Es harto conocido que en ciertos círculos puertorriqueños es de muy mal gusto llegar a tiempo; entramos a su apartamento en Gramercy Park quince minutes después de la hora indicada en la invitación; se nos recibió con un coctel a base de parchas (maracuyás), un “sweet and sour” con la fruta que es agridulce, hielo triturado, y un muy selecto ron.
“Es que lo trajimos (aunque fue una persona quien trajo el ron, el anfitrión no había perdido la costumbre puertorra de usar el plural o hablar sobre sí mismo en tercera persona) de PR y lo guardamos para una ocasión especial”.
La “ocasión especial” era mi amigo entrañable a quien el anfitrión quería conquistar. Nos invitó a Jean y a mí porque de no hacerlo, le hubiese quedado muy “desclasé” no invitar a Jean, su joven compañero de trabajo en la editorial, y a mí, el mejor amigo de quien él deseaba con ansias locas. Cuando nos conoció en la casa de Jean, a quien habíamos conocido en una discoteca, insistió tenazmente en que teníamos que ir a cenar a su casa. Y nosotros, dos jóvenes acabaditos de llegar a la ciudad de los rascacielos, no decíamos que no tan fácilmente: queríamos absorber toda y cada una de las experiencias que la ciudad nos ofrecía, y aquel señor puertorriqueño, tan elegante y tan cuidadoso en sus modales, era alguien a quien ibamos a conocer.
Su elegancia criolla, acento difícil de identificar – algo así como lo que Cortázar llamó español de ningún sitio, a lo oligarca colombiano, entonación con muy pocas marcadas subidas y bajadas, metal de voz algo nasal, y una pronunciación impecable de cada fonema, unas elles que ya no se oían y unas eses que desparecían sin uno darse cuenta – en aquel inmenso apartamento en uno de los barrios más exclusivos de la ciudad, rodeado de santos de palo, un sofá de medallón, pinturas de los maestros latinoamericanos, salón de comedor separado de la sala por puertas corredizas, chineros con porcelanas y porcelanas, lo colocaban en las esferas sociales fuera de la de los “gueto boricuas” o los nuevos clase media, suburbanos riqueños en Long Island, New Jersey o Westchester. Santos, porcelanas, chinero, sofá isabelino fueron parte de la herencia que le dejó su madre; pagó “una fortuna para que los trajeran a NY”.
De los tres invitados, el que se veía menos cómodo era yo. En el pueblo,“los blanquitos” (nombre despectivo que usan los puertorriqueños de las clases medias y menos medias para referirse a los burgueses) estaban tan alejados de mi mundo como lo estaban los curas y monjas americanos que controlaban el catolicismo y la educación de un “buen hombre”. Y la rapidez del cambio - del pueblo a la universidad, a NY – no permitió que los llegara a conocer de cerca. El otro invitado, Jean, era francés,y ni conocía todos los detalles y recovecos de la fauna portoricensis, ni detectaba las diferencias históricas vividas por mi amigo Carlos, yo, y el anfitrión.
Carlos se movía con más soltura en esos ambientes: descendía de jibaros como yo, con la diferencia de haberse mudado a San Juan y rápidamente convertirse en parte de las nuevas clases medias, “arribistes” nuevo “petite bourgoise”. Pudo estudiar en un colegio privado en San Juan, que lo relacionó con alguno que otro burgués isleño, y le permitió en ciertas ocasiones codearse, colarse en los clubes y fiestas que daban los miembros de las clases en el poder de la isla de los espantos. Carlos y yo nos conocimos en la universidad en una clase de historia del arte, era y es pintor, nos hicimos amigos y nos mudamos juntos a NY.
“¿Por dónde empiezo?” preguntó Carlos, sonreído y sin ningún tipo de vergüenza con la desfachatez que le caracterizaba, mientras señalaba la extensa variedad de cubiertos que poblaban la mesa de caoba cubierta con un mantel tejido a mano por las monjas carmelitas de no recuerdo qué convento en qué pueblo. El narcisismo de Carlos - de cara juvenil, un buen cuerpo y súper lindo - crecía ante las atenciones que le daba el anfitrión. Era a Carlos a quien oía con más detenimiento; sus descaros lo convertían en objeto de deseo, aumentaba aquello que nos lleva a desear, poseer al otro, ser el otro. Deseos abrumadores hacían que el anfitrión no viese ni sintiese nada excepto el poder conquistar a Carlos.
“No te preocupes y come, como en tu casa”, le dijo el muy infatuado anfitrión.
Jean, criado en Paris y desterrado en Nueva York, trabajaba como corrector de textos en la editorial, se movía por la cena como si aquello fuese parte de su diario vivir, cambiaba de cubiertos como si nada le preocupase, comía y hablaba sin mucho compromiso, observaba de lejos la conquista.
Yo, por el contrario, con mi temor ante tanto cubierto, porcelanas, manteles, santos de palo por donde quiera, jarrones enormes llenos de flores, cuadros, retratos me convertía poco a poco en la muy trillada pero algo cierta descripción del jibaro: taciturno, huraño, desconfiado, decía muy poco, un “qué delicioso está este plato” o un “sí, que interesante la historia de ese santo”.
La cena duró tanto como se tardó en servir la extensa fila de platos que no paraban de salir de la cocina, servidos de antemano. Nada de poner los platos sobre la mesa y que cada cual se sirviera lo que deseaba. Si querías mas, preguntaba al final de cada entrada. No lo hicimos, hubiese obligado al cincuentón a pararse y cambiar el ritmo del servicio.
Cómo nos íbamos a despedir me mantuvo ocupado durante el café y el flan, hasta que Jean se paró después de terminar su postre café y dijo, “Nos tenemos que ir.”
“Es que tenemos que recoger los boletos antes de las doce”, añadió Carlos sin preocuparle la consumida cara de sorpresa del anfitrión o la pregunta, "¿Boletos para qué?"
“Los tres vamos para el baile de cierre de temporada de Flamingo, lo dan todos los años cuando se termina la primavera y antes de que las tribus se muevan durante el verano a Fire Island” fue seguido por el codazo que le di a uno de los santos de palo, el tumbe de su cabeza, rodando por el suelo, y el brusco abrir de la puerta de salida.
Los muebles, cuadros, obras de arte bordeaban la desabrida cara del anfitrión, quien al despedir los tres jóvenes en busca del vivir plenamente, les deseó un, “que la pasen bien.”
Wednesday, May 25, 2011
Monday, May 23, 2011
Two Men = One Man
Masculinity happened for the first time
With you, stern top on me with a hard on
Farewells in bed cut deeper than door kisses
A man is not one man all the time with another man
Once on top masculinity not longer lost, possesses new forms
Desires below, lightness takes hold of man topped by man, both on
Dissolve into one man, peace is always soothing after man becomes
Man.
With you, stern top on me with a hard on
Farewells in bed cut deeper than door kisses
A man is not one man all the time with another man
Once on top masculinity not longer lost, possesses new forms
Desires below, lightness takes hold of man topped by man, both on
Dissolve into one man, peace is always soothing after man becomes
Man.
Qola Warmi
Andean spirits do not cry when losing weak foreign souls
Aysiri, el gringo compadre achakiy de Peru a Nueva York
Compadre, para ser compadre, el condor vuelve del vuelo
Delfos lied to Alexander and led him to death without love
Never seeing the condor, Alexander forgot
The returning road, Machu Pichu aynanakuy, el gringo compadre,
The condos never flew, compadre the condor is gone
Achachi cleansing stories were heard not by northern souls, lost
Stories told by low level scavengers follow distorted roads
El gringo compadre como Bob Dylan nos vende sus cuentos, de lejos,
Foreign qola warmi spirits wander over the Andes
Flying alone looking for the aysiri, compadre,
On the self pleasing road, compadre, no, no. The condor is gone.
Aysiri, el gringo compadre achakiy de Peru a Nueva York
Compadre, para ser compadre, el condor vuelve del vuelo
Delfos lied to Alexander and led him to death without love
Never seeing the condor, Alexander forgot
The returning road, Machu Pichu aynanakuy, el gringo compadre,
The condos never flew, compadre the condor is gone
Achachi cleansing stories were heard not by northern souls, lost
Stories told by low level scavengers follow distorted roads
El gringo compadre como Bob Dylan nos vende sus cuentos, de lejos,
Foreign qola warmi spirits wander over the Andes
Flying alone looking for the aysiri, compadre,
On the self pleasing road, compadre, no, no. The condor is gone.
Tango de Chulos
El amor llegó de noche
Arrastrado por la edad
Compraba verbos argentinos
Llenos de pura pasión
Espaldas encorvadas
No los puede cargar
"Sabes vos que te quiero”
“Eres distinto a los demás".
El amor vendido a peso
Soltaba palabras porteñas
Llenas de mucha ilusión
La grietas de cara sesentona
"Llevadme contigo a La Plata”
“Allá habrá razón para amar".
El amor se fue de noche
Detrás de otro losano varón
A quien lo quieran follar
Las nalgas dulces del joven
Prefieren otra virilidad
"Lo siento, eres muy viejo,
Yo quiero un hombre de verdad".
Arrastrado por la edad
Compraba verbos argentinos
Llenos de pura pasión
Espaldas encorvadas
No los puede cargar
"Sabes vos que te quiero”
“Eres distinto a los demás".
El amor vendido a peso
Soltaba palabras porteñas
Llenas de mucha ilusión
La grietas de cara sesentona
"Llevadme contigo a La Plata”
“Allá habrá razón para amar".
El amor se fue de noche
Detrás de otro losano varón
A quien lo quieran follar
Las nalgas dulces del joven
Prefieren otra virilidad
"Lo siento, eres muy viejo,
Yo quiero un hombre de verdad".
Sunday, May 22, 2011
Bolerístico en Reversa
“Acuérdate de Acapulco, de aquella noche…… “
¿De qué Acapulco?
Si nunca me llevó a ningún sitio"
¿De qué Acapulco?
