El premio mayor se lo ganó la espera.
Luz que iluminas la habitación, alumbra mi sendero.
Todas las almas en busca de amor no lo encuentran.
Espacio que ubicas esta casa, céntrame en ti mismo.
Caminar por las calles de eros reemplaza el corazón con el culo.
Líneas que marcan los lindes, sepárenme de las puertas.
Amar nunca es igual aunque se escribe de la misma manera.
Colores alumbrados por la luz, iluminen mis criterios.
La deshonestidad del amante no se excusa con dinero.
Paredes ubicando espacios, centren mis deseos.
El desprecio del amigo no conlleva un premio mayor.
Cuadrados encerrados por líneas, controlen mis laureles.
Tuesday, October 27, 2009
Monday, October 26, 2009
Thursday, October 22, 2009
Tedio de la Tercera Edad
Esperando por Godot
Anoche memoricé la guía
La guía telefónica
La guía completa
Desde la a hasta la zeta
Cada nombre bajo cada letra.
http://memoriasdeungaysesenton.blogspot.com/2013/10/para-combatir-el-alzheimer.html
Anoche memoricé la guía
La guía telefónica
La guía completa
Desde la a hasta la zeta
Cada nombre bajo cada letra.
http://memoriasdeungaysesenton.blogspot.com/2013/10/para-combatir-el-alzheimer.html
Sunday, October 18, 2009
Acapulco
Se desaparecía por días y noches. Cuando regresaba trataba de subsanar asperezas con boleros corta venas, “Acuérdate de Acapulco, de aquella noche…… “
Nunca me llevó a ningún sitio y menos a Acapulco
Nunca me llevó a ningún sitio y menos a Acapulco
El Maestro de Chelsea
"¡Couture!", me gritó desde la esquina de la Octava Avenida y la Calle Catorce.
¡Couture!
En la Habana, ella, de quien les hablo, era parte de los grupos más atrevidos. Profesor de literatura, de día, en una escuela secundaria. De noche, jinete de caballos extranjeros.
“Too much”, le hubiesen contestado los chicos que asistían a las inmensas discotecas neoyorquinas en los años setenta, época de discotecas, drogas y Gloria Gaynor; acompañados siempre por el chasquear de las yemas de los dedos mientras hacían un círculo con el brazo derecho, “too much”.
El llegó en los ochenta, en bote, se certificó como maestro bilingüe, mudó al barrio gay de Nueva York: Chelsea, y dejó de trabajar como jinetero. En Nueva York, también encontró un “crowd too much” entre los chicos conocidos como musco-locas de Chelsea.
En la Habana participó en actividades subversivas, junto a los grupos dedicados a transformar el contenido del discurso político-cultural. En Nueva York sus esfuerzos los canalizó hacia los grupos que transforman la forma; el contenido de los discursos subversivos ya no le interesan.
En la Habana, la forma que atacaba era la literaria; siempre supeditada al contenido. En Nueva York, la físico-personal. Su cuerpo es delineado por los mejores pinceles del Gimnasio Chelsea, y las revistas de modas: pantalones estilizados, recorte de pelo, casi rapado, con patillas.
De la Habana tuvo que salir por haber dicho cosas desestabilizadoras. En Nueva York se queda para convertirse en un maniquí ambulante.
De la Habana tuvo que salir por leer a Genet. En Nueva York sus estudiantes solo leen el Siglo de Oro. “Y ni eso entienden”
Nuestras conversaciones se convirtieron en monólogos que giraban sobre si mismos. Yo, en busca de comprobarle sus contradicciones. Él buscaba temporizar mis gustos. Un día, hasta llegamos a gritarnos.
La última vez que lo vi, al ver mis enrollados pantalones de hilo, me gritó con voz sumamente estilizada, "couture".
“No, nene, se me rompió el ruedo”. Loca pendeja, pensé.
¡Couture!
En la Habana, ella, de quien les hablo, era parte de los grupos más atrevidos. Profesor de literatura, de día, en una escuela secundaria. De noche, jinete de caballos extranjeros.
“Too much”, le hubiesen contestado los chicos que asistían a las inmensas discotecas neoyorquinas en los años setenta, época de discotecas, drogas y Gloria Gaynor; acompañados siempre por el chasquear de las yemas de los dedos mientras hacían un círculo con el brazo derecho, “too much”.
El llegó en los ochenta, en bote, se certificó como maestro bilingüe, mudó al barrio gay de Nueva York: Chelsea, y dejó de trabajar como jinetero. En Nueva York, también encontró un “crowd too much” entre los chicos conocidos como musco-locas de Chelsea.
En la Habana participó en actividades subversivas, junto a los grupos dedicados a transformar el contenido del discurso político-cultural. En Nueva York sus esfuerzos los canalizó hacia los grupos que transforman la forma; el contenido de los discursos subversivos ya no le interesan.
