Quise escribir una oda de tono elevado, alabar sus heroicos caminos de domingo en domingo en busca del otro, quizás de sí mismos, y andar tras sus sombras, las que una vez dejaron en el Chelsea de antes, cuando por sus ventanas todavía se oía el español puertorriqueño, antes de que las musco-locas poblaran sus puertas.
Quise honrarlos con una oda muy lirica, elogiar aquellos pioneros del hoy barrio de moda, recordar sus marchas de domingo en domingo, los culos enmarcados en fajas vaqueras, para evitar ser confundidos con las avecillas vestidas de guinga, los patos de Broadway, sus Garland suicidas, las Streisand del Julius, del Duplex, en crisis Marie, coristas histéricas, augurios de muertos.
Quise recoger las vidas de ustedes, pobladores del mítico Chelsea, contar sus pasos, señalar las vergüenzas que otros sintieron, mostrar el placer, el desfile hacia el Ty’s pseudo-vaquero, para luego seguirlos muy tarde, muy tarde hasta llegar donde el Anvil poblado de cueros; y no pude escribir la oda, ni apuntar sus caras, sus nombres; son tantos y tantos, que hoy no los recuerdo.
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