Si nunca me llevó a ningún sitio"
Friday, May 20, 2011
Órganos
No veo por un ojo, el izquierdo, y cada vez que salgo a caminar por Nueva York, con sus abarrotadas aceras, me tropiezo con algo o alguien. Creo que voy en línea recta, cuando sin esperármelo me sale alguien de “left field” y me para en seco con su sorpresiva entrada en mi pequeño espacio geográfico. ”What’s wrong with you”, me gritó un simpático neoyorkino a la salida de la boca del subway, y en aquella boca del metro quedé petrificado al ver la molesta cara del bocón que me gritó sin encomendarse a nadie. Su bocaza se opone a la boca que Alfredo tan sensiblemente escudriña en su poema “Elogio de la Boca” (Nueva York, 19/05/11).
Alfredo convierte la boca, órgano tan problemático como tan sensual, en motivo para reflexionar sobre todos nuestros órganos - si la boca es un órgano o un conjunto de órganos, depende del diccionario que se investigue, y en los tres que investigué, aparecían distintas definiciones. Desde las fisiológicas hasta referirse a La Boca, el conocido barrio porteño, en Buenos Aires, of course; una boca que no es cualquier boca de rio ni tampoco ha sido vista o es orgullo de todos los porteños; muchos de ellos viven en las Villas Miserias que bordean la gran ciudad, y oyen cumbias villeras, y no pretender ser europeos residentes de Sur América, y La Boca no es su boca.
La boca puede decir sin parar o estar siempre quieta, percibir o saborear, señalar o acariciar me sugiere Alfredo en su poema. Leerlo de nuevo me llevó a fijarme durante largas hora en cada uno de mis órganos. Las manos envejecen más rápido que los cachetes, y las piernas se aflojan antes que aquellos a los que le ponemos nombre. Al pene los hombres le conocen como Pepito o Jaimito si son chiquitos; Juancho si es un manganzón. Las mujeres sus tetas nombran cual montañas en los pueblos caribeños de Salinas o Cayey, motivo de litigio entre sus respetivos alcaldes..
“What’s wrong with you” me gritó el bocón en la salida del subway. Tenso, contesté, “no veo por este ojo y pierdo el balance”. Con un cambio de actitud, el jaquetón se convirtió en apoyo y me dijo, “Sorry, man, you take care of yourself”. Al igual que mi inepto ojo sirvió para despertar la ternura en un “ghetto bro” neoyorquino, la boca de Alfredo me llevó por todo mi cuerpo, a conocerlo de nuevo: microcosmos y universo; camino y medida; herramienta y halago; ungüento y memoria; “…interior firmamento”*
*(Alfredo Villanueva Collado. “Elogio de la Boca”, Nueva York, 19/05/11).
Alfredo convierte la boca, órgano tan problemático como tan sensual, en motivo para reflexionar sobre todos nuestros órganos - si la boca es un órgano o un conjunto de órganos, depende del diccionario que se investigue, y en los tres que investigué, aparecían distintas definiciones. Desde las fisiológicas hasta referirse a La Boca, el conocido barrio porteño, en Buenos Aires, of course; una boca que no es cualquier boca de rio ni tampoco ha sido vista o es orgullo de todos los porteños; muchos de ellos viven en las Villas Miserias que bordean la gran ciudad, y oyen cumbias villeras, y no pretender ser europeos residentes de Sur América, y La Boca no es su boca.
La boca puede decir sin parar o estar siempre quieta, percibir o saborear, señalar o acariciar me sugiere Alfredo en su poema. Leerlo de nuevo me llevó a fijarme durante largas hora en cada uno de mis órganos. Las manos envejecen más rápido que los cachetes, y las piernas se aflojan antes que aquellos a los que le ponemos nombre. Al pene los hombres le conocen como Pepito o Jaimito si son chiquitos; Juancho si es un manganzón. Las mujeres sus tetas nombran cual montañas en los pueblos caribeños de Salinas o Cayey, motivo de litigio entre sus respetivos alcaldes..
“What’s wrong with you” me gritó el bocón en la salida del subway. Tenso, contesté, “no veo por este ojo y pierdo el balance”. Con un cambio de actitud, el jaquetón se convirtió en apoyo y me dijo, “Sorry, man, you take care of yourself”. Al igual que mi inepto ojo sirvió para despertar la ternura en un “ghetto bro” neoyorquino, la boca de Alfredo me llevó por todo mi cuerpo, a conocerlo de nuevo: microcosmos y universo; camino y medida; herramienta y halago; ungüento y memoria; “…interior firmamento”*
*(Alfredo Villanueva Collado. “Elogio de la Boca”, Nueva York, 19/05/11).
Tuesday, May 17, 2011
He Travestido
Favor de pulsar este enlace:
http://memoriasdeungaysesenton.blogspot.com/2013/11/travestir-del-indicativo.html
---------------------------
(borrador)
Es que era de esperarse, si se atrevió a conjugar ese verbo con los estudiantes de una escuela intermedia en un barrio del Bronx donde la mitad de la población es evangélica y la otra mitad analfabeta, dados a estar de acuerdo con cualquier idiota que les convenza sobre lo que sea después de que les coma el coco con la verborrea que tienen eso lideres de barrio que andan buscando treparse políticamente, usan cualquier tema o asunto controvertido al cual le puedan sacar provecho sin tener ni la mínima gama de principios excepto el hacer mucho dinero, salir en los periódicos o abanderarse con asuntos de tan poca importancia como fue la pelea por las banderas y el nacionalismo insulso de aquellas maricas que no se daban cuenta que el nacionalismo a la hora de la hora los usa y lo desusa sin miramientos cuando los necesita para luego, si los necesitan, pedir perdón y auto-culparse a lo Fidel quien se achacó la culpa de la persecución y torturas de los gais en Cuba sin que nadie se lo saque en cara o lo ajusticie, lo que deben hacer con ese montón de gais pseudo-nacionalistas que no quieren aceptar el que andar defendiendo sus naciones camina sobre terreno delicado porque cuando menos se lo esperan los hetero-nacionalistas les van a dar una pata’ por el culo como hizo Hitler con los homos en Alemania cuando estos hasta una escuadra militar formaron y luego los mandó a matar según Visconti, ¿fue Visconti?, en aquella película, Los Malditos, muy de moda por los setenta en los cines de Tribeca y SoHo, vista por medio mundo, pronosticando lo que hicieron los estadistas en la isla de los espantos, después que llegaron al poder con los votos de la mayoría de los gays le dejaron las plataformas y las tribunas a los reverendos de pandereta, aumentando la tasa de asesinatos de hombres y mujeres liberados, parecido a lo que le pasó a los dos que dejaron de ser amigos y compañeros docentes, después de una decirle a la otra que ella venia de una colonia y la otra restallarle y tú de una dictadura cuyo dinero venia de los prostíbulos y casinos en tu capital, y la otra decirle que eran unos sometidos y aquella contestarle, ustedes unos ilusos al creerse que tenían un país desarrollado con un dictador de pacotilla y una negrada de población que se creía blanca, loca trapera contestó la que se vestía, y a mucha honra, la que travestía, todavía traviste, y usó el verbo travestir, después de aquella garata frente de los padres para enseñarle a conjugar a sus estudiantes, yo travisto, tú travistes, él traviste, nosotros travestimos, vosotros trasvisteis, sin fijarse si estaba en lo correcto y antes de ser botados ambos de sus respectivos trabajos, por hablar de asuntos gais y no por haber discutido sobre luchas nacionales, xenofobia, racismo, sub-desarrollo, desarrollo, multinacionalismo, autonomías, globalización o el travestir de los países, culturas y mucho menos, conjugar verbos que pocos usan.
http://memoriasdeungaysesenton.blogspot.com/2013/11/travestir-del-indicativo.html
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(borrador)
Es que era de esperarse, si se atrevió a conjugar ese verbo con los estudiantes de una escuela intermedia en un barrio del Bronx donde la mitad de la población es evangélica y la otra mitad analfabeta, dados a estar de acuerdo con cualquier idiota que les convenza sobre lo que sea después de que les coma el coco con la verborrea que tienen eso lideres de barrio que andan buscando treparse políticamente, usan cualquier tema o asunto controvertido al cual le puedan sacar provecho sin tener ni la mínima gama de principios excepto el hacer mucho dinero, salir en los periódicos o abanderarse con asuntos de tan poca importancia como fue la pelea por las banderas y el nacionalismo insulso de aquellas maricas que no se daban cuenta que el nacionalismo a la hora de la hora los usa y lo desusa sin miramientos cuando los necesita para luego, si los necesitan, pedir perdón y auto-culparse a lo Fidel quien se achacó la culpa de la persecución y torturas de los gais en Cuba sin que nadie se lo saque en cara o lo ajusticie, lo que deben hacer con ese montón de gais pseudo-nacionalistas que no quieren aceptar el que andar defendiendo sus naciones camina sobre terreno delicado porque cuando menos se lo esperan los hetero-nacionalistas les van a dar una pata’ por el culo como hizo Hitler con los homos en Alemania cuando estos hasta una escuadra militar formaron y luego los mandó a matar según Visconti, ¿fue Visconti?, en aquella película, Los Malditos, muy de moda por los setenta en los cines de Tribeca y SoHo, vista por medio mundo, pronosticando lo que hicieron los estadistas en la isla de los espantos, después que llegaron al poder con los votos de la mayoría de los gays le dejaron las plataformas y las tribunas a los reverendos de pandereta, aumentando la tasa de asesinatos de hombres y mujeres liberados, parecido a lo que le pasó a los dos que dejaron de ser amigos y compañeros docentes, después de una decirle a la otra que ella venia de una colonia y la otra restallarle y tú de una dictadura cuyo dinero venia de los prostíbulos y casinos en tu capital, y la otra decirle que eran unos sometidos y aquella contestarle, ustedes unos ilusos al creerse que tenían un país desarrollado con un dictador de pacotilla y una negrada de población que se creía blanca, loca trapera contestó la que se vestía, y a mucha honra, la que travestía, todavía traviste, y usó el verbo travestir, después de aquella garata frente de los padres para enseñarle a conjugar a sus estudiantes, yo travisto, tú travistes, él traviste, nosotros travestimos, vosotros trasvisteis, sin fijarse si estaba en lo correcto y antes de ser botados ambos de sus respectivos trabajos, por hablar de asuntos gais y no por haber discutido sobre luchas nacionales, xenofobia, racismo, sub-desarrollo, desarrollo, multinacionalismo, autonomías, globalización o el travestir de los países, culturas y mucho menos, conjugar verbos que pocos usan.
