Yo las odiaba y las envidiaba a la vez. Tenían álbumes con fotos, tarjetas, recordatorios de todo tipo, poemas de amor a primera vista, algunos, amor a ciegas, otros, nombres de los novios de ese mes, borrados más tarde, lazos, muchos lazos, corazones y otros "cut outs", trencitas de muñecas que una vez fueron y no querían olvidar.
Tenían de todo lo que una chiquilla de catorce o quince años desea guardar, documentar, compartir con sus amigas y alguno que otro amigo; uno de aquellos amigos, pues, de lo que por lo general, más luego, marchan en pro de los derechos del tercer o cuarto amor.
Yo no podía tener esos álbumes. ¿Qué iban a pensar, decir mis amigos, hermanos, padres, maestros, enfermeras, médicos, vecinos, vecinas, los curas y monjas del pueblo?
Ese es el mismo nene que hoy tiene su página en Facebook y pone a todo el mundo, se retrata junto a un peluche y lo baja o lo sube, lo pone o lo quita en su álbum cibernético, en Facebook.
No, no tengo Facebook. Tengo una libreta cibernética, un blog, donde escribo mis diarios, poemas, ensayos, relatos de todo tipo. No pongo fotos mías en las cuales me ven abrazando a un peluche. Yo superé la étapa de los álbumes de adolescentes. Nunca tuve peluches.
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