En la Habana, la forma que atacaba era la literaria; siempre supeditada al contenido. En Nueva York, la físico-personal. Su cuerpo es delineado por los mejores pinceles del Gimnasio Chelsea, y las revistas de modas: pantalones estilizados, recorte de pelo, casi rapado, con patillas.
De la Habana tuvo que salir por haber dicho cosas desestabilizadoras. En Nueva York se queda para convertirse en un maniquí ambulante.
De la Habana tuvo que salir por leer a Genet. En Nueva York sus estudiantes solo leen el Siglo de Oro. “Y ni eso entienden”
Nuestras conversaciones se convirtieron en monólogos que giraban sobre si mismos. Yo, en busca de comprobarle sus contradicciones. Él buscaba temporizar mis gustos. Un día, hasta llegamos a gritarnos.
La última vez que lo vi, al ver mis enrollados pantalones de hilo, me gritó con voz sumamente estilizada, "couture".
“No, nene, se me rompió el ruedo”. Loca pendeja, pensé.
Saturday, October 17, 2009
Sobre el Ser Gay
Gay y ¿Qué?
Los ojos saltones radiaban soberbia, sus labios apretados controlaban la burla, el “ay chus” que tantas veces oí. Su parentesco no le dejaba sentir compasión, y menos deseos de aceptar que yo no había escogido ser homosexual. Imposible dejarle saber que ya a la temprana edad de diez años sentía una extraña atención hacia los varones. Tampoco podía entender como su odio y el odio colectivo, el desprecio de tantos, me acechaban todo el tiempo, que las llagas que me salían por todo el cuerpo eran productos de un estado emocional al borde de un colapso. Nada fácil para un hombre gay el haber tenido que crecer en una sociedad donde era motivo de burla, palizas, señalado como culpable.
La biblia y su auto nominarse cristiana no servían de nada cuando el asunto tenía que ver con la sexualidad. Parábolas como la que habla sobre la samaritana y la compasión de Jesús eran conveniente citadas, muy parecido a los políticos que citan fuera de contexto. Su biblia era un texto donde no existían las contradicciones ni función histórica. La posibilidad de que, de ella haber nacido en los tiempos del antiguo testamento, hubiese sido esclava y justificado por su biblia no se le pasaban por su mente. Su soberbia era más extensa que su capacidad para conocer y crecer.
Es admirable ver como tantos hombres y mujeres de mi generación, la que creció antes de la liberación y discusión pública sobre este tema, han podido sobrevivir sin suicidarse. Callando, pretendiendo ser lo que no eran, jugándole el juego a los heterosexuales, estudiaron, trabajaron, ayudaron a levantar el país rodeados de una opresión sicológica, verbal y en muchos casos, física. En mi pueblo contaban la historia de unos hermanos que le trataron de quitar la “patería” a un joven de unos catorce años hundiéndole un tizón en el ano. Como si hubiese sido la inspiración para la canción de Willi Colón, “El Gran Varón”, años más tarde este joven se prostituyó y luego murió de sida.
Hoy, en mi tercera edad pudiese retirarme tranquilamente a escribir versos existenciales e intimistas, a sembrar flores en el jardín, y a callar aquellos temas a los que tanto miedo le tenemos. Callar sería claudicar. Callar sería permitir que sigan los abusos, la alta tasa de suicidios y adicciones entre jóvenes adolescentes con orientación homosexual. Callar implicaría reprimir para pretender que soy feliz y que estoy bien integrado en mi cómoda vida de pequeño burgués. Callar satisfacerla a muchos, pero no a los que no debemos callar.
Los ojos saltones radiaban soberbia, sus labios apretados controlaban la burla, el “ay chus” que tantas veces oí. Su parentesco no le dejaba sentir compasión, y menos deseos de aceptar que yo no había escogido ser homosexual. Imposible dejarle saber que ya a la temprana edad de diez años sentía una extraña atención hacia los varones. Tampoco podía entender como su odio y el odio colectivo, el desprecio de tantos, me acechaban todo el tiempo, que las llagas que me salían por todo el cuerpo eran productos de un estado emocional al borde de un colapso. Nada fácil para un hombre gay el haber tenido que crecer en una sociedad donde era motivo de burla, palizas, señalado como culpable.
La biblia y su auto nominarse cristiana no servían de nada cuando el asunto tenía que ver con la sexualidad. Parábolas como la que habla sobre la samaritana y la compasión de Jesús eran conveniente citadas, muy parecido a los políticos que citan fuera de contexto. Su biblia era un texto donde no existían las contradicciones ni función histórica. La posibilidad de que, de ella haber nacido en los tiempos del antiguo testamento, hubiese sido esclava y justificado por su biblia no se le pasaban por su mente. Su soberbia era más extensa que su capacidad para conocer y crecer.