Monday, May 16, 2011
Sara Mago no Travestía
Que si la familia la estaba volviendo más loca de lo que era, era porque él se lo permitía en aquellos momentos cuando había descubierto que no tenía que estar haciéndole caso a las ideas fundamentadas en no sé qué textos o ideas que ni ellos sabían de donde les habían llegado esos textos o ideas regeneradoras del que el necesitaba ayuda para controlar su temperamento cuando les dijo que no iba a visitarlos más si seguían con la misma cantaleta de todos los años durante sus viajes a Puerto Rico en vez de irse a pasar sus vacaciones a Europa y descarriarse por todo Ámsterdam o registrase como voluntario en algún programa que estuviese ayudando a la gente en Haití o África y así dar de lo mejor que tenía en sus cualidades como ser humano en esta tierra donde parece que siempre hay alguien tratando de joderte la pita o lo que sea con tal de mantenerse ocupado para sentirse mejor que aquellos otros que no necesitan de ayuda de nadie porque quien la quiere o necesita debe saber pedirla y si no sabe es porque está mal de la cabeza o es un inmaduro y en ambos caos solo los pueden ayudar los especialistas y nunca ningún pendejo de su familia con sus bachilleratos o títulos de instituciones de tercera donde los gradúan pero poco hacen por sus estudiantes o aquellos que no pueden entrar donde estudiamos que era de lo mejor y ahora estos se creen que tienen las herramientas para ayudar como si fuesen unos duracos en la materia de mejorar la condición humana cuando ellos no han salido de sus pequeños munditos y márgenes de la clase media agarrados por las pezuñas a tal punto que en cualquier momento se caen si no se aguantan bien o el sistema del que tanto dependen les da una mano o una patada por pendejos y estar creyendo en lo que se cree es la salvación del mundo y no quien no necesita que lo salven puesto está ya salvado sin deudas ni acreedores o resentimientos contra nadie aunque a veces me da la gana de matarlos por entrometidos, presumidos, creídos con una visión bastante distorsionada de lo que es la realidad y la compleja condición humana y di gracias a Dios que se calló porque si no, le llamaba a la familia y lo mandaba para su pueblo.
Sunday, May 15, 2011
Poemas al Id
Bravo, bravo, bravo
Aplausos, aplausos
Paparazzis no, no
Bravo, bravo, bravo.
Se me olvidó
Pagar, apagar la luz.
Aplausos, aplausos
Paparazzis no, no
Bravo, bravo, bravo.
Se me olvidó
Pagar, apagar la luz.
Montreal y los Neo Primitvistas
Montreal y sus vicios me ponen a soñar. Sueño, sigo soñando, sueño, añoro aquellos tiempos cuando al igual que película mexicana de los años cincuenta asistía de acompañante, chaperón de mi hermana y su novio, a los bailes que se daban en los clubes de la playa de mi pueblo. Frente al mar Caribe bailábamos a los acordes de la música de José Luis Moneró, cantante de rigor.
“Querido Rafy, ¡qué bueno que me oyes!”
Desde aquellos tiernos y armoniosos momentos la música ha servido, no solamente, de vara que mide mis gustos en un momento dado; reflejo de mis estados anímico-culturales. De José Luis Moneró me moví al rock and rol, la nueva trova, la música de disco, el “new wave” de Philip Glass, hasta de nuevo regresar a José Luis Moneró. (Espero no terminar con canciones de cuna) El Moneró de ayer me integraba a la estética de los años cincuenta. El de hoy me sirve de puente entre mis deseos y el Flaco.
“¿Qué tú crees?, Rafy. ¿Por dónde andará? ¿Qué será de su vida?”
Frente al mar Caribe bailé, y hoy, un mural del mismo mar en un bar en el barrio Plateau Mont Royal y los acordes de la música caribeña, digerida por los nuevos románticos de las sociedades industrializadas del norte, me sirven de fondo y figura para reflexionar sobre el significativo otro. El Caribe se convierte en la última frontera de los nuevos románticos, no de los originales, de los que hoy sufrimos las consecuencias de los originales.
El Caribe no es realidad geográfica, es signo de un estado de una nueva estética, un estado de ánimo, al ritmo de reggae o salsa en algunos bares de Montreal, cargados de motivos tropicales, los nuevos Gauguins nos movemos a las costas Caribeñas vestidos de contra-cultura, residuos de los sesenta, archi-críticos de los turistas tradicionales, a encontrar el neo primitivismo.
“Nene, esta cosecha me lleva del bolero al reggae al bolero.”
Al igual que el pintor, regreso al pueblo, no a los quinceañeros, bodas y bautizos ni tampoco en busca de sueños de turista neo primitivista. Regreso en busca de mis viejas amistades, los que se quedaron en el pueblo. Me oyen y callan ante los silencios. Otros, los que se fueron a estudiar a la universidad, me evitan: se visten de guayaberas, arquetipos, casados, padres de nenes y nenas muy monos, viven en las mejores urbanizaciones del área metropolitana de la ciudad capital: San Juan. Mis preferidos, que son muy pocos, se mudaron a Santa Rita en Río Piedras, barrio de intelectuales y artistas o al igual que tú, a Paris. Yo, me mudé a Nueva York, me dejé crecer los pelos, marché en los desfiles pro derechos de los homosexuales, viví en comunas y no me pongo guayaberas. Ellos, distinto a los neo-románticos, ni oyen música, ni a Serrat.
"De los bosques de Quebec, tu celular, contesta, debe ser tu súper ego o tu vecino del primer piso.”
“Querido Rafy, ¡qué bueno que me oyes!”
Desde aquellos tiernos y armoniosos momentos la música ha servido, no solamente, de vara que mide mis gustos en un momento dado; reflejo de mis estados anímico-culturales. De José Luis Moneró me moví al rock and rol, la nueva trova, la música de disco, el “new wave” de Philip Glass, hasta de nuevo regresar a José Luis Moneró. (Espero no terminar con canciones de cuna) El Moneró de ayer me integraba a la estética de los años cincuenta. El de hoy me sirve de puente entre mis deseos y el Flaco.
“¿Qué tú crees?, Rafy. ¿Por dónde andará? ¿Qué será de su vida?”
Frente al mar Caribe bailé, y hoy, un mural del mismo mar en un bar en el barrio Plateau Mont Royal y los acordes de la música caribeña, digerida por los nuevos románticos de las sociedades industrializadas del norte, me sirven de fondo y figura para reflexionar sobre el significativo otro. El Caribe se convierte en la última frontera de los nuevos románticos, no de los originales, de los que hoy sufrimos las consecuencias de los originales.
El Caribe no es realidad geográfica, es signo de un estado de una nueva estética, un estado de ánimo, al ritmo de reggae o salsa en algunos bares de Montreal, cargados de motivos tropicales, los nuevos Gauguins nos movemos a las costas Caribeñas vestidos de contra-cultura, residuos de los sesenta, archi-críticos de los turistas tradicionales, a encontrar el neo primitivismo.
“Nene, esta cosecha me lleva del bolero al reggae al bolero.”
Al igual que el pintor, regreso al pueblo, no a los quinceañeros, bodas y bautizos ni tampoco en busca de sueños de turista neo primitivista. Regreso en busca de mis viejas amistades, los que se quedaron en el pueblo. Me oyen y callan ante los silencios. Otros, los que se fueron a estudiar a la universidad, me evitan: se visten de guayaberas, arquetipos, casados, padres de nenes y nenas muy monos, viven en las mejores urbanizaciones del área metropolitana de la ciudad capital: San Juan. Mis preferidos, que son muy pocos, se mudaron a Santa Rita en Río Piedras, barrio de intelectuales y artistas o al igual que tú, a Paris. Yo, me mudé a Nueva York, me dejé crecer los pelos, marché en los desfiles pro derechos de los homosexuales, viví en comunas y no me pongo guayaberas. Ellos, distinto a los neo-románticos, ni oyen música, ni a Serrat.
"De los bosques de Quebec, tu celular, contesta, debe ser tu súper ego o tu vecino del primer piso.”
Sobre mi novela, Radio Transistor (Terranova, San Juan Puerto Rico, in press)
Hace cuarenta años comencé a escribir los relatos que conforman las partes de esa novela que parece que Juracán (Dios del mal en la mitología Taína) no quiere que vea la luz del sol. Hasta mediados de los setenta, no pensaba escribir una novela, solo escribía y guardaba lo escrito. A finales de los setenta decidí que se podían organizar en una novela y comencé el proceso que luego sería interrumpido por una serie de eventos que dispararon mi temor, activaron mis miedos.
El primero ocurrió durante la serie de asesinatos de hombres gays en San Juan a finales de los setenta. Uno de los temas de mi novela gira en torno a una serie de asesinatos de hombres gay en San Juan, y como ya estaba escribiendo y organizando los asuntos y personajes, me asusté en ese momento y paré de escribir. La guardé y no pude tocarla de nuevo hasta mediados de los ochenta.
Para principios de los ochenta volví donde ella, paré de nuevo porque uno de los personajes, elaborado mucho antes, y quien muere, estaba basado en un amigo que adquiere la enfermedad del siglo, SIDA. Ya había enterrado unos cuantos y no podía jugar con la literatura cuando la realidad era tan cruel. Volvió el miedo.
