Es que no puedo, no puedo tolerar los homos que apoyan a la derecha. No los entiendo. Y mucho menos cuando una buchota (derivado de la palabra inglesa butch; y si quieren saber la definición, vayan al diccionario) forma un circulo con los dedos pulgar e índice de su mano derecha, los alza al estilo de los cantantes de flamenco y mientras los baja, dice, bien macharrana, que ella vota por los estadistas.
Quien conoce al partido político que representa a los estadistas en la isla de los espantos sabe que este partido está dirigido y controlado por los talibangélicos, y que si estos fascistoides siguen en el poder, los hombres y mujeres al margen del margen en este gauteriano jardín del mundo van a tener que esconderse o si no, aguantar los atropellos de los talibangelicos. Es que no se da cuenta que puede ser estadista y no fascista. No creo. La partidocracia parece controlar el cerebro de los votantes en este reguero de país. Por Dios, que siguen, al igual que muchos otros, defendiendo partidos que no representan sus intereses, y nada que ver con el status político de la islita de los espantos.
Usted vota, me preguntó, después de su muy gesticulada postura. No, le dije. Cachapera pendeja, pensé, pero no lo dije por temor a que me acusara de homofóbico o, peor, me invitara a pelear en la calle. Ya uno sabe como son las lesbianas estadistas.
Y yo que iba en busca de una copita para relajarme en el Tía María de la de Diego terminé atolondrado por la negación de algunos gays boricuas. Por cierto, el ron Barrilito con una pizca de naranja agria estaba delicioso.
No, no me tomé el Barrilito en el Tía María. Me lo tomé en casa mientras escribía este relato sobre cabezas dislocadas.
Saturday, January 21, 2012
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