Friday, February 9, 2018

TIERRA SOBRE LA PIEL Y EL ALMA

El que observa a la familia clase media, con sus mores y logros, no puede concluir que siempre fue así. Después que mis hermanos mayores se fueron de la casa, la pobreza y miedo a seguir empeorando era tal que llegó un momento cuando mis padres terminaron alcoholizándose. Mi padre lo fue desde muy joven, pero en esa época empeoró, y mi madre lo acompañaba. No es hasta que me fui a la universidad que comenzó una nueva etapa en mi vida. En la Católica de Ponce encontré la tranquilidad. En Guayama viví rodeado de violencia, alcoholismo y poco interés en mi educación por parte de mis padres. Comía y dormía rodeado de aquella miseria. Siempre en espera de la próxima paliza; los intentos de suicidio; los "ataques de nervios"; el ser despertado a mediado de la noche; las pesadillas. Mis vecinos y hermanas ya casadas veían la situación, me invitaban y proveían cierto grado de confort, de entretenimiento. Dos de mis vecinas eran maestras y comentaban con otros docentes en el pueblo sobre la situación en la que me estaban criando. Mis maestros sirvieron de apoyo. No puede olvidarse, como marca en la piel, a una de las vecinas, cuando yo iba de camino para la escuela, que me llamó, sacó un peine y arregló mi pelo; o, por alguna razón que no recuerdo, dentro de unos de mis salones, darme cuenta que las manchas obscuras en la piel de mis brazos era tierra acumulada. Tendría unos doce años. Por la tarde, cuando llegué a casa, agarré una toalla y restregué todo mi cuerpo con fuerza hasta asegurarme que mi piel estaba limpia y por ahí seguir camino hasta el alma. 

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