Junto a estas accidentales circunstancias, se encuentra la relación entre el carácter siniestro y detectivesco de la trama y el hecho de que durante esa década el aparato de seguridad de los EEUU estaba persiguiendo tenazmente a los independentistas puertorriqueños, y si uno bordea la comunidad intelectual o académica puertorriqueña, las posibilidades de que conozca un independentista no son nada de remotas.
Pasaron los noventa, no la toqué hasta principios del nuevo milenio, temía que si volvía donde ella me iba a enfrentar a otra nada agradable correlación accidental. Me envalentoné, la desempolvé, escribí de nuevo y completé su vida. Desde hace unos años espero que la imprimen, la publiquen. Ha sido un proceso incómodo, doloroso, y en cierta medida, vergonzoso. Le dice uno con orgullo y vanidad a sus más cercanas amistades, “me van a publicar la novela”, y la publicación nunca llega. Te preguntan una vez más, ¿Cuándo sale la novela?, y prefieres justificar lo difícil que es publicar, antes de tener que decir, que no sabes qué es lo que pasa con la misma.
Para un jibaro (nada de diminutivos conmigo) que junto a su familia tuvo que dejar el campo y migrar hacia los cañaverales, el único de su familia que pudo estudiar en la universidad, pensar que podía llegar a publicar una novela era más que una tarea, un sueño, una fantasía hecha realidad. Una vez más las fantasías salen caras, pero gracias a las décimas de ese otro jibaro, Luis Llorens Torres, esa realidad puede ser entendida y puesta en su justa perspectiva:
"Llegó un jíbaro a San Juan
y unos cuantos piti yanquis
lo atajaron en un parque
queriéndolo conquistar
le hablaron del Tío Sam
de Wilson, de Mister Root,
de New York, de Sandy Hook,
de la libertad del voto,
del dólar, del Habeas Corpus,
y el jíbaro dijo: ¡Mnjú!"
[Décima de Luis Llorens Torres)
¡Qué mucho “mju” hemos tenido que decir!
El primero ocurrió durante la serie de asesinatos de hombres gays en San Juan a finales de los setenta. Uno de los temas de mi novela gira en torno a una serie de asesinatos de hombres gay en San Juan, y como ya estaba escribiendo y organizando los asuntos y personajes, me asusté en ese momento y paré de escribir. La guardé y no pude tocarla de nuevo hasta mediados de los ochenta.
Para principios de los ochenta volví donde ella, paré de nuevo porque uno de los personajes, elaborado mucho antes, y quien muere, estaba basado en un amigo que adquiere la enfermedad del siglo, SIDA. Ya había enterrado unos cuantos y no podía jugar con la literatura cuando la realidad era tan cruel. Volvió el miedo.
Junto a estas accidentales circunstancias, se encuentra la relación entre el carácter siniestro y detectivesco de la trama y el hecho de que durante esa década el aparato de seguridad de los EEUU estaba persiguiendo tenazmente a los independentistas puertorriqueños, y si uno bordea la comunidad intelectual o académica puertorriqueña, las posibilidades de que conozca un independentista no son nada de remotas.
Pasaron los noventa, no la toqué hasta principios del nuevo milenio, temía que si volvía donde ella me iba a enfrentar a otra nada agradable correlación accidental. Me envalentoné, la desempolvé, escribí de nuevo y completé su vida. Desde hace unos años espero que la imprimen, la publiquen. Ha sido un proceso incómodo, doloroso, y en cierta medida, vergonzoso. Le dice uno con orgullo y vanidad a sus más cercanas amistades, “me van a publicar la novela”, y la publicación nunca llega. Te preguntan una vez más, ¿Cuándo sale la novela?, y prefieres justificar lo difícil que es publicar, antes de tener que decir, que no sabes qué es lo que pasa con la misma.
Para un jibaro (nada de diminutivos conmigo) que junto a su familia tuvo que dejar el campo y migrar hacia los cañaverales, el único de su familia que pudo estudiar en la universidad, pensar que podía llegar a publicar una novela era más que una tarea, un sueño, una fantasía hecha realidad. Una vez más las fantasías salen caras, pero gracias a las décimas de ese otro jibaro, Luis Llorens Torres, esa realidad puede ser entendida y puesta en su justa perspectiva:
"Llegó un jíbaro a San Juan
y unos cuantos piti yanquis
lo atajaron en un parque
queriéndolo conquistar
le hablaron del Tío Sam
de Wilson, de Mister Root,
de New York, de Sandy Hook,
de la libertad del voto,
del dólar, del Habeas Corpus,
y el jíbaro dijo: ¡Mnjú!"
[Décima de Luis Llorens Torres)
¡Qué mucho “mju” hemos tenido que decir!
Saturday, May 14, 2011
Ensimismado en Nueva York
Nueva York se recoge durante el otoño e invierno; en primavera y verano se abre, de colores, con gris de fondo se viste, ensimismada, cual niña engreída, juega con sus suaves lanas y fuertes algodones
En un largo paseo-desfile por Broadway, primavera, Loisaida destella un collage de tonalidades: verdes, rojos, azules; le canta al individualismo. Soho en su mejor época, el verano, lleva a la vanguardia de la moda manufacturada a rendirle tributo. Engalanada con sus mejores telas, Nueva York se viste de sonidos urbanos, caras, cuerpos y miradas de modulación rítmica
Nueva York y la moda participan en la construcción y expresión de la identidad de cada uno de sus habitantes. Las señoras del Upper West Side son vestidas por sus closets. El fashionista Ariel Fernández sostenía que éstas, antes de salir, entraban a sus armarios y dejaban que las bufandas, trajes, faldas, blusas, pulseras, aretes, zarapes les cayeran encima; vestidas para exhibirse por todo uptown; quincallas ambulantes.
Nueva York permite combinar y transformar identidades. Caminar por Lenox y seguir hasta el Barrio Latino de East Harlem es cambiar de lenguas, de ritmos, de historias: del swing a la salsa, del inglés afro-americano al español caribeño y a su apareamiento con el inglés – el spanglish. La historia de la ciudad es recreada en dicha música de origen afro-americano; también es la capital de la salsa: música fusionada de los ritmos tradicionales caribeños, integrada al jazz, creada por los hijos de los migrantes puertorriqueños, los niuyoricans. La identidad de la ciudad se encuentra en sus múltiples códigos, idiomas, ritmos y colores.
En Nueva York no se puede estar callado, ni quieto.
En un largo paseo-desfile por Broadway, primavera, Loisaida destella un collage de tonalidades: verdes, rojos, azules; le canta al individualismo. Soho en su mejor época, el verano, lleva a la vanguardia de la moda manufacturada a rendirle tributo. Engalanada con sus mejores telas, Nueva York se viste de sonidos urbanos, caras, cuerpos y miradas de modulación rítmica
Nueva York y la moda participan en la construcción y expresión de la identidad de cada uno de sus habitantes. Las señoras del Upper West Side son vestidas por sus closets. El fashionista Ariel Fernández sostenía que éstas, antes de salir, entraban a sus armarios y dejaban que las bufandas, trajes, faldas, blusas, pulseras, aretes, zarapes les cayeran encima; vestidas para exhibirse por todo uptown; quincallas ambulantes.
Nueva York permite combinar y transformar identidades. Caminar por Lenox y seguir hasta el Barrio Latino de East Harlem es cambiar de lenguas, de ritmos, de historias: del swing a la salsa, del inglés afro-americano al español caribeño y a su apareamiento con el inglés – el spanglish. La historia de la ciudad es recreada en dicha música de origen afro-americano; también es la capital de la salsa: música fusionada de los ritmos tradicionales caribeños, integrada al jazz, creada por los hijos de los migrantes puertorriqueños, los niuyoricans. La identidad de la ciudad se encuentra en sus múltiples códigos, idiomas, ritmos y colores.
En Nueva York no se puede estar callado, ni quieto.
Friday, May 13, 2011
La Hipotenusa
La Hipotenusa se enamora de seres en busca de Godot. Casi siempre son heterosexuales cuyas identidades son más fluidas que el gas. Por haber estudiado matemáticas puras en la universidad, cada vez que quiere recalcar algo las usa como referentes, y por eso le apodan la Hipotenusa. Estuvo perdidamente enamorada de su último amor, quien era su “raíz cuadrada”.
En una clase que tomamos juntos, sobre nuevas formas de enfocar la filosofía, en el New School for Social Research conoció a quien fue su teoría de Fermat. En un lado estaba yo y del otro, su perdido deseo. Aquella mala ecuación amorosa comenzó cuando el profesor presentó sus ideas sobre el material a estudiar: no creía en asignar lecturas o trabajos, y que las teorías y planteamientos filosóficos evolucionarían como resultado de revelaciones internas, que luego podían ser comparadas con los trabajos de otros y decidir si confirmaban o no nuestros postulados.
La sonrisa de la Hipotenusa, su mirada evidenciaban un desbalance entre el matemático puro y el puro perderse en el espacio que el profesor planteaba. Me miró, sonrió, movió su cuerpo geométricamente y el ángulo que su cuello formaba lo llevó a quedar de frente con el estudiante que estaba del otro lado: el artista de quien se iría enamorando poco a poco durante el resto del curso.
Cual coordenadas armoniosas, las ideas del artista concordaban con los postulados del profesor. La cara de placer y el desbalance de la Hipotenusa sirvieron de motor generador para buscarse continuamente, armar tremendas discusiones, desear uno, la Hipotenusa, el cuerpo del otro y el otro, el artista, desear aquella cuadriculada cabeza.
Al terminar el semestre, el artista se involucró en distintos proyectos: pintaba grafitis sin son ni ton por las paredes públicas de la ciudad, documentaba los sonidos y el espacio en que éstos se encontraban, creaba categorías y, luego, formulaba teorías sobre cada ambiente en específico; teorías a las que llama desorden armonioso. Sin dar explicaciones se alejó de la Hipotenusa.
