Monday, August 19, 2013

El culo y sus historias

Ya no cago. Hace años que no cago.

No, no es por razones patológicas que no cago. Mi salud está "como coco".

No cago porque he logrado poder evacuar sin tener que llevar la excreta hasta el culo; mi cuerpo se encarga de reciclar la mierda. La convierte en gas antes de que esta salga fuera del mismo.
 
Mi culo no es el culo de JLo. Simple y llanamente es mi culo. La JLo es puras nalgas. Mis nalgas son menos voluptuosas, aunque más delicadas y duritas que las de la López.

Mi culo es poesía. Y debido a su lirismo, un científico y mal comprendido poeta, El Jíbaro,  me ofreció mucha plata si le prestaba mi culo.

Una vez estuve bien informado sobre sus intenciones, se lo puse a su disposición- siempre y cuando no abusara del mismo - para que investigara sobre las posibilidades de usarlo como instrumento técnico de reciclaje de la mierda.

El Jíbaro, incluso, escribió versos y letanías sobre mi culo; publicados en un blog que mantiene sobre la vida de los homosexuales durante la era pos Stone Wall.  

No eran mis nalgas lo que a El Jíbaro le interesaba. Tampoco, en el sentido estricto de la palabra, le interesaba mi culo.
Su intención, por un lado, poetizar sobre el ano y luego usarme como conejillo de indias para investigar si sus teorías sobre la emisión y reciclaje de gases podían ser comprobabas.

Para la investigación científica y no para la poesía, necesitaba un culo que tuviese ciertas dimensiones, y el mío, después de medirlo y estudiar sus propiedades cumplía con sus requisitos literarios y científicos.
Mi culo tiene una circunferencia perfecta, criterio fundamental que guiaba la selección del ano por parte de El Jíbaro y que sirvió de punto de partida para investigar si cumplía con otros requisitos formales, sus colores y olores.

Nada de pelos ni hemorroides. Sus arruguitas, sin mayor pronunciamiento, y que fuese rosadito con alguna que otra tonalidad marrón.

Los olores fueron más problemáticos y se resolvieron con un cambio en la dieta y uso de jabón. Nada de Maja o Yardley; jabón sin perfume y hecho a base de caléndula.

Una vez completó el estudio de mi culo, me cambió la dieta y, fundamentándose en los ejercicios que sugiere el yogui Arivhanda Moombai en su libro, Poses Anales y el Desarrollo Espiritual, comenzó a entrenarme para que dominara el estiramiento anal. ¡Como sufrí!
Una vez aprendí a expandir y contraer el orificio anal, comenzaron los ejercicios de respiración. El Jíbaro consiguió que otro yogui, Malahonda Raja, me entrenara en el arte de respirar por el culo.

Malahonda, un americano originario de Iowa, vía Skype consiguió ayudarme para poder mejorar el inhalar y exhalar; ejercicios que luego me llevaron donde el propósito de El Jíbaro: usar la capacidad para inhalar con fuerza y así poder mover las entrañas de manera que continuamente revolviera la excreta por dentro, cual procesador de alimentos, hasta triturarla y convertirla en gas.
Lo que no me esperaba es que, después de que El Jíbaro me pidió meter un dedo y jugar con mi ano, metió otro dedo, luego la mano, hasta que entró su cuerpo completo en mi cuerpo.

Logró lo que a principios me había dicho - yo, al no prestarle atención no vi cuáles eran sus verdaderas intenciones,  no quería ni que se lo comiesen los gusanos, ni terminar en forma de cenizas; mucho menos regresar al polvo.
Darle el culo a El Jíbaro no ocurrió de la noche a la mañana. La edad, mi (a)sexualidad e incomodidad con mi papel en la sociedad me sirvieron de motivo para aceptar la propuesta de El Jíbaro.

Una vez me explicó sus intenciones, usarme como conejillo de indias (véase al calce un enlace al blog Culo, Poesía y Reciclaje*), me dediqué a estudiar e investigar un poco sobre el tema; la relación entre los gases y el ser.

Ya que la medicina occidental no aceptaba tal proyecto, fue la medicina tradicional china la que me ayudó a entender que mi cuerpo reflejaba una cosmología. En uno de los cursos que tomé sobre anos y funciones, un excelente orientalista y médico cubano, don Teocracio Bajaonda, quien luego se había interesado en las perfectas dimensiones de mi culo, me explicó la relación entre el yin-yang, los dos aspectos del Ch’i, la energía o hálito primario, y los gases.
Aunque dicha filosofía establece cualidades opuestas para el yin (como el frío, la humedad, la oscuridad y lo femenino) y el yang (el calor, la sequedad, la luz y lo masculino), no se trata de algo estático, pues en esta dualidad se presenta un constante intercambio e influencias entre los dos elementos.

El diagrama que me presentó el doctor Bajaonda enumeraba las bacterias, virus y los gusanitos que en mi cuerpo vivían, muchos de ellos eran consecuencia de la enorme cantidad de guayabas que comía en mi Caribe natal.

