“¿Y el pretendiente...?: preguntó mi estimada y cauta amiga, empatando conversaciones sobre nuestras vidas. No recibió respuesta verbal de inmediato. Gestos de la cara, la movida de ojos, el fruncir del ceño, labios en forma de hocico sirvieron de signo para cambiar de texto. Una leve sonrisa marcó la pausa.
Algo estaba claro: el una vez persona particular dejó de tener identidad propia para convertirse en un genérico. La pregunta no mencionaba su nombre; solo la función y nacionalidad del una vez amado (de existir). Con esa ampliación del referente, de la esfera, diluía lo que pudo ser una indagación substanciosa en una que no parecía tener perfil propio, reduciendo todo a un arquetipos.
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