La Voz de Machito González
— Mis queridos radioescuchas. Nada como una cumbia para despertar nuestra sensualidad. Y nada menos que una cumbia cantada por una mujer, La Reina del Chocolate. En este año de la mujer, ya que todos los demás años son los años de los hombres. No, mis queridas radioescuchas, para este su locutor de siempre,todos los años, todos los meses, todas las semanas, todos los días, todas las horas, todos los minutos y todos los segundos son sus años, sus meses, sus semanas, sus días sus horas, sus minutos y sus segundos. Sin ustedes mis queridas radioescuchas, qué sería de este su locutor, su eternamente agradecido Machito González. Y ahora vamos a la segunda llamada del día. Buenas tardes doña Ana Torres. Nombre de mujer de peso. De los Sures de Brooklyn. Y para complacer a doña Ana y a todas las damitas elegantes y guapas de Brooklyn, un bolero del recuerdo,
— “Sin ti la vida es nada...”
— ¿Y me llamas para decirme que esas dos veletas se están quedando en casa?
Una voz que acompañaba la novena, las conversaciones de ventana en ventana, los teenagers del apartamento de arriba...
— Joe di Magio. Bum, bum, vogue, vogue.
— ¡Ay, Dios mío!, perdóname. No me dejan rezar. La pareja de viejos fiesteros....
— Tanta vanidad. Tanta hipocresía.
— Señoras y señores dejen que corra la voz. Que se enteren todos.
— Santa María, madre de Dios.
— Dejen que se enteren todos.
— No podemos rezar. Vivir en este edificio es un infierno. Esa gritería. Estos apartamentos pegados unos de otros. Este calor. Suerte que ahorita llega el otoño. Que sea lo que Dios quiera. Empecemos de nuevo.
— Ave María purísima.
Carmelita durante aquel rosario juraba que se iba a marear y luego sentía que se elevaba. En sin pecado concebida fue cuando sintió que verdaderamente se elevaba, se quedó tiesa. Dios te Salve María continuaba y Carmelita en un estado catatónico se elevaba a otros planos. El rosario paró de súbito cuando una de las vecinas preguntó,
— Por Dios, Carmelita, ¿qué te pasa?
— Yo no sé, parece que está en un trance. Debe ser el calor.
— ¡Ay!, mi hija, tú no puedes rezar oyendo ese radio. Bien sabes que somos católicos.
Cuando le quitaron el radio, volvió en sí. El 1812 de Tchaikovski nunca había logrado llevarla a aquel estado, la desconectó de todo tipo de sentimiento, pensamiento y ruidos de los vecinos.
— Que yo soy buen salsero. El mejor de todo el bloque. Y no me gusta el rapeo americano.
— Boricua, mi familia. Uao. Uao. Que chévere, mano.
— Esos viejos son patos. Maricones.
— Pendejos, maricón, tu madre.
— No le hagas caso, mamá. Es el calor.
— Ave María purísima...
(Tomado de la novela Radio Transistor. Terranova Editores, 20011)