Si alguien de nuestro cerrado circulo le preguntaba por el artista, la Hipotenusa justificaba su pérdida con la frase que se hizo famosa entre nosotros, “se multiplicó por cero y se eliminó a sí mismo”.
En una clase que tomamos juntos, sobre nuevas formas de enfocar la filosofía, en el New School for Social Research conoció a quien fue su teoría de Fermat. En un lado estaba yo y del otro, su perdido deseo. Aquella mala ecuación amorosa comenzó cuando el profesor presentó sus ideas sobre el material a estudiar: no creía en asignar lecturas o trabajos, y que las teorías y planteamientos filosóficos evolucionarían como resultado de revelaciones internas, que luego podían ser comparadas con los trabajos de otros y decidir si confirmaban o no nuestros postulados.
La sonrisa de la Hipotenusa, su mirada evidenciaban un desbalance entre el matemático puro y el puro perderse en el espacio que el profesor planteaba. Me miró, sonrió, movió su cuerpo geométricamente y el ángulo que su cuello formaba lo llevó a quedar de frente con el estudiante que estaba del otro lado: el artista de quien se iría enamorando poco a poco durante el resto del curso.
Cual coordenadas armoniosas, las ideas del artista concordaban con los postulados del profesor. La cara de placer y el desbalance de la Hipotenusa sirvieron de motor generador para buscarse continuamente, armar tremendas discusiones, desear uno, la Hipotenusa, el cuerpo del otro y el otro, el artista, desear aquella cuadriculada cabeza.
Al terminar el semestre, el artista se involucró en distintos proyectos: pintaba grafitis sin son ni ton por las paredes públicas de la ciudad, documentaba los sonidos y el espacio en que éstos se encontraban, creaba categorías y, luego, formulaba teorías sobre cada ambiente en específico; teorías a las que llama desorden armonioso. Sin dar explicaciones se alejó de la Hipotenusa.
Si alguien de nuestro cerrado circulo le preguntaba por el artista, la Hipotenusa justificaba su pérdida con la frase que se hizo famosa entre nosotros, “se multiplicó por cero y se eliminó a sí mismo”.
Tuesday, May 10, 2011
Arte Sana
De una súper fabulosa frente al coro de tipos a defender mi derecho a no estar obligado a defender el idioma,me muevo mientras me codeo con el demimonde y consumo cócteles en Loisaida, en unos de esos espacios medio galería y medio centro cultural de la Avenida B. Allí atentaron contra mi derechos lingüísticos y yo respondí con un, "Antes del idioma, defiendo mi derecho a hablar".
Todo esto ocurrió después de discurrir por largo rato sobre el provincialismo del performance art en las comunidades latinas del noreste de los EE.UU. Ese folclorismo insulso, vestido de performance art, promueve nacionalismo sin crítica y fomenta el subdesarrollo. Ante mi descarga, una muy atrevida político-linguo-activista me respondió con un, "No debiera mezclar los idiomas". Anti histórica, pensé; no se lo dije.
Claro, la defensa de mi postura no duró mucho rato, llegó alguien a quien quería saludar. Además, la mencionada niña iba de necio-atrevida a desafiante; y yo, en esos momentos, no tenía mis mejores reflejos. Un cóctel aquí, un cóctel allá hace que uno se convierta en un lento conversador. Tampoco estoy para que las palabras se conviertan en motivo de duelo y menos en un ágape donde se le rinde tributo a una de nuestras grandes figuras literarias. Sonreí.
Me moví por la sala para saludar a la figura literaria. Ella, la figura literaria, me saludó cortésmente, siguió caminando y se movió a donde estaba otras figuras más importantes que yo; y que ella. “Vedette arribista”. Seguí tomando.
El estado de ánimo cambiaba en la medida que consumía cócteles, y éstos, a su vez, me predispusieron contra la niña antes mencionada; porque, aunque considero definitivamente que las palabras no son motivo de duelo, no me engaño, pues bien sé que sirven como índice de lo posible. No es tanto como, el que calla otorga, sino que, el que calla tiene tiempo para planear. Y yo, después de cavilar por largo rato y caer en cuenta de que lo que le molestaba a la elocuente y bien educada niña no era mi translingüismo (le molestaba mi sentido de la estética y mi estilo discursivo: ambos van de la mano, uno no existe sin el otro) me le acerqué.
El performance art latino en el noreste de los Estados Unidos sufre del mismo mal que ellos critican - un craso egocentrismo y chovinismo cultural. Y decir esto le sentó a la muchachita como bomba atómica. Tampoco ayudan mi estilo de decir las cosas: dicción y entonación, uso y manejo de las manos, dedos al aire, gestos y manerismos de las cuales estoy sumamente conciente, motivos y motores generadores de hostilidad entre mujeres y hombres de cierta conciencia social, máxime, cuando se trata de "straights" dogmáticos y recalcitrantes.
"Señorita, ¿Qué usted cree…?
“Perdóneme, pero usted es un reaccionario..."
Se fue de mi lado y me dejó con mi opinión a flor de labios. "Troglodita", me dije.
Todo esto ocurrió después de discurrir por largo rato sobre el provincialismo del performance art en las comunidades latinas del noreste de los EE.UU. Ese folclorismo insulso, vestido de performance art, promueve nacionalismo sin crítica y fomenta el subdesarrollo. Ante mi descarga, una muy atrevida político-linguo-activista me respondió con un, "No debiera mezclar los idiomas". Anti histórica, pensé; no se lo dije.
Claro, la defensa de mi postura no duró mucho rato, llegó alguien a quien quería saludar. Además, la mencionada niña iba de necio-atrevida a desafiante; y yo, en esos momentos, no tenía mis mejores reflejos. Un cóctel aquí, un cóctel allá hace que uno se convierta en un lento conversador. Tampoco estoy para que las palabras se conviertan en motivo de duelo y menos en un ágape donde se le rinde tributo a una de nuestras grandes figuras literarias. Sonreí.
Me moví por la sala para saludar a la figura literaria. Ella, la figura literaria, me saludó cortésmente, siguió caminando y se movió a donde estaba otras figuras más importantes que yo; y que ella. “Vedette arribista”. Seguí tomando.
El estado de ánimo cambiaba en la medida que consumía cócteles, y éstos, a su vez, me predispusieron contra la niña antes mencionada; porque, aunque considero definitivamente que las palabras no son motivo de duelo, no me engaño, pues bien sé que sirven como índice de lo posible. No es tanto como, el que calla otorga, sino que, el que calla tiene tiempo para planear. Y yo, después de cavilar por largo rato y caer en cuenta de que lo que le molestaba a la elocuente y bien educada niña no era mi translingüismo (le molestaba mi sentido de la estética y mi estilo discursivo: ambos van de la mano, uno no existe sin el otro) me le acerqué.
El performance art latino en el noreste de los Estados Unidos sufre del mismo mal que ellos critican - un craso egocentrismo y chovinismo cultural. Y decir esto le sentó a la muchachita como bomba atómica. Tampoco ayudan mi estilo de decir las cosas: dicción y entonación, uso y manejo de las manos, dedos al aire, gestos y manerismos de las cuales estoy sumamente conciente, motivos y motores generadores de hostilidad entre mujeres y hombres de cierta conciencia social, máxime, cuando se trata de "straights" dogmáticos y recalcitrantes.
"Señorita, ¿Qué usted cree…?
“Perdóneme, pero usted es un reaccionario..."
Se fue de mi lado y me dejó con mi opinión a flor de labios. "Troglodita", me dije.
¡Mira, Nena! Part Two
En otra fiesta, se encontraba la típica aspirante a mujer súper fabulosa; había triunfado en el extranjero, los diskettes, su tablet, las diapositivas, documentada en cuanto gadget habido y por haber, eran su testigo. Se sentía "malette". Es de rigor explicar este término: malette es un vocablo que usan los miembros de cierta sub-cultura dentro de otra subcultura, ”if you know what I mean”, cuando desean caracterizar un estado anímico cuyo sentir, aparentemente, está limitado a los miembros de susodicho grupo; un estado sublime, etéreo. Esta niña, de quien les hablo, y algunos de los asistentes a la fiesta pertenecían a la sub-especie antes mencionada.
La aspirante a fabulozza asombró a todo el mundo en el extranjer, según ella. Les llenó de envidia, no en el extranjero, sino a los que la oían en la fiesta antes mencionada: sus formas, su cuerpo, su cara, su pelo. Comentó, que en una escalera, cuando andaba de modelo en el extranjero, le dieron paso; la retrataron en una comida, y allí, "no la creían", simplemente, "no la creían". No es que los oyentes de esta fiesta pensaran que ella mentía, es que en el extranjero su ser los dejó incrédulos. En la fiesta quienes, junto a mí, oían sus relatos no pestañeaban. El pasmo ante su triunfo. Ella, una mujer de unos treinta años, hablaba. Un coro respondía.
Es menester hablar del coro. Todos respondían al unísono, “te botaste mama, wau, too much, qué fabuloso”.
Ella hablaba, sus trajes, sus piernas, su busto.
El coro, todo adjetivos, “increíble, fabuloso, majestuoso”.
Ella sonreía, labios rojos, cachetes sumidos, cejas suben y bajan, mostraba evidencia: fotos, laptop, videos.
El coro, todo sentimientos personales: “¡ah, no sigas que grito de la histérica envidia, me ahogo de la emoción!”
Ella se encorvaba, estiraba el brazo cual cisne en ballet ruso, las piernas de frente, de lado.
El coro flotaba, flotaba, se ahogaba. Un coro de tipos.
La aspirante a fabulozza asombró a todo el mundo en el extranjer, según ella. Les llenó de envidia, no en el extranjero, sino a los que la oían en la fiesta antes mencionada: sus formas, su cuerpo, su cara, su pelo. Comentó, que en una escalera, cuando andaba de modelo en el extranjero, le dieron paso; la retrataron en una comida, y allí, "no la creían", simplemente, "no la creían". No es que los oyentes de esta fiesta pensaran que ella mentía, es que en el extranjero su ser los dejó incrédulos. En la fiesta quienes, junto a mí, oían sus relatos no pestañeaban. El pasmo ante su triunfo. Ella, una mujer de unos treinta años, hablaba. Un coro respondía.