¡Eureka! Descubrir que mi cuerpo era un ente dinámico, y que, cual colmena, alojaba otros muchos cuerpos, me ayudó, por un lado, a minimizar el sentido de soledad y, por otro, a reconsiderar que mi ser no se limitaba a un solo Ch’i, pues se nutria de los Ch’i de los gusanitos, bacterias y virus que en él se alojaban. Con esta información me dirigí donde El Jíbaro, acepté su propuesta y viví lo anteriormente relatado en otro cuento.


En uno de aquellos talleres sobre culos y etnias, tremendo susto, sentí un dolor en el pecho. Azorado, me levanté del pupitre, corrí a buscar una aspirina, y en camino a llenar un vaso de agua, eructé. Era un gas atorado en el pecho, seguido por gases anales. ¡Qué alivio! Después de todo, a esta edad se puede uno ir para el otro lado más ligero que rápido, y sin querer, puede terminar hecho polvo o espíritu o simplemente volverse otro gas.

Gases que no llegaron de noche con gran cautela, como llegaron los Tres Reyes Magos en aquel villancico puertorriqueño que se oía por los lares y jurutungos de las islas de los encantos. Llegaron sin esperarse en otro taller sobre literatura, etno-céntrismo y el ano; y salieron casi en respuesta a uno de esos constructos atomistas que repiten los que no pueden ir más allá de los datos, los ‘petite’datos.

¡Unjú!, dijo el jíbaro literario de Llorens, y este otro, el que había entrado por mi culo, lo decía, el ‘unjú’, con una retahíla de pedos bien sonados. Retahíla que la muy lingüísticamente engalanada profesora de anos y etnias no pudo resistir, sus muecas la delataban. Mucho menos pudo evitar el olerlos, por poco se asfixia cuando trató de cerrar los rotitos de su muy anchita nariz.

Al menos, calló y paró de citar datos a tontas y locas que no servían ni para explicar las historias de los jibaros en el noreste de los EUA, ni sus relacion con las habichuelas. Si hablaba, los humos de El Jibaro la hubiesen invadido.
Sin esperar respuesta, otro de los allí reunidos, un lingüista, comenzó a citar datos y explicaciones sin parar: que si la Mari Mari Narváez en Claridad, que si Fernando Picó en 80grados, que si Jorge Duany en la Revista de Oriente, que si los billones que salían y no regresaban a las islas, que si las multinacionales, que si la economía informal, que si los inmigrantes que sacaban y no invertían, que si Antonio Gramsci y la hegemonía cultural, que si los discursos del imperio y los papagayos que los reproducían sin reflexionar sobre los mismos o darse cuenta que le servían de fotutos a los verdaderos cocorocos. 

Aunque algo avergonzado, y bastante sorprendido ante la casi automáticas respuestas del lingüista, lo miré detenidamente. Algo andaba fuera de serie: estaba descolorido, amarillenta su tez, adormecidos los ojos, con una cara que proyectaba felicidad, paz interna; y, distinto a la etno-céntrica, no hacía muecas, ni trataba de cerrar la nariz. Su metal de voz, más suave que de costumbre, recordaba a otro personaje.

Abrí la boca, en shock, No podía creerlo. Era El Jibaro quien hablaba. Cual espíritu a lo Allan Kardec había entrado en el cuerpo del lingüista. Sus planes no eran entrar en mi cuerpo solamente. Sus maquiavélicos planes incluían penetrar en todos los cuerpos posibles. Claro, valga la aclaración, donde no pudo entrar fue en el cuerpo de la etno-céntrica o en el de quien se negara a reproducir sus cuentos, oler sus pedos.


Un eructo, tenía un sabor muy particular que no era el del biftec encebollado con mucho ajo que me acababa de comer, y mucho menos evocaba los residuos del desayuno, dos huevos pasados por agua. Sabía a metal. Otro susto. Sabor a metal en el paladar no es algo que un cuerpo normal desee.

Aunque hacía meses que lo había digerido, seguía mandando mensajes. Recordé su sonrisa y carcajadas, sus dientes de oro y sus muelas empastadas con plomo. Cuando entró en mi cuerpo (véase relato sobre este asunto en otro blog) no dejó nada fuera, incluyendo su engalanada dentadura.


Por suerte, se había quitado la gruesa cadena de dieciocho quilates, el reloj de oro y sus sortijas cargadas de piedras preciosas; las que nunca soltaba. Hasta cuando se ponía pantalones cortos y zapatillas se encasquetaba la extensa joyería; “look” de bolitero del Sur del Bronx en pleno verano.

No que hubiese sido un problema, digerir y triturar el oro, me comentó un médico. Ese metal es usado por los homeópatas como elemento que combate las tendencias suicidas. Quizás era por eso El Jíbaro no tenia tendencia suicidas; por la cantidad de oro que siempre tenía puesto encima.


Ni las novias hindúes se ponen tanto metal amarillo; y si Bollywood está en lo correcto, las novias hindúes tampoco son suicidas porque la gente se pasa bailando y cantando.

El Jíbaro era transformista no-travesti y esa creencia y su escuela, los transformistas, lo llevaron hasta lo ya relatado en cuentos anteriores.

Hoy, hecho gas, con sus eructos, pedos y otras emisiones no materiales, comprueban que si nos hacemos polvo, nos convertimos en gases.


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