Es admirable ver como tantos hombres y mujeres de mi generación, la que creció antes de la liberación y discusión pública sobre este tema, han podido sobrevivir sin suicidarse. Callando, pretendiendo ser lo que no eran, jugándole el juego a los heterosexuales, estudiaron, trabajaron, ayudaron a levantar el país rodeados de una opresión sicológica, verbal y en muchos casos, física. En mi pueblo contaban la historia de unos hermanos que le trataron de quitar la “patería” a un joven de unos catorce años hundiéndole un tizón en el ano. Como si hubiese sido la inspiración para la canción de Willi Colón, “El Gran Varón”, años más tarde este joven se prostituyó y luego murió de sida.
Hoy, en mi tercera edad pudiese retirarme tranquilamente a escribir versos existenciales e intimistas, a sembrar flores en el jardín, y a callar aquellos temas a los que tanto miedo le tenemos. Callar sería claudicar. Callar sería permitir que sigan los abusos, la alta tasa de suicidios y adicciones entre jóvenes adolescentes con orientación homosexual. Callar implicaría reprimir para pretender que soy feliz y que estoy bien integrado en mi cómoda vida de pequeño burgués. Callar satisfacerla a muchos, pero no a los que no debemos callar.
Friday, October 16, 2009
Gender Fucking
Querer estar en un hotel de Cancún no es lo mismo que estarlo, tirado en una silla de playa, junto a la piscina, mirada hacia el mar, con una margarita en la mano, encantado de la vida, semblante de hombre de mundo, chispa en la pupilas, y al verla pasar, susurrar un piropo a tan bellas curvas feneminas, y luego, después de que se fije en mí, decirle: "Hola, que tal".
Divina, diría la Luchi.
La Luchi es una de mis mejores amig@s. Es un hombre gay; ¿y qué, si le queremos decir La Luchi? ¿A qué se oponen? ¿Al uso de un término femenino para referirse a un hombre? ¿Y qué? ¿No eran feministas? Se parecen a mis amigos izquierdistas que se burlan de los negros, e imitan sus acentos.
Contradictorios, dirían La Luchi.
Querer estar en Cancún y pretender que eres heterosexual, no es lo mismo que serlo, sonriendo levemente, formando un círculo medio apretado con tus libidinosos labios, guiñando suavemente un ojo, y después de alzar la copa de vino y atraerle con una sonrisa, decirle, me encantan tus pulseras.
Atrevida, diría La Luchi.
La luchi ensalza con sus adjetivos, eleva con sus halagos, sostiene emocionalmente con su apoyo, descubre en el otro cualidades que el otro, valga la redundancia, no reconoce. ¿A qué le tienen miedo? ¿A la libertad de ser? ¿Al sueño?
Reprimidas, diría La Luchi.
Divina, diría la Luchi.
La Luchi es una de mis mejores amig@s. Es un hombre gay; ¿y qué, si le queremos decir La Luchi? ¿A qué se oponen? ¿Al uso de un término femenino para referirse a un hombre? ¿Y qué? ¿No eran feministas? Se parecen a mis amigos izquierdistas que se burlan de los negros, e imitan sus acentos.
Contradictorios, dirían La Luchi.
Querer estar en Cancún y pretender que eres heterosexual, no es lo mismo que serlo, sonriendo levemente, formando un círculo medio apretado con tus libidinosos labios, guiñando suavemente un ojo, y después de alzar la copa de vino y atraerle con una sonrisa, decirle, me encantan tus pulseras.
Atrevida, diría La Luchi.
La luchi ensalza con sus adjetivos, eleva con sus halagos, sostiene emocionalmente con su apoyo, descubre en el otro cualidades que el otro, valga la redundancia, no reconoce. ¿A qué le tienen miedo? ¿A la libertad de ser? ¿Al sueño?
Reprimidas, diría La Luchi.
Wednesday, October 14, 2009
Julio, Y el neo conservadurismo
Julio tiene 30 años y meses, de vivir sobre la tierra, pero en la cara de susto y ansiedad parece mucho más viejo, angustiado. Acaba de perder el trabajo y su enorme talento y destrezas en el manejo de las computadoras no le sirvió de nada. Por edad, quizás otra razón dijo, lo despidieron junto a miles más de empleados. Los directores y cocorocos fríamente decidieron.
“El frio tapó la brutalidad cometida por los cocorocos: salieron de muchos pero que muchos talentos y dejaron muchas pero que muchas batatas en el gobierno. Para mejorar hay que buscar lo mejor y lo mejor puede que este afuera, y, obviamente, no está en el gobierno. Este gobierno completito no ha sabido manejar tan delicada situación. Ellos son los que deben estar fuera, por incompetentes. Nos botaron y fuá”, dijo Julio.
“Así fue, fuá, y luego les iba a ocurrir un milagro. Se van tantos y tantos miles y todo mejora, ingenuos. ¿Quién decidió quien se iba, qué criterios usaron, y si pensaban en mejorar los servicios e infraestructura, por qué echan sin criterios muy claros?” Todas estas preguntas y respuestas entre Julio y el entrevistador seguían sin tener un fin inmediato. La entrevista parecía una retahíla de quejas, análisis, reflexiones; todas validas.
