Ding, ding fue el timbre que sonó cuando ladraron los perros de su padre en el teléfono celular. El Porsche destruido. El timbre del móvil, ladridos, y las sirenas de las ambulancias servían de banda sonora, fondo. La Tellado, "que estaba tan tranquila, disfrutando de esa calma, de un amor que ya pasó", cantaba, su bolero, su épica.
15 de febrero - (un año más tarde)
A las cinco de la madrugada en el norte (ocho a.m. montevideana), el café con leche protege - juega, quizás - contra el ruido del viento y el cambiante reflejo de luz, transformada por el baile de los copitos de nieve.
La tormenta le da voz a la señal de tránsito, el metal, su flecha negra se mueve y grita desesperada, "desvío"; emite un crujido a son de hierro y aluminio, el grito que se pierde en la frontera con el de placer, ante lo invasivo del temporal.
No era nieve lo que caía en la carretera ínterbalnearia. Era agua y vientos australes. El Porsche destruido. Su voz en la cama del hospital en Maldonado. ¿Montevideo?
- ¿Qué hago aquí?
- El Porsche, ¿de quién era?
- De su padre.
Espera, la nave del olvido no ha partido, del olvido, continúa dando vueltas en un recuerdo que no tiene sujetos claros. El brillo de la tableta descansa, espera por otro timbre para prender y seguir con su trabajo: responder a su sistema en virtud de lo que la Tellado le cante en cualquier momento, salir del estar aturdida. Ding.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment