Guayama, 1950, capital de los colonizados, era como le llamaba el maestro de historia en nuestra querida escuela superior. Escuela donde al haberme atrevido a expresar mi más completo sentido del ser, fui convertido en burla de los mediocres, los cafres, con quien estudiaba; la abandoné antes de graduarme. Dominguín, patín, me gritaban todo el tiempo.
Antes de tratar de conseguir trabajo con la Madame, la conocía de oídas;las vecinas, más bien eran chismorreos del notorio Barrio Borinquen Rojo, mencionaban a la modista. Era la mejor modista del pueblo, quien les cosía a las señoras bien(me imagino que si había señora bien, habría las no bien y luego las peores). Le decían la Madame porque ella juraba que era francesa, aunque si uno se fijaba, tenía su ladito negro, pues el pelo la delataba.
A la modista no se le mencionaba mucho en el barrio; eran los partos y andanzas de los hijos de la pobre Marta lo más mentado. Uno de ellos era un vago, a otro, las drogas lo enloquecieron, y al más chiquito se lo mataron en Corea. A mí la vida de Marta me tenía sin cuidado y sólo prestaba atención cuando hablaban sobre la modista. A pesar de que sólo era un adolescente, ser diseñador de modas era mi vocación y soñaba con conocer a la Madame.
Sentía en mis entrañas que iba a moverme de la Madame a conseguir trabajo en los talleres de modas de San Juan, a conocer mujeres elegantes y volar y volar y volar era mis planes y sueños. Y como dice la canción, la vida te da sorpresas. La oportunidad me llegó cuando trajeron la noticia: el hijo de Marta, otro muerto en Corea. Fue un sábado cuando llegaron las terribles nuevas y no las trajo un militar como en otras ocasiones; las anunció el vocero de nuestro pueblo: Juan Sin Fin.
"Muere un puertorriqueño más en las guerras orientales", gritaba en todas las esquinas el auto-didacta de la libre expresión, como el mismo se describía, aunque todo el mundo lo conocía como Juan sin Fin porque nunca paraba de hablar.
Inmediatamente me ofrecí para ir a buscar a Marta, quien estaba llevando ropa planchada a la casa de una de las familias bien, los blanquitos. Primero ir donde Marta, luego iría a llevarle la ropa planchada a la modista, contarle lo de la muerte del hijo de Marta, y finalmente introducirme en el mundo en el que quería estar.
En el preciso momento que mamá le dijo a Marta, que le habían matado a su hijo en Corea, ésta cayó con un ataque de nervios, seguida de Toña Velorios, que ni corta ni perezosa, siempre que hubiese alguna muerte en el barrio la sufría igualito. Por eso le decían Toña Velorios, no se perdía uno. Lo único era que los ataques de Toña eran como más escandalosos.
Los gritos de las mujeres fueron opacados por la sirena de la ambulancia municipal y por los abrazos del alcalde, quien sin encomendarse a nadie, al enterarse de la noticia, corrió a prestar ayuda a la madre de otro soldado del pueblo que murió en la guerra. Toña, al ver que el alcalde sólo permitió que la ambulancia se llevara a Marta, se movió hasta casa para llorar junto a Mamá y las demás vecinas.
Los muchachos del barrio, noveleros como siempre, al oír la sirena se fueron en carrera detrás de la ambulancia, imitando su sonido de emergencia, para ser parados como por arte de magia por la figura de Juan Sin Fin. Aproveché todo aquel revolú, me vestí con lo último de la moda y a la casa de Madame a continuar con mi trama.
No mas toqué la puerta y la Madame me vio, dijo, "Patín, ¿tú aquí?". Que sabía yo que ella me conocía y menos con el sobrenombre que me gritaban los muchachos. Guayama se me hizo más pequeño, el mundo se achicó. Coser, San Juan y la fabulosidad soñada desapareció. No era sólo Patín para los cafres; era Patín para todos ellos, para el pueblo entero.
Regresé a mi casa, le dije a mama que me mudaba para Nueva York y hasta el sol de hoy. Lo gracioso es que acá todo el mundo me conoce como Patín y no tiene que ver con lo de ser pato ni caminar como si anduviese en un patín.
(A Patín lo conocí en su pulcro y exageradamente cuidado apartamento en la Calle Cuatro y la Segunda Avenida de Manhattan. Vive en pareja con un cubano que conoció hace alrededor de cuarenta años, justo cuando el exiliado llegó a los EEUU. Su relación es algo parecida a la de una pareja tradicional: Patín hace de “fem” y el cubano es el “butch”. Para ellos eso de dos “locas” vivir en pareja no es parte de sus esquemas. Se conocieron en la fábrica donde Patín cosía y el cubano trabajaba de conserje. Hoy están retirados y se dedican a viajar, ver telenovelas y acostarse temprano.)
Friday, April 1, 2011
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1 comment:
Thanks and keep well
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