Julio, su nombre es ficticio, es otro número más en las listas de órdenes que les entregaron a los jefes de agencias y otros menos poderosos (los que dan la cara por aquellos que se encuentran fuera del país en exposiciones de carros, cocteles en Washington, buscando casa de invierno en Aspen).
Julio, un tipo común, también tiene que irse de viaje, abandonar su familia para irse a buscar trabajo. De irse a los Estados Unidos, tendrá que competir no sólo en cuanto a cuan diestro es en su especialidad o experiencia de trabajo, aprender el manejo de unas dinámicas sociales/laborales bastante intensas últimamente y no muy receptivas a los nuevos migrantes.
Julio no tiene plan médico y la hipoteca tiene que pagarla con el salario de su esposa, dependienta en una mega tienda. Los años le suceden rápidamente en las arrugas que se le forman mientras enhebra quejas, miedos, proyectos, la escuela católica de los nenes es cara, y su urbanización es buena, tranquila La mirada de disgusto ante la algo inapropiada y cínica pregunta del entrevistador, si la oficina de Heredia ofrece becas, silenció por largo rato la entrevista.Tiene familia en Orlando y conocidos en Nueva York; se arrimará con alguien, de tener que irse.
En mi casa de migrantes se han refugiado muchos: amigos, sobrinos, primos, conocidos de alguien. Unos buscaban trabajo, otros escapaban el pasado, y algunos, su salud. Para cada migrante hay otro migrante esperando, que entiende.
“El frio tapó la brutalidad cometida por los cocorocos: salieron de muchos pero que muchos talentos y dejaron muchas pero que muchas batatas en el gobierno. Para mejorar hay que buscar lo mejor y lo mejor puede que este afuera, y, obviamente, no está en el gobierno. Este gobierno completito no ha sabido manejar tan delicada situación. Ellos son los que deben estar fuera, por incompetentes. Nos botaron y fuá”, dijo Julio.
“Así fue, fuá, y luego les iba a ocurrir un milagro. Se van tantos y tantos miles y todo mejora, ingenuos. ¿Quién decidió quien se iba, qué criterios usaron, y si pensaban en mejorar los servicios e infraestructura, por qué echan sin criterios muy claros?” Todas estas preguntas y respuestas entre Julio y el entrevistador seguían sin tener un fin inmediato. La entrevista parecía una retahíla de quejas, análisis, reflexiones; todas validas.
Julio, su nombre es ficticio, es otro número más en las listas de órdenes que les entregaron a los jefes de agencias y otros menos poderosos (los que dan la cara por aquellos que se encuentran fuera del país en exposiciones de carros, cocteles en Washington, buscando casa de invierno en Aspen).
Julio, un tipo común, también tiene que irse de viaje, abandonar su familia para irse a buscar trabajo. De irse a los Estados Unidos, tendrá que competir no sólo en cuanto a cuan diestro es en su especialidad o experiencia de trabajo, aprender el manejo de unas dinámicas sociales/laborales bastante intensas últimamente y no muy receptivas a los nuevos migrantes.
Julio no tiene plan médico y la hipoteca tiene que pagarla con el salario de su esposa, dependienta en una mega tienda. Los años le suceden rápidamente en las arrugas que se le forman mientras enhebra quejas, miedos, proyectos, la escuela católica de los nenes es cara, y su urbanización es buena, tranquila La mirada de disgusto ante la algo inapropiada y cínica pregunta del entrevistador, si la oficina de Heredia ofrece becas, silenció por largo rato la entrevista.Tiene familia en Orlando y conocidos en Nueva York; se arrimará con alguien, de tener que irse.
En mi casa de migrantes se han refugiado muchos: amigos, sobrinos, primos, conocidos de alguien. Unos buscaban trabajo, otros escapaban el pasado, y algunos, su salud. Para cada migrante hay otro migrante esperando, que entiende.
Wednesday, September 30, 2009
Desahuciado por la moda
El espejo da la espalda
De espaldas
Cuando se entra a la última edad
El espejo se aleja de ti.
Eras el chico
El de a puño limpio
El otro también eras
El de los libros
Pato
El afeminado
Cobarde
Aterrorizado
El chico que quiso
Que quiso ser
Todos los chicos
A la vez.
De espaldas
Cuando se entra a la última edad
El espejo se aleja de ti.
Eras el chico
El de a puño limpio
El otro también eras
El de los libros
Pato
El afeminado
Cobarde
Aterrorizado
El chico que quiso
Que quiso ser
Todos los chicos
A la vez.
Monday, September 28, 2009
Octubre
La lectura del relato me centró una vez más. ¿Cuántas veces lo he leído durante esta temporada? “En octubre las hojas son más anaranjadas y amarillas, hoy se ven menos brillantes.” Octubre trae mucho más que el otoño.
