- Lleguéeee - gritó, con una sonrisa que mostraba la peinilla de blancos dientes, revelaba su perdsonalidad sandunguera.
A rajatabla saludó al grupo de hombres gays; y en respuesta, algunos sonrieron disimuladamente, incómodos. Otros lo ignoraron. Trató de conversar sin recibir mucha respuesta. Se despidió, y a recapacitar sobre esos últimos meses cuando pensaba que había conocido un grupo de muchachos de su edad, cultos, y completamente fuera del clóset.
El primer “yo se lo dije” salió con un metal de voz muy agudo, pura molestia, más certero que el siguiente “yo se le dije”. Resignada, el ceño fruncido, cabizbaja, los ojos algo apagados, labios estrujados siguieron al segundo “yo se lo dije”,y no dijo más.
Callaría para siempre lo una vez augurado, que dejara de andar con gente pará, que esos gays, tan supuestos amiguitos, eran unos hipócritas, y lo iban a usar; que a la hora de la hora le darían una patá por el culo, que eran igualitos a sus mamás y papás, unos blanquitos comemierdas.
No todos eran blanquitos. Algunos eran “jabaos” clases medias, al borde del mundo de los blanquitos, que buscaban ser parte de esa exclusiva e ilusa clase en las islas de los encantos; y en aquella fiesta no querían ser “bajados de escalafón” por estar incluyendo en sus reuniones a un jibaro algo cerrero que no había perdido la mancha de plátano. Callaría para siempre lo una vez augurado, que dejara de andar con gente pará, que esos gays, tan supuestos amiguitos, eran unos hipócritas, y lo iban a usar; que a la hora de la hora le darían una patá por el culo, que eran igualitos a sus mamás y papás, unos blanquitos comemierdas.
En un mundo en el cual nunca iban a entrar por completo, ni ellos, los jabaos blanquitos, ni él. En aquella fiesta descubrió la telaraña que conforma las relaciones de clases y colores en el San Juan de los noventa.
Su cutis porcelana, pelo y ojos negros le abrieron puertas en los círculos algo cerrados de las claques gays isleñas, hasta que abría la boca.
Un - ¡ay, virgen! -, “gritaíto”, ese grito agudo, ahogado, que se oye en los cerros cuando el jibaro se sorprende, lo delataba inmediatamente.
El alto, guapo y sexy joven pasaba de ser un buena tarjeta de presentación a icono de lo popular, lo campesino. Y allí, los “jabaos” que se creían ser parte de las elites gays no querían que le desestabilizaran su membrecía en los círculos de la “chicquería” sanjuanera.
El tercer “yo se lo dije”, acompañado por lágrimas, por advertencias, - Cuando regresó al campo y le pedi que no le hiciera caso a las burlas de los demás, que aquí lo queríamos, se fue al patio y que a buscar no sé qué cosa. Lo que menos me esperaba era que fuese y se colgara de un árbol. Un - ¡ay, virgen! -, “gritaíto”, ese grito agudo, ahogado, que se oye en los cerros cuando el jibaro se sorprende, lo delataba inmediatamente.
El alto, guapo y sexy joven pasaba de ser un buena tarjeta de presentación a icono de lo popular, lo campesino. Y allí, los “jabaos” que se creían ser parte de las elites gays no querían que le desestabilizaran su membrecía en los círculos de la “chicquería” sanjuanera.
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