Monday, October 20, 2014

El Caribe en Montreal

(Dedicado a todos los que conmigo han disfrutado de muy buenas cosechas de caña bis)

Principio de los años cincuenta: Asistía de acompañante, chaperón de mi hermana y su novio, a los bailes en los clubes frente a la playa de Salinas, al mar Caribe. Bailábamos a los acordes de la música de José Luis Moneró y la orquesta de rigor de aquel entonces.

- Querido, ¡qué bueno que disfrutas de la nostalgia y de esa memorias que evocan palabras de mujer… !

Los dos miles: Desde aquellos tiernos y armoniosos momentos la música ha servido, no solamente, de vara que mide mis gustos en un momento dado; reflejo de mis estados anímico-románticos. Sensibilidad e historia. De José Luis Moneró me moví al rock and rol, la nueva trova, la música de disco, el “new wave” de Philip Glass, la barroca europea, hasta de nuevo regresar a José Luis Moneró. (Espero no terminar con canciones de cuna.) El Moneró de ayer me integraba a la estética de los años cincuenta. El de hoy me sirve de puente entre mis deseos y los amores de ayer.

- ¿Qué tú crees?¿Por dónde andarán los que están vivos? ¿Qué será de sus vidas?”

Frente al mar Caribe bailé, y hoy, un mural del mismo mar en un bar en el barrio Plateau Mont Royal de Montreal, a los acordes de música caribeña, los nuevos románticos de las sociedades industrializadas del norte, me sirven de fondo y figura para reflexionar sobre los significativos otros. El Caribe se convierte en la última frontera de los nuevos románticos, no de los originales, de los que hoy sufrimos las consecuencias de los originales.

El Caribe no es realidad geográfica, es signo de una nueva estética, un estado de ánimo. Al ritmo de reggae o salsa en algunos bares de Montreal, cargados de motivos tropicales, los nuevos Gauguin se mueven a las costas caribeñas vestidos de contra-cultura, residuos de los sesenta, críticos de los turistas tradicionales, a encontrar el neo primitivismo.

- Nene, esta cosecha me lleva del bolero al reggae al bolero.

Al igual que el pintor, regreso al pueblo, no a los quinceañeros, bodas y bautizos ni tampoco en busca de sueños de turista neo primitivista. Regreso en busca de mis viejas amistades, los que se quedaron en el pueblo. Me oyen y callan ante los silencios. Otros, los que se fueron a estudiar a la universidad, me evitan: se visten de guayaberas, arquetipos, casados, padres de nenes y nenas muy monos, viven en las mejores urbanizaciones del área metropolitana de la ciudad capital: San Juan. Mis preferidos, que son muy pocos, se mudaron a Santa Rita en Río Piedras, barrio de intelectuales y artistas o al igual que tú, a Paris. Yo, me mudé a Nueva York, me dejé crecer los pelos, marché en los desfiles pro derechos de los homosexuales, viví en comunas y no me pongo guayaberas. Ellos, los que se quedaron en el pueblo, distinto a los neo-románticos, ni oyen música, ni a Moneró.

-Te juro que la próxima vez compro más de esta cosecha, evoca sin presiones.



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