“¿De qué hablo? En octubre siempre me llega la nostalgia. ¿Por qué hablo de ecología y colores, cuando sólo los estados de ánimo me interesan?” Las ideas se intercalan y forman telarañas lingüísticas me dijo el, valga la redundancia, el lingüista. “De ti y de mí hablo, de nuestros estados de ánimo. Me repito. ¿Por qué me repito todo el tiempo? La edad nos lleva a repetirnos, a reafirmar nuestra existencia y memoria, a recalcar nuestra existencia.”
Los pasos se van haciendo lentos, muy lentos. “En octubre camino hacia el bosque que queda al norte de la casa, del pueblo, la provincia, el país, el continente. Quebec es lo más norte del norte. Al sur de la casa están las fincas de maíz, Montreal, Nueva York, la barbarie. Mis pasos los sigue el camino que voy dejando, la ventana de la habitación en el ático que mira hacia el norte, hacia el bosque, y las huellas en las hojas secas trituradas por mis pasos.”
Pinos y matorrales me reciben, luces entrecortadas por las ramas y colores me alumbran el camino. “No hay osos en este bosque.” No hay lobos en este bosque. “Ruidos de hojas cayendo y ecos.” Oigo ecos.
El bosque me llama por las tardes, todas las tardes de octubre. Me aleja de los vaivenes y palabras quebequenses de mi familia adoptiva. Ellos me adoptaron a mí y yo a ellos. Me ven caminar hacia el bosque y les cambia el semblante, les da miedo. Las pasiones de familia, de niños asertivos, de padres directos y amorosos, gritones a veces, a veces susurran, son reemplazadas por el silencio. El bosque me arropa, me devuelve al útero para comenzar de nuevo. El bosque me cuida,
“Be careful, Yerardo.” Qué difícil se le hace a los franceses y quebequenses pronunciar ese fonema. Mi nombre es Gerardo, les grito, repito el ge y sonríen. Me contestan en francés. Para los quebequenses, al igual que todas las culturas que viven en dos lenguas, el cambio de una a otra nunca es completamente puro; esto es, de haber pureza en los idiomas. No la hay. Tampoco en el bosque ni en las familias o el individuo. Con la mía en Quebec, mis impurezas no son motivo de miedo. Jugar con sus hijos, llevarlos a comer no es motivo para que se me vea como un depredador. Cuan distinto a algunos miembros de mi familia biológica. Tan bíblicos y tan poco cristianos.
La luz de octubre es pálida, y pálidos son los colores, alumbrando el camino y bañando de rosados y celestes, el terreno mojado, el aire con sus canicas de vapor flotante.
La luz Se filtra a través de las ramas, unas frondosas y otras anunciando su otoño, mi otoño. Camino lentamente hacia un claro, allí descanso, y regreso.
“Be careful, Yerardo.” Los oigo decir, y a sonreír todos.
“¿De qué hablo? En octubre siempre me llega la nostalgia. ¿Por qué hablo de ecología y colores, cuando sólo los estados de ánimo me interesan?” Las ideas se intercalan y forman telarañas lingüísticas me dijo el, valga la redundancia, el lingüista. “De ti y de mí hablo, de nuestros estados de ánimo. Me repito. ¿Por qué me repito todo el tiempo? La edad nos lleva a repetirnos, a reafirmar nuestra existencia y memoria, a recalcar nuestra existencia.”
Los pasos se van haciendo lentos, muy lentos. “En octubre camino hacia el bosque que queda al norte de la casa, del pueblo, la provincia, el país, el continente. Quebec es lo más norte del norte. Al sur de la casa están las fincas de maíz, Montreal, Nueva York, la barbarie. Mis pasos los sigue el camino que voy dejando, la ventana de la habitación en el ático que mira hacia el norte, hacia el bosque, y las huellas en las hojas secas trituradas por mis pasos.”
Pinos y matorrales me reciben, luces entrecortadas por las ramas y colores me alumbran el camino. “No hay osos en este bosque.” No hay lobos en este bosque. “Ruidos de hojas cayendo y ecos.” Oigo ecos.
El bosque me llama por las tardes, todas las tardes de octubre. Me aleja de los vaivenes y palabras quebequenses de mi familia adoptiva. Ellos me adoptaron a mí y yo a ellos. Me ven caminar hacia el bosque y les cambia el semblante, les da miedo. Las pasiones de familia, de niños asertivos, de padres directos y amorosos, gritones a veces, a veces susurran, son reemplazadas por el silencio. El bosque me arropa, me devuelve al útero para comenzar de nuevo. El bosque me cuida,
“Be careful, Yerardo.” Qué difícil se le hace a los franceses y quebequenses pronunciar ese fonema. Mi nombre es Gerardo, les grito, repito el ge y sonríen. Me contestan en francés. Para los quebequenses, al igual que todas las culturas que viven en dos lenguas, el cambio de una a otra nunca es completamente puro; esto es, de haber pureza en los idiomas. No la hay. Tampoco en el bosque ni en las familias o el individuo. Con la mía en Quebec, mis impurezas no son motivo de miedo. Jugar con sus hijos, llevarlos a comer no es motivo para que se me vea como un depredador. Cuan distinto a algunos miembros de mi familia biológica. Tan bíblicos y tan poco cristianos.