Es menester hablar del coro. Todos respondían al unísono, “te botaste mama, wau, too much, qué fabuloso”.
Ella hablaba, sus trajes, sus piernas, su busto.
El coro, todo adjetivos, “increíble, fabuloso, majestuoso”.
Ella sonreía, labios rojos, cachetes sumidos, cejas suben y bajan, mostraba evidencia: fotos, laptop, videos.
El coro, todo sentimientos personales: “¡ah, no sigas que grito de la histérica envidia, me ahogo de la emoción!”
Ella se encorvaba, estiraba el brazo cual cisne en ballet ruso, las piernas de frente, de lado.
El coro flotaba, flotaba, se ahogaba. Un coro de tipos.
Monday, May 9, 2011
Tacto
Ayer, pasado efímero, me sentía como lo que puedo ser: una loca diviiina. Dialogué con las pinturas en un paseo por una galería con un cóctel en la mano, disfrute total, paré frente a un grupo, “hola, que tal”, saludé a los conocidos, gozo completo, conversé sobre el arte, simpatía plena, dije adiosito de lejos con los dedos de mi mano derecha, vida al borde de la felicidad.
Sé que mi sensibilidad les molesta a las liberales ortodoxas, en particular a las feministas que no soportan los hombres amanerados; y yo lo soy. No puedo con ellas. ¡Qué se fastidien las nenas! Saludo, me muevo y sonrío con plasticidad flamenca. Flamenca de Flandes, no de Andalucía. Aunque, a veces, cante jondo. Como siempre, todo puede marchar muy bien, hasta que un cóctel de más desmantela mis posturas. Me explico.
No hace mucho, en uno de los locales de moda en la Avenida A, del siempre y eternamente bohemio downtown, trago en mano, le respondí a una señora que me preguntó si era tímido, "no sé socializar". Arqueé mi ceja derecha, pensé un segundo, la miré atentamente, sonreí sin enseñar los dientes y continué, "solamente puedo construir jerarquías intelectuales, ser sarcástico, morir de pie". La señora, a través de una sonrisa rectangularmente perfecta, gimió un casi ladrido gutural de simpatía programada. Formé una curva con mis sutilmente apretados labios, me excusé y seguí tomando; amanecí con una resaca de madre.
El mal estado, los dolorcitos de cabeza se están convirtiendo en algo muy rutinario, y, para empeorar la cosa, me paso el día después de los cócteles, avergonzado por mis cambios de conducta: de poseedor de modales propios y agradables a uno donde la rabia es la que habla.
El comentario y el tono con que lo emití, productos de un ambiente donde el razonamiento diplomático no era usado en reuniones familiares, son un no no en actos seudo literarios. Me recuerdo a Pascual Duarte cuando pasea por primera vez por El Retiro. El acuchilló a alguien. Yo, insulto.
Tacto fue lo que lo que tuve que tener ante una teatrera-miembro de una de estas escuelas de artes latinoamericanas que apoyan, defienden todo lo que sugiera que el sur también existe. La nena no distinguía entre experimentar, luchas sociales y etnicismo. Frente a aquello, no pude controlarme. Cuando detecté una de sus muchas contradicciones, le disparé mi trillado discurso sobre este asunto. Sin pestañear le dije:
"Mira nena, yo sé que estar al margen está de moda. Ahora, ¿me oyes, al margen de qué? Eso es lo que hay que aclarar. Incluso, entre ciertos sectores de las artes y la crítica…..,
Ella continuaba pacientemente esperando por el momento oportuno para contraatacar. Yo, ni loca, le iba a dar espacio. Seguí con mi discurso, “…uno, lo que necesita en estos momentos, el uno pronombre, es darse un paseo por los pasillos de las academias...
"Mira nena, no seas tan proto-tipo", le dije y ella ante aquella retahíla de borbotones sin son ni ton me miró como diciendo, pasé, este señor está pasé, aprovechó el momento en que me servía cualquier trago que pudiese encontrar para desaparecerse de mi lado, seguí con quien me encontrara de por medio.
Durante de resaca y después de los insultos, gracias a San Agustín, reflexiono; y gracias a los instintos, ya que por culpa de ellos a menudo meto la pata, aprendo. De hoy en adelante el tacto será una idea convertida en práctica. Me lo prometo. Ante mi espejo, me miro y digo, "diviina, soy una loca divina".
Sé que mi sensibilidad les molesta a las liberales ortodoxas, en particular a las feministas que no soportan los hombres amanerados; y yo lo soy. No puedo con ellas. ¡Qué se fastidien las nenas! Saludo, me muevo y sonrío con plasticidad flamenca. Flamenca de Flandes, no de Andalucía. Aunque, a veces, cante jondo. Como siempre, todo puede marchar muy bien, hasta que un cóctel de más desmantela mis posturas. Me explico.
No hace mucho, en uno de los locales de moda en la Avenida A, del siempre y eternamente bohemio downtown, trago en mano, le respondí a una señora que me preguntó si era tímido, "no sé socializar". Arqueé mi ceja derecha, pensé un segundo, la miré atentamente, sonreí sin enseñar los dientes y continué, "solamente puedo construir jerarquías intelectuales, ser sarcástico, morir de pie". La señora, a través de una sonrisa rectangularmente perfecta, gimió un casi ladrido gutural de simpatía programada. Formé una curva con mis sutilmente apretados labios, me excusé y seguí tomando; amanecí con una resaca de madre.
El mal estado, los dolorcitos de cabeza se están convirtiendo en algo muy rutinario, y, para empeorar la cosa, me paso el día después de los cócteles, avergonzado por mis cambios de conducta: de poseedor de modales propios y agradables a uno donde la rabia es la que habla.
El comentario y el tono con que lo emití, productos de un ambiente donde el razonamiento diplomático no era usado en reuniones familiares, son un no no en actos seudo literarios. Me recuerdo a Pascual Duarte cuando pasea por primera vez por El Retiro. El acuchilló a alguien. Yo, insulto.
Tacto fue lo que lo que tuve que tener ante una teatrera-miembro de una de estas escuelas de artes latinoamericanas que apoyan, defienden todo lo que sugiera que el sur también existe. La nena no distinguía entre experimentar, luchas sociales y etnicismo. Frente a aquello, no pude controlarme. Cuando detecté una de sus muchas contradicciones, le disparé mi trillado discurso sobre este asunto. Sin pestañear le dije:
"Mira nena, yo sé que estar al margen está de moda. Ahora, ¿me oyes, al margen de qué? Eso es lo que hay que aclarar. Incluso, entre ciertos sectores de las artes y la crítica…..,
Ella continuaba pacientemente esperando por el momento oportuno para contraatacar. Yo, ni loca, le iba a dar espacio. Seguí con mi discurso, “…uno, lo que necesita en estos momentos, el uno pronombre, es darse un paseo por los pasillos de las academias...
"Mira nena, no seas tan proto-tipo", le dije y ella ante aquella retahíla de borbotones sin son ni ton me miró como diciendo, pasé, este señor está pasé, aprovechó el momento en que me servía cualquier trago que pudiese encontrar para desaparecerse de mi lado, seguí con quien me encontrara de por medio.
Durante de resaca y después de los insultos, gracias a San Agustín, reflexiono; y gracias a los instintos, ya que por culpa de ellos a menudo meto la pata, aprendo. De hoy en adelante el tacto será una idea convertida en práctica. Me lo prometo. Ante mi espejo, me miro y digo, "diviina, soy una loca divina".
Frankfurt, a.m.
The a.m. in Frankfurt does not stand for the morning but for the river: Am Main. On the Main, its banks and the park surrounding it were among my favorite places to walk around, to relax whenever I visited the city that Manhattan invented. Its memories keep coming back as if asking me to reproduce them, to relive each one of them again. Frankfurt, Old San Juan before becoming a post card, Merida in Yucatan, and Manhattan are some of the places that shape a certain personal narrative. A narrative that, as one gets older, serves to provide closure, harmony; to interconnect what has been experienced with the new sense of the world. Perhaps is not to recreate or to give cohesiveness to the narrative; but to hold on to the memories in order to validate them: to say as Neruda said, “confieso que he vivido.”
A friend once asked me why I continued to visit Frankfurt. She knew that my love for Gunter was not enough reason to go back to the banking city. Years later I realized that when I first visited the city I was able to face an approach to living that was not completely possible in the USA. Discovering in Frankfurt a familiar environment, gay liberation movement and leftist communes, but formulated by a generation that had to face the demons of their parents forced me to reformulate my own ideas about autonomy, race, class, ethnicity, nationality, and etc. etc. etc. My friends on the Main could not engage in the love movement without talking about the hate of the recent past as that generation was formed by the children of those who lived during the Nazi regime. And as I got to know many of them, they were not willing to compromise. Their honesty, brutal at times, was an eye opener for someone coming from the touchy-feely USA. It was also the period when Nina Hagen abandoned the East Berlin Opera to create her unique approach to music, Fassbinder was redefining cinema, the gay movement on the Main was not separated from the plight of the guest workers, and AIDS was forcing all of us to mature real fast.
For a person raised in the Caribbean there was never a real summer in Frankfurt. Its damp, grayish, cool summer nights seemed like a permanent autumn. And the Spanish word for autumn applies not only to the season but to one’s older years. Frankfurt prepared me for the autumn of my life. Seeing my friends facing their demons also taught me how to reflect upon my life and history. When meeting a non Puerto Rican for the first time, in the USA I was my ethnicity first and then I was myself. So many times I had to explain why I was how I was as stereotypes were what led non Boricuas to question me or my ways of being. As my friends in Frankfurt were forced to talk about stereotypes and genocide when meeting me for the first time, I was an individual first and then my ethnicity and history would enter the scene, the discussion.
