1. El Guanín
Del mundo virtual al de los eunucos que poblaban el Caribe pre-colonial hay una distancia de más de 500 años; del mundo eunuco contemporáneo al de ellos, ni un minuto. Del mundo gay al de los legionarios de la fe, una eternidad. Y de pronto, sin esperarlo, frente a esos mundos y sus intersecciones descubres placeres, laberintos, voces y silencios.
Me gustan los hombres mayores; y encontrar un blog sobre un gay sesentón, mientras navegaba el océano cibernético, fue un manjar al paladar, la libido activada. Lo que no imaginaba era que esos platos incluían algunos frutos prohibidos, unas lecturas enlazadas, anexadas, obligados pulses sobre conjuntos de números y grafías enfilados hacia otros mundos, otros pulses sobre otros enlaces, otros anexos, otras lecturas del mundo que creía conocido.
No fueron las lecturas sobre chulos, ni las lecturas sobre falsos valores entre los gay proto-burgueses de San Juan, ni los recuerdos, ni los testimonios sobre travestis, amigos muertos o amantes vivos los que provocaron el desvío de mis intenciones originales - el morbo por un sesentón - hacia un personaje sobre el cuál no existe evidencia alguna en los libros de texto e historias oficiales.
Aparece este personaje en mi radar por primera vez en las anteriormente citadas memorias del gay sesentón, quien sostiene que las cartas, crónicas, documentos fueron encontrados "...... en los prohibidos Archivos de Indios Eunucos en el Convento de Monjas Enclaustradas de Caparra, Puerto Rico."
Sostiene el bloguero de la tercera edad, que los documentos "Forman parte de un conjunto de crónicas que documentan las vidas de hombres europeos e indígenas que por ser considerados como seres especiales, honrados con cemíes, eran protegidos por los míticos guerreros caribes.
Por razones de seguridad personal, el nombre del investigador que encontró y sustrajo estas crónicas no será divulgado hasta tanto no se compruebe la veracidad de las mismas. Algunos de los pasajes en estas crónicas fueron borrados, los nombres que fueron usados para referirse a los pueblos no concordaban, a veces eran llamados taínos y otras arahuacus, arahuacos, calliponaris; sus vínculos confundidos, quiénes fueron los que se mezclaron para formar los garífunas, los mestizos, obligando al investigador a sugerir lo que pudo haber sido escrito. Lo que sí tiene constancia son sus prácticas religiosas."
Las crónicas del sesentón, otras islas, otros documentos, otros signos, claves, relatos pataquíes, estudios antropológicos en otras islas, santeras y babalawos, santiguadores y uragebunas, un cemí, nuevos pueblos que fueron encontrados por todo el Caribe, un misterioso guanín, crucifijos, iconos todos, que una vez estudiados detenidamente, revelaban sus referentes; representaban o recreaban las vidas de un tal Jabibonuco, de otros eunucos caribeños, sus historias, sus viajes, sus calvarios.
“La Enagua, nombre con el que bautizamos la inmensa yola, zarpó a la medianoche, y después de navegar por la bahía mas exuberante que hombre haya visto alejándonos de las costas de la ysla que los nativos llaman Boriken, avistamos una goleta que nos venía siguiendo. Jabibonuco y don Diego de Sotomayor apresurorense a apagar el buren que calentaba el casabe que habiéndonos Guanina preparado antes de partir de la isla, era el único sustento con el cual navegaríamos toda la noche hasta avistar la primera ysla de los Caribes. Jabibonuco conocía la ruta siendo este valiente y leal compañero el eunuco que dedicabase a ayudar en la huida a los eunucos tainos y sus algunos amantes penisulares. Erase Jabibonuco antiguo eunuco de Guanina y llevase a este servidor y su fiel compagnero hasta la ysla de los Caribes donde aposentan los amantes perseguidos por el Santo Obispo y su excelencia...."
Los borrones, tachados, cambios en la sintaxis, correcciones ortográficas, vocablos, páginas que faltaban levantaban sospechas: fueron hechos por alguien que era algo más que un editor o un estudiante de letras. Puede que haya tratado de re-escribir la historia y que paró cuando fue sorprendido por la monja vestida de negro, turbante y botines, con un enorme rosario, colgando de su cintura; la monja bibliotecaria que se negó a abandonar los archivos durante mi primera visita.