La luz de octubre es pálida, y pálidos son los colores, alumbrando el camino y bañando de rosados y celestes, el terreno mojado, el aire con sus canicas de vapor flotante.
La luz Se filtra a través de las ramas, unas frondosas y otras anunciando su otoño, mi otoño. Camino lentamente hacia un claro, allí descanso, y regreso.
“Be careful, Yerardo.” Los oigo decir, y a sonreír todos.
Saturday, September 26, 2009
El Gringo Chulo y su Comadre
Oiga COMPADRE o, perhaps, comadre, pues bien,
I am hostile but you are the típico gringo pendejo
que le vende el alma al diablo, reique vende sonrisas
por todos lados… Cuando me dijiste en tu primer mensaje,
“I will make your time worth tralalalala”, me dije,
“what a fuck I am going to have”, and then after
such an offer of services to be delivered, not even a hard on.
“Well loca vieja”, I said to myself, “since he said I never do this,
only today because of the money, be patient with him do not demand for the cock to perform”; para luego darme cuenta que tú, comadre, quizás eras una loca más viviendo de viejos ilusos en busca de mucho love. Qué cosa comadre, usted viviendo con un compadre que en realidad, most probably is himself another BIG Comadre, pues tú no sabes lo que es compadrazgo, y si tu compadre le ensena el culo a otros compadres es una comadre o mejor una loca tusa. Al ver que tu eres otra comadre, que se yo como viven los gringos chulos y mentirosos, me dije, “el gringo es una loca pendeja, que se hace pasar por buena como son los gringos risueños, sacándole el vivir a los viejos”. “DO NOT FORGET WHAT YOU SAY AND WRITE, AND IT does not have to be about sex." Aunque los Chamanes lo limpien, el gringo continúa como la Condolezza Rice, otra grandísima pendeja que disfruta de sacarle el vivir a los viejos. Hostility?????, como dicen los puertorros, el que se dobla mucho se le ve el culo y el tuyo está bien sucio.
I am hostile but you are the típico gringo pendejo
que le vende el alma al diablo, reique vende sonrisas
por todos lados… Cuando me dijiste en tu primer mensaje,
“I will make your time worth tralalalala”, me dije,
“what a fuck I am going to have”, and then after
such an offer of services to be delivered, not even a hard on.
“Well loca vieja”, I said to myself, “since he said I never do this,
only today because of the money, be patient with him do not demand for the cock to perform”; para luego darme cuenta que tú, comadre, quizás eras una loca más viviendo de viejos ilusos en busca de mucho love. Qué cosa comadre, usted viviendo con un compadre que en realidad, most probably is himself another BIG Comadre, pues tú no sabes lo que es compadrazgo, y si tu compadre le ensena el culo a otros compadres es una comadre o mejor una loca tusa. Al ver que tu eres otra comadre, que se yo como viven los gringos chulos y mentirosos, me dije, “el gringo es una loca pendeja, que se hace pasar por buena como son los gringos risueños, sacándole el vivir a los viejos”. “DO NOT FORGET WHAT YOU SAY AND WRITE, AND IT does not have to be about sex." Aunque los Chamanes lo limpien, el gringo continúa como la Condolezza Rice, otra grandísima pendeja que disfruta de sacarle el vivir a los viejos. Hostility?????, como dicen los puertorros, el que se dobla mucho se le ve el culo y el tuyo está bien sucio.
From the Vividora to the Hustler
A vividora is one of those words that can stimulate different sensations: erotic, sinister, clever, and dishonest. It is a word whose masculine counterpart, vividor, would not be used to describe the same qualities when applied to a woman nor would elicit the same reactions. A vividor is not erotic. On the other hand, the word used to describe a male vividor in English, hustler, can suggest similar reactions as vividora does, but not the same moral judgments. A vividora has greater possibilities of redemption than a hustler.
Those of us who have been exposed to both, hustlers and vividoras, know that when looking for support or compassion will find that vividoras are not judged as harsh as a relationship with a hustler would be. Recently I was a victim of a hustler, and of a vividora a few years ago. When telling the story of both situations it was quite interesting to see how people react: A smile for the vividora, harsh moral judgments for the hustler.
Answers to this moral contradiction are quite obvious: when the situation is between a man and a woman is not as disturbing as when it is between a man and a man. When there is the possibility of sex, the judgment is worse. But isn’t the same lack of moral principles operating in both instances? Dishonesty and opportunism are not determined by the sex of the players but by the act. Or are we closer to the fifteenth century Versailles court where ridicule was the political strategy to be used and widely approved?
Is it quite acceptable to be dishonest as long as it is between a man and a woman? Aren’t those making the judgments as guilty of the malady as those involved in it since moral relativism is the principle they are actually applying and not honesty regardless of the players. Not really, as this brief analysis of the world of hustlers and vividoras and the men who experience it. There are more of us than the reigning petite bourgeoisie moral framework would like to suggest. In terms of feminist liberation there is greater acceptance for the immoral woman than for the inmoral man.