If one allows oneself, old age can hold the framework to reflect upon the past and not to have to ask the same questions again: who am I and where am I going? Instead you can ask: why was I who I was and why? And then, enjoy the past and since it cannot be repeated, one can create a narrative to tell a story and see life as it was or you imagined to be. As la Koester recently told me: the North End neighborhood is no longer occupied by the leftist communes as it was gentrified by the yuppies and its intellectual wannabes; la Voegel no longer holds court in his anarchistic island in the middle of the river; so many of my friends are dead and beer is not longer served at the Strand Café since it was sold to some religious group. But the Frankfurt on the Main is the city I once knew, and the one to dream about when thinking about growth. Perhaps it is time to go back and face reality again; reality check as my ex-therapist used to say.
A friend once asked me why I continued to visit Frankfurt. She knew that my love for Gunter was not enough reason to go back to the banking city. Years later I realized that when I first visited the city I was able to face an approach to living that was not completely possible in the USA. Discovering in Frankfurt a familiar environment, gay liberation movement and leftist communes, but formulated by a generation that had to face the demons of their parents forced me to reformulate my own ideas about autonomy, race, class, ethnicity, nationality, and etc. etc. etc. My friends on the Main could not engage in the love movement without talking about the hate of the recent past as that generation was formed by the children of those who lived during the Nazi regime. And as I got to know many of them, they were not willing to compromise. Their honesty, brutal at times, was an eye opener for someone coming from the touchy-feely USA. It was also the period when Nina Hagen abandoned the East Berlin Opera to create her unique approach to music, Fassbinder was redefining cinema, the gay movement on the Main was not separated from the plight of the guest workers, and AIDS was forcing all of us to mature real fast.
For a person raised in the Caribbean there was never a real summer in Frankfurt. Its damp, grayish, cool summer nights seemed like a permanent autumn. And the Spanish word for autumn applies not only to the season but to one’s older years. Frankfurt prepared me for the autumn of my life. Seeing my friends facing their demons also taught me how to reflect upon my life and history. When meeting a non Puerto Rican for the first time, in the USA I was my ethnicity first and then I was myself. So many times I had to explain why I was how I was as stereotypes were what led non Boricuas to question me or my ways of being. As my friends in Frankfurt were forced to talk about stereotypes and genocide when meeting me for the first time, I was an individual first and then my ethnicity and history would enter the scene, the discussion.
If one allows oneself, old age can hold the framework to reflect upon the past and not to have to ask the same questions again: who am I and where am I going? Instead you can ask: why was I who I was and why? And then, enjoy the past and since it cannot be repeated, one can create a narrative to tell a story and see life as it was or you imagined to be. As la Koester recently told me: the North End neighborhood is no longer occupied by the leftist communes as it was gentrified by the yuppies and its intellectual wannabes; la Voegel no longer holds court in his anarchistic island in the middle of the river; so many of my friends are dead and beer is not longer served at the Strand Café since it was sold to some religious group. But the Frankfurt on the Main is the city I once knew, and the one to dream about when thinking about growth. Perhaps it is time to go back and face reality again; reality check as my ex-therapist used to say.
Julius y las Lloronas (sin explicaciones)
No vuelvo. Les juro que no vuelvo. A ver hombres cincuentones, sesentones y sus jóvenes lapas llorando mientras oyen y corean canciones de Judy Garland no pienso (valga la redundancia) ni pensarlo. Es que no es de creer, que a estas alturas y tiempos emancipadores estén “esmelenaos”, llorando descosoladamente. todos los domingos por la tarde, ensimismados en sus estados melancólicos, en uno de esos emblemáticos bares del Village; y no me refiero a Julius, el bar más antiguo de todo el Village - si no es el más antiguo, es el que atrae a los más antiguos parroquianos, ¡y la de gais de la cuarta edad que se ven por allí todas las tardes! Me refiero a los “piano bars” donde el pianista toca y el coro de locas lloronas canta las canciones de épocas pasadas. Y mientras cantan, lloran. Ese tipo de ejercicio lúdico-terapéutico, si se repite, se automatiza. Por ahora, no vuelvo.
Lo entiendo. Conozco las raíces de esos momentos histriónicos: se juntan tres o cuatro pre Stone Wall gais, oyen música de “su época”, se toman unas copas y a llorar como magdalenas, por razones que van desde los lindos recuerdos hasta la opresión y genocidio. Razones que se mezclan y con el llanto se subsanan; se resuelven, y desplazan a ese espacio donde la historia es menos fuerte que el deseo de vivir plenamente. Nadie podrá entender lo que tuvieron que soportar los de esa época: la burla, el desprecio, el comentario acusatorio, el chiste de mal gusto, la mirada cargada de sarcasmo, las palizas, la persecución y asesinato en países donde el nazismo, fascismo, militarismo, dogmatismo religioso regían sin atenerse a las consecuencias. Que si en Alemania hitleriana los castraban, asesinaban, marcaban con estrellas amarillas, en los EEUU McCarthy la Hoover los internaban en hospitales de psiquiatría y trataban con cargas eléctricas; y a saber que hicieron los militares en Argentina, Chile, Uruguay, etc. etc. etc.
Lo he vivido: Cada canción (en mi caso particular son los boleros corta venas) puede revivir un momento y reactivar las lacrimógenas. Reactivan esos dos elementos que conforman la substancia vital que dentro de la nostalgia se encuentra: amor y tristeza conviven juntas en ese espacio que una canción logra sacar a flote. Y esa mezcla de tristeza y amor nos humaniza. Allí en esos bares o en una reunión de amigos, cantamos en conjunto, nos hacemos parte del gran todo vital. Sabes que puedes amar, lo sientes; sabes que te han perseguido, lo reconoces; cantas y lloras para desahogar esa intensidad que el amor y odio generan en aquellos que les tocó vivir vidas cargadas de fuertes y múltiples “significantes y significados” simbióticos: amor y persecución juntitos. Pero ir a un piano bar a descargar ese histrionismo todos los domingos por la tarde, después de haberse comido una hamburguesa en Julius es un poco excesivo.
Lo disfruto: El un bar de travestis en el Villaaage, un parroquiano, de seguro que era parte de algún “bridge and tunnel crowd” que turisteaba por la ciudad, se burlaba de una de las que allí su show presentaba. El “performer”, bastante cansado con la roba show, paró su presentación y dijo, “don’t fuck with mama, mama has a college degree”; siguió cantando, el público reía y le aplaudía. Aquella muy sutil y nada agresiva respuesta no hubiese sido necesaria en los piano bars donde se va a cantar y llorar en conjunto; nadie trata de robar el show. Las experiencias pre Stone Wall conjugan al grupo y les da un sentido de historia que los que se benefician de la liberación sólo conocen de oído. Los de “esa época” disfrutan su catarsis, su historia.
Vuelvo, claro que vuelvo. A saber si por ahí vienen mis amigos del “bridge and tunnel crowd” y les doy un paseíto por Julius, que allí nadie llora, comen hamburguesas y miran hacia el Villaage…., el eterno Villaage, para luego después de una copas, “esmelenarnos” en un piano bar.
Lo entiendo. Conozco las raíces de esos momentos histriónicos: se juntan tres o cuatro pre Stone Wall gais, oyen música de “su época”, se toman unas copas y a llorar como magdalenas, por razones que van desde los lindos recuerdos hasta la opresión y genocidio. Razones que se mezclan y con el llanto se subsanan; se resuelven, y desplazan a ese espacio donde la historia es menos fuerte que el deseo de vivir plenamente. Nadie podrá entender lo que tuvieron que soportar los de esa época: la burla, el desprecio, el comentario acusatorio, el chiste de mal gusto, la mirada cargada de sarcasmo, las palizas, la persecución y asesinato en países donde el nazismo, fascismo, militarismo, dogmatismo religioso regían sin atenerse a las consecuencias. Que si en Alemania hitleriana los castraban, asesinaban, marcaban con estrellas amarillas, en los EEUU McCarthy la Hoover los internaban en hospitales de psiquiatría y trataban con cargas eléctricas; y a saber que hicieron los militares en Argentina, Chile, Uruguay, etc. etc. etc.
Lo he vivido: Cada canción (en mi caso particular son los boleros corta venas) puede revivir un momento y reactivar las lacrimógenas. Reactivan esos dos elementos que conforman la substancia vital que dentro de la nostalgia se encuentra: amor y tristeza conviven juntas en ese espacio que una canción logra sacar a flote. Y esa mezcla de tristeza y amor nos humaniza. Allí en esos bares o en una reunión de amigos, cantamos en conjunto, nos hacemos parte del gran todo vital. Sabes que puedes amar, lo sientes; sabes que te han perseguido, lo reconoces; cantas y lloras para desahogar esa intensidad que el amor y odio generan en aquellos que les tocó vivir vidas cargadas de fuertes y múltiples “significantes y significados” simbióticos: amor y persecución juntitos. Pero ir a un piano bar a descargar ese histrionismo todos los domingos por la tarde, después de haberse comido una hamburguesa en Julius es un poco excesivo.
Lo disfruto: El un bar de travestis en el Villaaage, un parroquiano, de seguro que era parte de algún “bridge and tunnel crowd” que turisteaba por la ciudad, se burlaba de una de las que allí su show presentaba. El “performer”, bastante cansado con la roba show, paró su presentación y dijo, “don’t fuck with mama, mama has a college degree”; siguió cantando, el público reía y le aplaudía. Aquella muy sutil y nada agresiva respuesta no hubiese sido necesaria en los piano bars donde se va a cantar y llorar en conjunto; nadie trata de robar el show. Las experiencias pre Stone Wall conjugan al grupo y les da un sentido de historia que los que se benefician de la liberación sólo conocen de oído. Los de “esa época” disfrutan su catarsis, su historia.
Vuelvo, claro que vuelvo. A saber si por ahí vienen mis amigos del “bridge and tunnel crowd” y les doy un paseíto por Julius, que allí nadie llora, comen hamburguesas y miran hacia el Villaage…., el eterno Villaage, para luego después de una copas, “esmelenarnos” en un piano bar.
