En la puerta de entrada, mirando hacia los regalos y el àrbol de Navidad en la sala de la casa, un niño huérfano, sin juguetes: una estampa que despertaba sentimientos encontrados, el agridulce que tanto gusta durante fiestas religiosas, en la voz y alma navideña de los años cincuenta: Felipe Rodríguez.
Entre la tristeza del niño pobre y la siempre presente música jíbara, con sus tintes de nostalgia, galillos entonados, cantando a la tristeza o a la desfachatez en sus controversias, nos movïamos, comíamos. Encerrada en el eterno "leloai" cerrero, monte adentro, las décimas servían de fondo no sólo en familia. Comíamos todos juntos en las salas y balcones de la calle San Antonio, entre Badé Pérez y Cecilio Domínguez: o preparado en casa o comprado en lechoneras: pasteles, arroces y dulces para empezar a degustar y comparar, mucho antes de la Nochebuena, siendo las misas de aguinaldos el punto de partida para comenzar la continua cena navideña.
"Está pidiendo amparo" no era letra de una décima; rogaba un bolero que apelaba a la compasión, caridad de una madre por parte de un niño, cuando ve al pordiosero en la puerta de entrada de la casa, aquel día de Navidad. Al igual que la melancolía enredada en el cuatro, tiple, maraca, guayo y güiro en la música jíbara, el bolero en la voz de Felipe Rodríguez, tan de moda por aquel entonces, auscultaba cierto tipo de tristeza.
Sesenta y pico de años más tarde sigue sin Navidad que celebrar -fuera de verla desde la televisión o por la calle en las fiestas de otros o desde el balcón hacia las casas de los vecinos-, con el mismo bolero de fondo, el niño-junguiano-consciencia colectiva, mira hacia dentro de su casa.
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