Those of us who have been exposed to both, hustlers and vividoras, know that when looking for support or compassion will find that vividoras are not judged as harsh as a relationship with a hustler would be. Recently I was a victim of a hustler, and of a vividora a few years ago. When telling the story of both situations it was quite interesting to see how people react: A smile for the vividora, harsh moral judgments for the hustler.
Answers to this moral contradiction are quite obvious: when the situation is between a man and a woman is not as disturbing as when it is between a man and a man. When there is the possibility of sex, the judgment is worse. But isn’t the same lack of moral principles operating in both instances? Dishonesty and opportunism are not determined by the sex of the players but by the act. Or are we closer to the fifteenth century Versailles court where ridicule was the political strategy to be used and widely approved?
Is it quite acceptable to be dishonest as long as it is between a man and a woman? Aren’t those making the judgments as guilty of the malady as those involved in it since moral relativism is the principle they are actually applying and not honesty regardless of the players. Not really, as this brief analysis of the world of hustlers and vividoras and the men who experience it. There are more of us than the reigning petite bourgeoisie moral framework would like to suggest. In terms of feminist liberation there is greater acceptance for the immoral woman than for the inmoral man.
Friday, September 25, 2009
Wednesday, September 23, 2009
Tolerancia y Guachafitas
El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define el vocablo guachafita como alguien falto de seriedad, orden o eficiencia. Este vocablo es usado de distintas maneras a través de Latinoamérica, a veces es deletreado con hache en vez de ge, pero el significado es más o menos el mismo. Su uso en Puerto Rico ha ido desapareciendo; los guachafitas, no. Andan por ahí a tutiplén.
Su obra es innovadora, de un valor literario extraordinario me dijo un editor-mercader de libros. Cubra los gastos que se lo publicamos. Sí, Pepe hubiese dicho mi abuela, quien desconfiaba de los guachafitas de verbo rápido y halagador. La necesidad de crear falsas expectativas no se limita a los mercaderes de libros ni a los políticos de turno. Se encuentra en el diario vivir de todos nosotros: los médicos que te dan cita a una hora para luego encontrarse uno con un montón más de pacientes con cita a la misma hora, la señora de clase media que estaciona su todo terreno frente la entrada del garaje de tu casa y dice sin mucha preocupación, “yo vuelvo rápido”, la amiga que no se plantea el que puedas tener otros compromisos, “paso por allá entre jueves y domingo”, la empleada de oficina que se pone a hablar con sus compañeros mientras el cliente espera pacientemente, el chofer de taxis que se niega poner el metro y quiere cobrarte un suma exorbitante para un viaje de San Juan a Santurce.
Crear falsas expectativas está basado en el engaño, en el deseo de hacer creer que algo va a ocurrir. Y mientras esperas, el guachafita logra las metas concretas que le motivan a formular la ilusión de que te están sirviendo, ayudando, “algo va a pasar”. El editor-mercader busca dinero y mientras lo consigue te otorga el premio de la letras, el médico en algún momento te dedicará diez minutos para hacerte creer que le preocupa tu salud, la amiga espera que surja algo más importante que tu compañía y con la posible visita te convierte en su persona más importante, la empleada espera lograr estar de buenas con sus compañeros, el chofer de taxi espera explotar a todo el que pague sin protestar. Los guachafitas están todos por ahí, mercaderes de deseos.
Todos “guachafamos”: el político que nunca implantará políticas discriminatorias; el sacerdote que te ofrece el paraíso si le confiesas tus pecadillos; la madre que te seduce con amores para que no le crees problemas; este escritor quien espera cambiar a todos los lectores para que disminuyan un poco la “huachafería” y mejorar un poco el país. Y uno frente a ese jugar con las expectativas, tolera. Tolera porque es más difícil cambiar patrones culturales, nocivos o no, que seguirle el rumbo a los guachafitas.
Su obra es innovadora, de un valor literario extraordinario me dijo un editor-mercader de libros. Cubra los gastos que se lo publicamos. Sí, Pepe hubiese dicho mi abuela, quien desconfiaba de los guachafitas de verbo rápido y halagador. La necesidad de crear falsas expectativas no se limita a los mercaderes de libros ni a los políticos de turno. Se encuentra en el diario vivir de todos nosotros: los médicos que te dan cita a una hora para luego encontrarse uno con un montón más de pacientes con cita a la misma hora, la señora de clase media que estaciona su todo terreno frente la entrada del garaje de tu casa y dice sin mucha preocupación, “yo vuelvo rápido”, la amiga que no se plantea el que puedas tener otros compromisos, “paso por allá entre jueves y domingo”, la empleada de oficina que se pone a hablar con sus compañeros mientras el cliente espera pacientemente, el chofer de taxis que se niega poner el metro y quiere cobrarte un suma exorbitante para un viaje de San Juan a Santurce.
