Si es un fenómeno generalizado no lo sé. Suficiente evidencia no tengo, y un aguacero no hace una tormenta. Ahora, de que las hay, las hay: madres que usurpan el poder en las relaciones familiares, y con sus almas piadosas, se amparan en un manto protector para controlar las relaciones entre hijos y padres.
Frente al puesto de batidas de frutas y agua de coco, una madre, con ojos llenos de ternura y voz pasivo-agresiva le decía a su hijo adolescente, “…déjame, que yo hablo con tu padre”.
Por poco vomito la fritura hecha a base de plátanos que me había comido minutos antes, pisada con el agua de coco que me tomaba en el conocido friquitín de la Placita, cuando mi vecina friturera despepitó ese tan común rol, ese papel tan abnegando de madre piadosa, comprensiva y manipuladora.
El nene, un manganzón de unos catorce años, abrió la boca en signo de aprobación y no dijo nada más. Ella siguió discutiendo su rol de líder y gran arquitecta de su familia.
El nene la oía con la boca abierta, casi babeándose frente a la nueva versión de la Piedad; y era obvio que no iba a enfrentarse a su padre. De poder hacerlo, la negociación hubiese sido otra. Se hubiese enfrentado a los dos: padre y madre, y al pobre manganzón, sub-desarrollado, no le habían dado herramientas para poder dialogar con ninguno de los dos adultos que regían su vida.
Con esporádicas caricias, le arreglaba el pelo o le pasaba la mano por los cachetitos, la madre explicaba y explicaba y explicaba….
Si las madres anteriores maduraban y hostigaban a los hijos a foetazo limpio, las de ahora los estancan y emboban con besos y controles.
Friday, March 7, 2014
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