvilíneas. No, no he pintado uñas de faquires ni pienso hacerlo. Son las que componen la colección Fakir, a las que me refiero. Pintar cada recoveco de un set de las Fakirs me toma dos o tres días. Las Nefertiti tardan menos. Sigo el modelo del antiguo Egipto y las pinto de distintos tonos de rojo subido.

Una clienta afro descendiente, es que ahora a la gente negra le llaman afro descendientes, cuando vio la foto del busto de la Nefertiti y le conté la historia de la hermosa mujer, me miró disgustada, como cuestionando el que le ofreciese el modelo de las uñas de una mujer negra. Tengo la leve impresión que algo en mí le molestaba; y no eran las uñitaaaas.

Esa cliente llegó donde mí porque es amiga, so she thinks, de una cliente muy rica. Lo que ella no sabe es que su supuesta amiga la desprecia a ella tanto o más que el desprecio que ella pueda sentir por mí.

Su muy buena amiga se refiere a ella como la negrita, y luego añade su nombre. ¡Amigas!, ja ja. Hello, is somebody there?

Al final, mi clienta afro-descendiente terminó comprando las uñas de la colección Harlem Renassaince, con sus copias de piedritas preciosas y colores sicodélicos. Fueron inspiradas en las uñas de la atleta… ¿Cómo se llamaba? No importa.

No le dije la historia de las uñas Harlem Renaissance a la supuesta amiga de su supuesta amiga, que no fuese a sentirse ofendida. Lo de Harlem Renassaince es porque en ese barrio niuyorkino comenzó la etapa más contemporánea en la historia de la pintura de uñas. Una historia maravillosa.

Las antiguas egipcias se pintaban las uñas de acuerdo a su estatus social. Entre más alta su posición social en la escala, la que por aquel entonces ellos usaban, más subido el rojo del esmalte.

La supuesta amiga de los supuesta amiga quería que yo le pegara las uñas postizas. Le dije que no, que solo pintaba obras de arte. Pinto la colección y otra las pega. Yo no toco dedos. Pinto uñas artificiales, and that’s it. Que se vaya donde cualquier beautician de barrio.

Frente a las barbaridades que piden ciertas clientes que están bajo mi nivel, callo. Mi educación en San Ignacio me permitió aprender a morderme la lengua y guardar mis garras, que bien sabes que más que garras o uñas, pueden ser hidráulicas o, para los bien chic, uñas con rayitos laser.

¡Divina! Me siento divina.

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