Ya no cago. Hace años que no cago. No es por razones patológicas. Mi salud está como coco. No cago porque he logrado poder evacuar sin tener que llevar la excreta hasta el culo; mi cuerpo se encarga de reciclar la mierda. La convierte en gas antes de que esta salga fuera del mismo.
Mi culo no
es el culo de JLo. Simple y llanamente es mi culo. La JLo es todo nalgas. No,
yo. Mis nalgas son menos voluptuosas, aunque más delicadas y duritas que las de
la López. Mi culo es poesía. Por eso, quien me llevó a usarlo como instrumento
técnico de reciclaje de la mierda, primero escribió versos y letanías sobre mi
culo. Publicó sus poemas y letanías en un blog que mantiene sobre la vida de
los homosexuales durante la era pos Stone Wall.
Fue un
científico y mal comprendido poeta jíbaro, quien con su enorme talento para
inventar lo que a nadie más se le ocurre, me ofreció mucha plata si le prestaba
mi culo. Se lo puse a su disposición, siempre y cuando no abusara del mismo. No
eran mis nalgas lo que al jíbaro le interesaba, ni tampoco, en el sentido
estricto de la palabra, le interesaba mi culo. Fue su intención, por un lado,
poetizar sobre el ano y luego usarme
como conejillo de indias para investigar si sus teorías sobre la emisión y
reciclaje de gases podían ser comprobabas. Para eso, la investigación
científica y no para la poesía, necesitaba un culo que tuviese ciertas
dimensiones, y el mío, después de medirlo y estudiar sus propiedades cumplía
con sus requisitos literarios y científicos.
Mi culo
tiene una circunferencia perfecta, criterio fundamental que guiaba la selección
del ano por parte del jíbaro y que sirvió de punto de partida para investigar
si cumplía con otros requisitos formales, sus colores y olores.
Nada de pelos
ni hemorroides. Sus arruguitas, sin mayor pronunciamiento, y que fuese rosadito con alguna que otra
tonalidad marrón. Los olores fueron más problemáticos y se resolvieron con un
cambio en la dieta y uso de jabón. Nada de Maja o Yardley, jabón sin perfume y
hecho a base de caléndula. Una vez completó el estudio de mi culo, me cambió la
dieta y, fundamentándose en los
ejercicios que sugiere el yogui Arivhanda Moombai en su libro, Poses Anales
y el Desarrollo Espiritual, comenzó con el estiramiento anal. ¡Como sufrí!
Una vez
aprendí a expandir y contraer el orificio anal, comenzaron los ejercicios de
respiración. El jíbaro consiguió que otro yogui, Malahonda Raja, me entrenara
en el arte de respirar por el culo. Malahonda, un americano originario de Iowa,
me entrenó vía Skype a inhalar y exhalar
aire; ejercicios que luego me llevaron donde el propósito del jíbaro: usar la
capacidad para inhalar con fuerza y así poder mover las entrañas de manera que
continuamente revolviera la excreta por dentro, cual procesador de alimentos,
hasta triturarla y convertirla en gas.
Lo que no
me esperaba es que, después de que me pidió meter un dedo y jugar con mi ano,
metió otro dedo, luego la mano, hasta que entró su cuerpo completo en mi
cuerpo. Logró lo que a principios me había dicho; y yo, al no prestarle
atención no vi cuáles eran sus verdaderas intenciones. No quería ni que se lo
comiesen los gusanos, ni terminar en forma de cenizas;
mucho menos regresar al polvo.*
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