Monday, July 25, 2011

Matrimonios

De todas las anécdotas que he leído sobre las bodas gays en Nueva York, este domingo de integración a la vida hetero-normativa pequeño burguesa, una revela mucho más que la aplicación de los derechos civiles o el sentimentalismo de telenovela latinoamericana. En Queens, cuando llegaba la pareja de novios y se acercaban al juez que los iba a casar, el testigo o padrino (no sé cómo se les llama en esos casos) gritó, “Here comes the bride”, y uno de los novios, sin perder tiempo y con el cinismo y rapidez que caracteriza al gay en pie de rápida defensa le ripostó, “don’t go lesbian on me now”. ¡Carajo, que ya basta con los modelos externos que se tienen que aguantar!

Y si este micro relato da la impresión que me burlo, pues no, que cuando vi las dos señoras de más de setenta y cinco años, juntas por muchas décadas, salir de las oficinas municipales, acompañadas por su enfermera y certificadas como parejas oficiales, se me salieron las lágrimas. No fue llanto por lo bello del matrimonio; fue por el hecho de que se les reconoce su existencia y no le pueden negar lo que les pertenece.

Llanto que trajo a colación los recuerdos del momento cuando llegaron los familiares de una ex pareja, después de su muerte, y se llevaron del apartamento todo lo que “les pertenecería” o cuando en el entierro de otra ex pareja, una amiga heterosexual en Alemania (La BK) tuvo que enfrentarse a los familiares del difunto para que mi corona de flores pudiese estar al lado del ataúd. Pero para lograr el respeto de los otros se necesita algo que va más allá de las leyes o los ritos…

(Quizás, debido a las muchas ex parejas es que el matrimonio oficializado por el estado es difícil de tragar. Y que no se confunda esto con los derechos, que un asunto no depende del otro...)

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