Wednesday, September 5, 2012

Manhattan es mi terapia

La terapeuta me sugirió que controlara los vicios. Y su forma de ver el mundo, ¿quién lo controla? ¡Allá ella, si no quiere crecer! Los vacíos pos terapéuticos me obligan a enmarcarme en una etapa. Hoy, supongo que debo partir de una postura económica cronológica y concluir que tengo suficientes años para ya haberme madurado hacia la clase media o haberme hecho intelectual de modales europeizados y hablar haute criollo, tratar de aparecer en las páginas literarias, en los cuadros que recuerdan el momento cuando aquel o el otro estuvieron en tal o cual conferencia y discutieron a Borges y sus marcos filosóficos, universales. Es que no puedo; prefiero leer a los que me hablan sobre asuntos cercanos a sus vidas sin tratar de ser parte del mundo entero; claro el mundo occidental es al que ellos se refieren. Mi terapeuta es freudiana.

Mi terapeuta me llevó, no fue ella, fue su conversación, hasta el East Village – Loisaida para los boricuas – donde vive la significativa otra, la que fue presidenta de mi clase graduanda. Siempre se creyó que era más fast que yo. Pues no lo es. Porque yo aprendí en las mejores barriadas de la isla; y ella, ella lo aprendió en la pequeñita realidad de la clase media, bien pequeño burguesa, de lejos, en la urbe Sanjuanera. Yo no. Yo me crié entre, 'Mira, baja si no quieres que suba, oíste.' Ella se cree muy too much. Ay nena, porfaplis, yo sé que lo de ella es todo afectación literaria, a lo Jean Genet. Regresó de Francia a documentar cultura popular, pliis. Yo no. Yo la viví.

La significativa otra anda buscando textos antiguos que describan a los obreros que emigraron a las colonias. A todas las colonias, desde Alaska hasta la Patagonia. Supongo que quiere re-escribir las crónicas. Por poco sucumbo ante sus maquinaciones. Después de visitarla, caminé desde Rivington hasta la Quince, visité al Ariel, pasé por la Taza de Oro, abarrotada como siempre, ordené una mixta para llevar, y cuando llegué a mi apartamento, fue que caí en cuenta y me dije que no, no, no, no, no y no. Me dije que no y que no. Me pregunté que por qué, y me restallé porque no. ¿Es que acaso me creo que no tengo principios? ¿Es que acaso me creo que me vendo barato? No, me contesté. Esto fue en casa, sumamente dramático, caminado solo por la sala, después de ese signo corporizado haberme pedido que escribiésemos una novela rosada contextualizada en una lucha obrera. Y en ese monólogo donde ambos hablábamos, me dije, diciéndole, 'Nena, ¡¿tú estás loca?!'

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