Viajar por las islas era más fácil, mas barato, menos rebuscados los barcos durante los primeros siglos de la colonización. No se necesitaban pasaportes y los guardias costaneros no existían. Hoy se viaja o en avión o en crucero, y en cruceros hice algunos de los tantos viajes en busca de la vida y milagros, partidas, calvario, escritos, recuerdos en otros archivos, otras imágenes, otras tierras: San Martin, Santa Cruz, Dominica, La Guajira, Roatán, Cádiz.
Partimos de San Juan hacia el Caribe, parando en cada isla, de puerto en puerto, de barco en barco.
Muchos, pequeños burgueses y proletarios viajan en busca de vivir por una semana lo que el resto del año ven de lejos, atraídos por el deslumbre, la fabulosidad y extravagancia que los cruceros sugieren: cromo, laminados y brillo por doquier: en las paredes, escaleras, cuartos, salones, cafeterías, salas, techos, pasillos. Otros buscan alejarse de la rutina para terminar convirtiendo su viaje en nuevas rutinas: leen en las terrazas, se levantan y acuestan temprano, asisten a los programas culturales que el crucero ofrece, juegan en el casino. Y hay quienes, los menos, al igual que lo sugerido en el poema Ítaca, el destino de todo viaje es menos importante que lo que descubres en la marcha.
Cuando comenzó el primer viaje, uno de tantos, tenía pensado pasar por los museos coloniales en cada una de las islas que íbamos a visitar, identificar archivos y bibliotecas, recoger datos, comprar libros, estudiar los cemíes, los fuertes militares, casas antiguas. No fue así.Los borrones, tachados, cambios en la sintaxis, correcciones ortográficas, vocablos, páginas que faltaban levantaban sospechas: fueron hechos por alguien que era algo más que un editor o un estudiante de letras. Puede que haya tratado de re-escribir la historia y que paró cuando fue sorprendido por la monja vestida de negro, turbante y botines, con un enorme rosario, colgando de su cintura; la monja bibliotecaria que se negó a abandonar los archivos durante mi primera visita.
Viajar por las islas era más fácil, mas barato, menos rebuscados los barcos durante los primeros siglos de la colonización. No se necesitaban pasaportes y los guardias costaneros no existían. Hoy se viaja o en avión o en crucero, y en cruceros hice algunos de los tantos viajes en busca de la vida y milagros, partidas, calvario, escritos, recuerdos en otros archivos, otras imágenes, otras tierras: San Martin, Santa Cruz, Dominica, La Guajira, Roatán, Cádiz.
Partimos de San Juan hacia el Caribe, parando en cada isla, de puerto en puerto, de barco en barco.
Muchos, pequeños burgueses y proletarios viajan en busca de vivir por una semana lo que el resto del año ven de lejos, atraídos por el deslumbre, la fabulosidad y extravagancia que los cruceros sugieren: cromo, laminados y brillo por doquier: en las paredes, escaleras, cuartos, salones, cafeterías, salas, techos, pasillos. Otros buscan alejarse de la rutina para terminar convirtiendo su viaje en nuevas rutinas: leen en las terrazas, se levantan y acuestan temprano, asisten a los programas culturales que el crucero ofrece, juegan en el casino. Y hay quienes, los menos, al igual que lo sugerido en el poema Ítaca, el destino de todo viaje es menos importante que lo que descubres en la marcha.
Una vez en el barco y en los puertos caribeños aparecen en el radar creador otros personajes, ideas, sensaciones que me llevaron donde un poema de Kavafis, y lo que éste sugiere sobre cada viaje, todo viaje, el viaje de todos los días, toda la vida, el viaje que nunca para. Lo que no sugiere el poeta greco-egipcio es que en el viaje puedes descubrir lo que has abandonado, los vacíos formados por lo dejado, los antiguos espacios que lo nuevo no rellena, o lo que las antiguas historias hoy revelan, recrean.
Miras de lejos, recuerdas, empatas tu vida, las vidas antiguas que informan la presente, las vidas de los viajeros por este gran mar.
