“Avistamos en la inmensa bahía - la que una vez fue ruta comercial y frontera de los iroqueses- a la isla de la estatua de la libertad, la que setenta años más tarde fue la última isla visitada por el nieto de Madame K’lalud, el quinto día del Señor, un diecinueve de octubre del corriente año, después de la enorme goleta haber navegado unas cuantas leguas, y zarpado del puerto de Bayonne, en la Nueva Jersey”. (“Crónicas de Yndias”, Memorias de un gay sesentón)
- Por poco enchumban el quinceañero- dijo la tía, celular en mano desde el muelle en Santa Cruz, Islas Vírgenes de los USA, esperando a que la viniesen a recoger unos parientes, residentes en la hoy nada virginal isla. Para esta familia de viajeros no hay tours programados. Tienen familia en las islas, miembros de las diásporas que se desplazan o son desplazados por todo el Caribe, y aprovechan la parada para visitarlos.
- Ni para volar gratis, que las únicas latas en las que me meto son las de mi vecina en Brooklyn, que habla más que una cotorra – dijo la esposa del bodeguero, antes de sorber lentamente el hielo derretido y tomarse el coctel con sombrillita.
- O cuando te metes en latas de galletas export de soda - le ripostó su marido; y se echó una buena carcajada el bodeguero, quien junto a otros jubilados, parejas, y todo tipo de personaje cruzan los mares, muchos mares, y este muy particular Caribe.
Las olas que la muy voluptuosa rubia señora nórdica causó cuando se metió en el whirlpool llegaron hasta la endilgada quinceañera y bañaron la cola del blanco y rebuscado traje. Las tres de la tarde no es la hora más indicada para tomar fotos en el área de las piscinas, pero cómo le tocaba cenar en el turno de las seis, programado de antemano, fue las tres la hora que le asignaron para las fotos al grupo que celebraba el cumpleaños de la nena.
“Madame K’lalud abandonó el liberado Haití en una yola que la llevó hasta una pequeña goleta de carga, y en la misma viajó escondida entre los esclavos, especies y todo tipo de mercancía que la goleta transportaba y comercializaba, contrabandos, entre la Luisiana y las islas. Cerca de la isla de Puerto Rico, Madame K’lalud desembarcó tarde en la noche, y en nuevas yolas fue recogida por cimarrones y otros aliados anti-esclavistas.”
El crucero hace paradas en Saint Domingue, San Tomás, Santa Cruz, San Bartolomé, Trinidad, Curazao, Puerto Rico; islas que siempre andan reinventando, descubriendo sus identidades; islas llenas de espíritus, de de los que hace siglos fueron asesinados: memorias de cientos de miles de arahuacos, africanos, mestizos, y de Madame K'lalud.
La trigueña familia, vestida a la usanza de grand ball en country club, lucía algo incómoda, fuera de sitio. El vapor y la humedad de la tarde, el bochorno caribeño, rizaron los estirados pelos y derritieron las blancuzcas máscaras que servían de maquillaje a las enjoyadas señoras de traje largo.
El síndrome de Country Club, vendido por Hollywood y la ideología blanqueadora de los dictadores de pacotilla y sus alcahuetes, es lo que lleva a la muy trigueña familia caribeña a vestirse con ropas de gala en horas un poco tempranas. Después de las fotos pasean por el área de las piscinas y bares al aire libre en camino a cenar durante la primera tanda en uno de los restaurantes con tendencias a la “nouvelle cuisisne”.
La jovencita lleva un traje blanco, ancho y una cola que ella alza para que no se le siga mojando, súper cargada de volantes. Con brillo, lentejuelas y canutillos, el traje de la madre refleja los rayos del sol que intensamente calienta y tuesta los otros muy colorados turistas.
El clima antillano obliga a los hombres - al no poder respirar por motivo de las muy estrechos trajes de etiqueta y con el sudor empapando su cuerpo - a desabrochar las negras chaquetas, tranquilizar las panzas y mostra sus voluptuosas nalgas. Además de estrechas, las etiquetas les quedan cortas.
Distinto a lo relatado en crónicas anteriores (véase Memorias de un gay sesentón), por los pasillos del crucero no aparece la supuesta descendiente de Cofresí, Marina Von Kuferschein. Su despedida en San Martin no tuvo carácter de final novelesco.
Tampoco se encuentran los eunucos arahuacos que una vez poblaron las desérticas islas, antiguo refugio de los que huían de los dogmas anti natura de los cristianos, la inquisición y el genocidio.
Cíclicas son las apuestas que las señoras juegan en los casinos del barco, en busca de la pasajera diversión y la suerte; en oposición a las circunstancias y asuntos que la descendientes de Madame K’lalud (véase en el anteriormente citado blog el escrito sobre Fe, Esperanza y Caridad) prefieren discutir con los santos, los palos santos, abundantes por el Caribe.
“La libertadora estaba al tanto que en la última y fiel colonia española, una de las cédulas de gracia emitidas por las cortes españolas permitía que todo esclavo que escapara podía asentarse en unos de los mangles designados para los que, aunque libertos, trabajaran en la plantaciones de caña de azúcar. Desde allí podía moverse con más facilidad hacia otras islas, plantaciones, y luego hacia las islas más al sur. No pensaba cortar caña. Sus intenciones eran otras.”
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