Darle el culo al Jíbaro no ocurrió de la noche a la mañana. La edad, (a)sexualidad e incomodidad con mi papel en la sociedad me sirvieron de motivo para aceptar la propuesta del Jíbaro. Una vez me explicó sus intenciones, usarme como conejillo de indias (véase al calce un enlace al blog Culo, Poesía y Reciclaje*), me dediqué a investigar un poco sobre el tema; la relación entre los gases y el ser.
Ya que la medicina occidental no aceptaba tal proyecto,
fue la medicina tradicional china la que me ayudó a entender que mi cuerpo
reflejaba una cosmología. Un excelente orientalista y médico cubano, don Teocracio
Bajaonda, quien también se había interesado en las perfectas dimensiones de mi
culo, me explicó la relación entre el yin-yang, los dos aspectos del Ch’i, la
energía o hálito primario, y los gases.
Aunque dicha filosofía establece cualidades opuestas para el yin (como el frío, la humedad, la oscuridad y lo femenino) y el yang (el calor, la sequedad, la luz y lo masculino), no se trata de algo estático, pues en esta dualidad se presenta un constante recambio entre los dos elementos.
El diagrama que me presentó el doctor Bajaonda enumeraba
las bacterias, virus y los gusanitos que en mi cuerpo vivían, muchos de ellos eran consecuencia de
la enorme cantidad de guayabas que comía en mi Caribe natal. El muy detallado organigrama sirvió como agente
catalítico para aceptar que podía transformar la función del estómago, los
intestinos y el culo. Aunque dicha filosofía establece cualidades opuestas para el yin (como el frío, la humedad, la oscuridad y lo femenino) y el yang (el calor, la sequedad, la luz y lo masculino), no se trata de algo estático, pues en esta dualidad se presenta un constante recambio entre los dos elementos.
¡Eureka! Descubrir que mi cuerpo era un ente dinámico, y que, cual colmena, alojaba otros muchos cuerpos, me ayudó, por un lado, a minimizar el sentido de soledad y, por otro, a reconsiderar que mi ser no se limitaba a un solo Ch’i, pues se nutria de los Ch’i de los gusanitos, bacterias y virus que en él se alojaban. Con esta información me dirigí donde el Jíbaro, acepté su propuesta y viví lo anteriormente relatado en otro cuento.
¡Milagro! Una vez gaseé al Jíbaro, mi identidad cambió por completo. Al yin-yang del Jíbaro interactuar con mis gusanitos, bacterias y virus, podía asumir cualquiera de sus funciones, incluyendo la del Jíbaro mismo. Por fin, era uno y todos a la vez.