"Las luces de las fogatas de los bateyes en los yucayeques Caribes alumbrabasen las costas de las yslas donde estos fuertes y altivos guerreros recibían a los que el Comendador y el Opisbo de Yndias perseguían. En la madrugada cuando hemos sido avistados por las yolas de los Caribes, las fogatas señalaban el camino hacia la mas grande de las yslas donde viven tan amables y libres gentes. Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin dobleces, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas a menos que se les ataque sin aviso. Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas. Su comida es tal, que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas son encima de una estera, e cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas aquellos llaman hamacas."Durante la primera noche del viaje, una sombra cambió mis planes. Me pareció ver el reflejo de una cantante, una fugaz luz, una mujer-leyenda que vaga por los puertos del Caribe. Su nombre, Marina von Kupferschein. Cuentan que lleva años navegando sin rumbo por las islas, trabajando en bares de puertos, goletas, barcos de carga, pasajeros. Dicen que hasta en yolas que navegan entre las islas que conforman el archipiélago caribeño la han visto, transportando todo tipo de mercancía y personajes, enamorándose de marineros y capitanes, hombres y mujeres.
Alegan que desciende por parte de su padre, del pirata Roberto von Kupferschein, y por parte de su madre, de la mezcla entre garífunas de Roatán y mestizos de Curazao; y que estos últimos, a su vez, descendían de la mezcla de indígenas con sefarditas.
Su incierta procedencia étnica y sus manejos de creencias, ritos y lenguas criollas le otorgan un carácter muy particular y una etnicidad misteriosa, difícil de especificar, pero emblemática del Caribe: islas y gentes que, independientemente de la potencia mundial que las controle, generan sus propias formas de ser.
La fugaz luz se pierde por entre las máquinas tragamonedas; las que premian o castigan al jugador que pone su fe en las mismas, o hipnotizan a la señora con cara de secretaria jubilada. Mientras presiona teclas, guiada por la combinación y pareo de símbolos, el semblante continuamente cambia.
Su incierta procedencia étnica y sus manejos de creencias, ritos y lenguas criollas le otorgan un carácter muy particular y una etnicidad misteriosa, difícil de especificar, pero emblemática del Caribe: islas y gentes que, independientemente de la potencia mundial que las controle, generan sus propias formas de ser.
La fugaz luz se pierde por entre las máquinas tragamonedas; las que premian o castigan al jugador que pone su fe en las mismas, o hipnotizan a la señora con cara de secretaria jubilada. Mientras presiona teclas, guiada por la combinación y pareo de símbolos, el semblante continuamente cambia.
Horas muertas pasaba frente a las máquinas, y al final de ese corto viaje, la tragamonedas le dejaba saber a la señora que se había ganado unas cuantas pesetas, o que las había perdido todas. Su búsqueda no era lo material, era el puro placer que causa la espera frente a la tragamonedas, gane o pierda.
Lo que se busca es sentir aquello que bordea en la ansiedad, causado por la incertidumbre, la sensación que estremece el cuerpo, el qué pasará una vez todos los símbolos que se mueven en la pantalla paren de inmediato. El placer lo causa el geshtalt de sensaciones que recorre el cuerpo antes de saber el resultado de tan corta pero intensa experiencia. Es en ese momento muy particular que la máquina se integra al cuerpo entero.
Lo que se busca es sentir aquello que bordea en la ansiedad, causado por la incertidumbre, la sensación que estremece el cuerpo, el qué pasará una vez todos los símbolos que se mueven en la pantalla paren de inmediato. El placer lo causa el geshtalt de sensaciones que recorre el cuerpo antes de saber el resultado de tan corta pero intensa experiencia. Es en ese momento muy particular que la máquina se integra al cuerpo entero.
El viaje de la señora en el crucero es matizado por el camino que le ofrecen las acompañantes de su soledad: las tragamonedas.
Otros no buscan satisfacer el placer que se vive de repente, o sus necesidad de conocer, o el deseo de viajar en busca de nuevas tierras; quizás solo buscan viajar.
"Viviendo o muriendo aquellas gentes araguacu, llegados en yolas de yslas más grandes a la ysla de Borikén, muchos tiempos atrás de la manera que hemos oído y contado, y recordado en nuestros cemíes, permitió nuestro Yaya que dellos mismos saliese el conocimiento que les diese alguna noticia de la ley natural y respetos que los hombres debían tenerse unos a otros, y que los descendientes de aquellos araguacus, procediendo de bien en mejor cultivasen aquellas tierras, y a sus hombres, haciéndoles capaces de razón. Después de haber dado muchas trazas y tomado muchos caminos para entrar a dar cuenta del origen y principio de los araguacus que fueron, son y serán, me pareció que la mejor traza y el camino más fácil y llano era contar lo que en oí muchas veces acerca de este origen y principio, porque todo lo que por otras vías se dice de Yaya viene a reducirse en lo mismo que nosotros diremos, y será mejor que se sepa por las propias palabras que un Araguacu lo cuente que no por las de otros autores extraños."