Crear falsas expectativas está basado en el engaño, en el deseo de hacer creer que algo va a ocurrir. Y mientras esperas, el guachafita logra las metas concretas que le motivan a formular la ilusión de que te están sirviendo, ayudando, “algo va a pasar”. El editor-mercader busca dinero y mientras lo consigue te otorga el premio de la letras, el médico en algún momento te dedicará diez minutos para hacerte creer que le preocupa tu salud, la amiga espera que surja algo más importante que tu compañía y con la posible visita te convierte en su persona más importante, la empleada espera lograr estar de buenas con sus compañeros, el chofer de taxi espera explotar a todo el que pague sin protestar. Los guachafitas están todos por ahí, mercaderes de deseos.
Todos “guachafamos”: el político que nunca implantará políticas discriminatorias; el sacerdote que te ofrece el paraíso si le confiesas tus pecadillos; la madre que te seduce con amores para que no le crees problemas; este escritor quien espera cambiar a todos los lectores para que disminuyan un poco la “huachafería” y mejorar un poco el país. Y uno frente a ese jugar con las expectativas, tolera. Tolera porque es más difícil cambiar patrones culturales, nocivos o no, que seguirle el rumbo a los guachafitas.
Tuesday, September 22, 2009
El Tio Pato
Se acuerdan del Tío Mac Pato, el tío del Pato Donald, el tío gruñón y avaro?
No, no es ese tío gruñón, avaro el que es verdaderamente pato.
El tío pato, del que se habla por detrás, nunca de frente, es un pato metafórico.
El tío pato, al que se le quiere tanto, al que no se le invita a la casa, las fiestas, bautizos, cumpleaños, que eso se pega o se ve mal frente a sus más dignos invitados.
Los nenes le quieren tanto, de lejitos, después que no se les acerque el tío pato.
No el Tío Mac Pato, el otro tío. El tío pato.
No, no es ese tío gruñón, avaro el que es verdaderamente pato.
El tío pato, del que se habla por detrás, nunca de frente, es un pato metafórico.
El tío pato, al que se le quiere tanto, al que no se le invita a la casa, las fiestas, bautizos, cumpleaños, que eso se pega o se ve mal frente a sus más dignos invitados.
Los nenes le quieren tanto, de lejitos, después que no se les acerque el tío pato.
No el Tío Mac Pato, el otro tío. El tío pato.
Y Entonces...
Y entonces
Quien último te acompaña durante la tercera edad es tu salud, tus ritmos vitales y tus manías de viejo. Y te preguntas, y entonces, qué hago para continuar la vida estructurada para los que vienen y no los que nos vamos.
Dormir como un bebé no se aplica a los sesentones. Me quedé dormido a las ocho de la noche, desperté a las 11:30, me dormí de nuevo para ser despertado por la alarma de fuego, activada por un apagón del sistema eléctrico, la tecnología me arregla los huesos y me despierta todas las noches, me duermo de nuevo, alarma de nuevo a las 4:00 am. Me levanté, y como dice el hermoso bolero de Sylvia Rexach, "Y entonces", donde la sentencia es a la misma vez pregunta y función léxica: conjunción o adverbio o simplemente pausa estilística; decidí seguir el día.
"Y entonces....", pausa, para luego seguir con la canción, sirve de fuente del conocer revelado, ausencia del dato organizado o sistémico en su naturaleza. Naturaleza y sistema se contradicen, siempre viven como hermanas jamonas, pegadas una a la otra: la mayor gana, la más vieja, aquella que la misma naturaleza en sí misma es. Naturaleza que me lleva a desear; el sistema, a controlar.
No salga de noche, don Gerardo. Y entonces.
Quien último te acompaña durante la tercera edad es tu salud, tus ritmos vitales y tus manías de viejo. Y te preguntas, y entonces, qué hago para continuar la vida estructurada para los que vienen y no los que nos vamos.
Dormir como un bebé no se aplica a los sesentones. Me quedé dormido a las ocho de la noche, desperté a las 11:30, me dormí de nuevo para ser despertado por la alarma de fuego, activada por un apagón del sistema eléctrico, la tecnología me arregla los huesos y me despierta todas las noches, me duermo de nuevo, alarma de nuevo a las 4:00 am. Me levanté, y como dice el hermoso bolero de Sylvia Rexach, "Y entonces", donde la sentencia es a la misma vez pregunta y función léxica: conjunción o adverbio o simplemente pausa estilística; decidí seguir el día.
"Y entonces....", pausa, para luego seguir con la canción, sirve de fuente del conocer revelado, ausencia del dato organizado o sistémico en su naturaleza. Naturaleza y sistema se contradicen, siempre viven como hermanas jamonas, pegadas una a la otra: la mayor gana, la más vieja, aquella que la misma naturaleza en sí misma es. Naturaleza que me lleva a desear; el sistema, a controlar.
No salga de noche, don Gerardo. Y entonces.
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