A Marina von Kupferschein la vi abandonar el barco en la isla donde hablar lenguas criollas, francés, holandés, inglés es común, muy común: la isla de San Martín. Era ella. De lejos, en camino a unas lanchas de carga al otro lado de la bahía, se dio la vuelta, miró hacia el barco, dijo que no, con la movida de su cabeza, y siguió su rumbo. Me dijo que no y señaló hacia un guanín que llevaba colgado del pecho, uno de los antiguos medallones que indicaban el papel que jugaban los bohiques entre los pueblos primarios del Caribe. El guanín brillaba intensamente, reflejaba la luz del siempre presente sol, el gran Yaya arahuaco.
"Nuestra gran fuente, Yaya, envía sus fuerzas que ayudan a Atabey a crear las tierras, labrar sus bateyes, cultivar las plantas, los frutos como hombres racionales y no como bestias, y les pide que fuesen por do quisiesen y, doquiera que parasen a comer o a dormir, procurasen agradecer y recordar en sus cemíes las vidas de ahora y de siempre, y con sus guanín alumbrasen los caminos, que a Juracán y Yukiyú le bailasen y tirasen sus flores y granos para ayudarles y agradecer los alimentos y nuevas vidas que las Fuerzas nos llevaban y traían. Viendo los grandes vientos que arropaban y cambiaban estas tierras suyas, mi gran protector, corrí a agradecerle a Juracán y darle las flores, frutos y semillas paras que a otras tierras y en otros momentos allí se cultivasen."
"Viviendo o muriendo aquellas gentes araguacu, llegados en yolas de yslas más grandes a la ysla de Borikén, muchos tiempos atrás de la manera que hemos oído y contado, y recordado en nuestros cemíes, permitió nuestro Yaya que dellos mismos saliese el conocimiento que les diese alguna noticia de la ley natural y respetos que los hombres debían tenerse unos a otros, y que los descendientes de aquellos araguacus, procediendo de bien en mejor cultivasen aquellas tierras, y a sus hombres, haciéndoles capaces de razón. Después de haber dado muchas trazas y tomado muchos caminos para entrar a dar cuenta del origen y principio de los araguacus que fueron, son y serán, me pareció que la mejor traza y el camino más fácil y llano era contar lo que en oí muchas veces acerca de este origen y principio, porque todo lo que por otras vías se dice de Yaya viene a reducirse en lo mismo que nosotros diremos, y será mejor que se sepa por las propias palabras que un Araguacu lo cuente que no por las de otros autores extraños."
A Marina von Kupferschein la vi abandonar el barco en la isla donde hablar lenguas criollas, francés, holandés, inglés es común, muy común: la isla de San Martín. Era ella. De lejos, en camino a unas lanchas de carga al otro lado de la bahía, se dio la vuelta, miró hacia el barco, dijo que no, con la movida de su cabeza, y siguió su rumbo. Me dijo que no y señaló hacia un guanín que llevaba colgado del pecho, uno de los antiguos medallones que indicaban el papel que jugaban los bohiques entre los pueblos primarios del Caribe. El guanín brillaba intensamente, reflejaba la luz del siempre presente sol, el gran Yaya arahuaco.
"Nuestra gran fuente, Yaya, envía sus fuerzas que ayudan a Atabey a crear las tierras, labrar sus bateyes, cultivar las plantas, los frutos como hombres racionales y no como bestias, y les pide que fuesen por do quisiesen y, doquiera que parasen a comer o a dormir, procurasen agradecer y recordar en sus cemíes las vidas de ahora y de siempre, y con sus guanín alumbrasen los caminos, que a Juracán y Yukiyú le bailasen y tirasen sus flores y granos para ayudarles y agradecer los alimentos y nuevas vidas que las Fuerzas nos llevaban y traían. Viendo los grandes vientos que arropaban y cambiaban estas tierras suyas, mi gran protector, corrí a agradecerle a Juracán y darle las flores, frutos y semillas paras que a otras tierras y en otros momentos allí se cultivasen."
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