Sunday, May 8, 2011
Julius (Bar) y las Lloronas
No vuelvo. Les juro que no vuelvo. A ver hombres cincuentones, sesentones y sus jóvenes lapas llorando mientras oyen y corean canciones de Judy Garland no pienso (valga la redundancia) ni pensarlo. Es que no es de creer, que a estas alturas y tiempos emancipadores estén “esmelenaos” (palabra de la jerga puertorriqueña que significa llorar desconsoladamente; de acuerdo a mi conjetura etimológica tiene como raíz la melena; de soltar tanta lágrima el llanto parece una melena que se desmelena), todos los domingos por la tarde, ensimismados en sus estados melancólicos, en uno de esos emblemáticos bares del Village; y no me refiero a Julius, el bar más antiguo de todo el Village - si no es el más antiguo, es el que atrae a los más antiguos parroquianos, ¡y la de gais de la cuarta edad que se ven por allí todas las tardes! Me refiero a los “piano bars” donde el pianista toca y el coro de locas lloronas canta las canciones de épocas pasadas. Y mientras cantan, lloran. Ese tipo de ejercicio lúdico-terapéutico, si se repite, se automatiza. Por ahora, no vuelvo.
Lo entiendo. Conozco las raíces de esos momentos histriónicos: se juntan tres o cuatro pre Stone Wall gais, oyen música de “su época” (otra frase que usan los puertorriqueños para referirse la juventud de los mayorcitos; como si el envejecer quitase el gusto por lo que esta “in”, a menos que uno sea un viejo “remozao”), se toman unas copas y a llorar como magdalenas, por razones que van desde los lindos recuerdos hasta la opresión y genocidio. Razones que se mezclan y con el llanto se subsanan; se resuelven, y desplazan a ese espacio donde la historia es menos fuerte que el deseo de vivir plenamente. Nadie podrá entender lo que tuvieron que soportar los de esa época: la burla, el desprecio, el comentario acusatorio, el chiste de mal gusto, la mirada cargada de sarcasmo, las palizas, la persecución y asesinato en países donde el nazismo, fascismo, militarismo, dogmatismo religioso regían sin atenerse a las consecuencias. Que si en Alemania hitleriana los castraban, asesinaban, marcaban con estrellas amarillas, en los EEUU McCarthy la Hoover los internaban en hospitales de psiquiatría y trataban con cargas eléctricas; y a saber que hicieron los militares en Argentina, Chile, Uruguay, etc. etc. etc.
Lo he vivido: Cada canción (en mi caso particular son los boleros corta venas) puede revivir un momento y reactivar las lacrimógenas. Reactivan esos dos elementos que conforman la substancia vital que dentro de la nostalgia se encuentra: amor y tristeza conviven juntas en ese espacio que una canción logra sacar a flote. Y esa mezcla de tristeza y amor nos humaniza. Allí en esos bares o en una reunión de amigos, cantamos en conjunto, nos hacemos parte del gran todo vital. Sabes que puedes amar, lo sientes; sabes que te han perseguido, lo reconoces; cantas y lloras para desahogar esa intensidad que el amor y odio generan en aquellos que les tocó vivir vidas cargadas de fuertes y múltiples “significantes y significados” simbióticos: amor y persecución juntitos (léanse a Roland Barthes). Pero ir a un piano bar a descargar ese histrionismo todos los domingos por la tarde, después de haberse comido una hamburguesa en Julius es un poco excesivo.
Lo disfruto: El un bar de travestis en el Villaaage (mis amigos de la provincia conetiquiana, el psicólogo y el director escolar, al igual que muchos gais que se empeñan en exagerar los fonemas de cualquier idioma, disfrutan de estirar la a cuando nombran el notorio barrio neoyorquino, parecido a la pronunciación de las vocales entre los argentinos – subvierten todo tratado de fonología, como si el español argentino hubiese sido creado por gais, locas en busca de su propia sonoridad), un parroquiano, de seguro que era parte de algún “bridge and tunnel crowd” (término que se usa para referirse a los que vienen de los suburbios a turistear por la ciudad) se burlaba de una de las que allí su show presentaba. El “performer”, bastante cansado con la roba show, paró su presentación y dijo, “don’t fuck with mama, mama has a college degree”; siguió cantando, el público reía y le aplaudía. Aquella muy sutil y nada agresiva respuesta no hubiese sido necesaria en los piano bars donde se va a cantar y llorar en conjunto; nadie trata de robar el show. Las experiencias pre Stone Wall conjugan al grupo y les da un sentido de historia que los que se benefician de la liberación sólo conocen de oído. Los de “esa época” disfrutan su catarsis, su historia.
Vuelvo, claro que vuelvo. A saber si por ahí vienen mis amigos del “bridge and tunnel crowd” y les doy un paseíto por Julius, que allí nadie llora, comen hamburguesas y miran hacia el Villaage…., el eterno Villaage, para luego después de una copas, “esmelenarnos” en un piano bar.
Lo entiendo. Conozco las raíces de esos momentos histriónicos: se juntan tres o cuatro pre Stone Wall gais, oyen música de “su época” (otra frase que usan los puertorriqueños para referirse la juventud de los mayorcitos; como si el envejecer quitase el gusto por lo que esta “in”, a menos que uno sea un viejo “remozao”), se toman unas copas y a llorar como magdalenas, por razones que van desde los lindos recuerdos hasta la opresión y genocidio. Razones que se mezclan y con el llanto se subsanan; se resuelven, y desplazan a ese espacio donde la historia es menos fuerte que el deseo de vivir plenamente. Nadie podrá entender lo que tuvieron que soportar los de esa época: la burla, el desprecio, el comentario acusatorio, el chiste de mal gusto, la mirada cargada de sarcasmo, las palizas, la persecución y asesinato en países donde el nazismo, fascismo, militarismo, dogmatismo religioso regían sin atenerse a las consecuencias. Que si en Alemania hitleriana los castraban, asesinaban, marcaban con estrellas amarillas, en los EEUU McCarthy la Hoover los internaban en hospitales de psiquiatría y trataban con cargas eléctricas; y a saber que hicieron los militares en Argentina, Chile, Uruguay, etc. etc. etc.
Lo he vivido: Cada canción (en mi caso particular son los boleros corta venas) puede revivir un momento y reactivar las lacrimógenas. Reactivan esos dos elementos que conforman la substancia vital que dentro de la nostalgia se encuentra: amor y tristeza conviven juntas en ese espacio que una canción logra sacar a flote. Y esa mezcla de tristeza y amor nos humaniza. Allí en esos bares o en una reunión de amigos, cantamos en conjunto, nos hacemos parte del gran todo vital. Sabes que puedes amar, lo sientes; sabes que te han perseguido, lo reconoces; cantas y lloras para desahogar esa intensidad que el amor y odio generan en aquellos que les tocó vivir vidas cargadas de fuertes y múltiples “significantes y significados” simbióticos: amor y persecución juntitos (léanse a Roland Barthes). Pero ir a un piano bar a descargar ese histrionismo todos los domingos por la tarde, después de haberse comido una hamburguesa en Julius es un poco excesivo.
Lo disfruto: El un bar de travestis en el Villaaage (mis amigos de la provincia conetiquiana, el psicólogo y el director escolar, al igual que muchos gais que se empeñan en exagerar los fonemas de cualquier idioma, disfrutan de estirar la a cuando nombran el notorio barrio neoyorquino, parecido a la pronunciación de las vocales entre los argentinos – subvierten todo tratado de fonología, como si el español argentino hubiese sido creado por gais, locas en busca de su propia sonoridad), un parroquiano, de seguro que era parte de algún “bridge and tunnel crowd” (término que se usa para referirse a los que vienen de los suburbios a turistear por la ciudad) se burlaba de una de las que allí su show presentaba. El “performer”, bastante cansado con la roba show, paró su presentación y dijo, “don’t fuck with mama, mama has a college degree”; siguió cantando, el público reía y le aplaudía. Aquella muy sutil y nada agresiva respuesta no hubiese sido necesaria en los piano bars donde se va a cantar y llorar en conjunto; nadie trata de robar el show. Las experiencias pre Stone Wall conjugan al grupo y les da un sentido de historia que los que se benefician de la liberación sólo conocen de oído. Los de “esa época” disfrutan su catarsis, su historia.
Vuelvo, claro que vuelvo. A saber si por ahí vienen mis amigos del “bridge and tunnel crowd” y les doy un paseíto por Julius, que allí nadie llora, comen hamburguesas y miran hacia el Villaage…., el eterno Villaage, para luego después de una copas, “esmelenarnos” en un piano bar.
Tuesday, May 3, 2011
Coctel Para Homosexuales
Coctel para homosexuales
Habrán fag hags, locas
A millones, hombres
Mujeres y trannies
Lesbianas, feministas
No son Victorian times
El papel sí lo es
1898, Edimburgo
Lo trajo Jorge Borges
Dandi inglés.
A las tres, la catorce, no
Sí, Querido, SoHo, de rigueur
Claro, estás invitado
Casi huésped de honor
El recibidor, la sala
Muerte frente a tanto espejo
Fragmentados en dos por dos
A lo Bloomsbury, Virginia Woolf
Y yo, darling, en Nueva York.
(Poesias Puchungas, Nueva York, 1980)
Monday, May 2, 2011
Brunhilde Schmidt - the ballad
(Around the early nineteen eighties I met a young woman in Frankfurt a.m. who refused to be controlled by the groups in the communal/occupied houses where I stayed during my visits to that city. As a result, I wrote the following ballad which is dedicated to her and all of those who refuse to be controlled by the significant others.)
---------------------------------
Brunhilde was a girl
A very lonely girl
The village of her childhood
Already very small
Reminds her of a jail
And pushes to escape
Her mother is too strict
Her father is long gone
Brunhilde would prefer
To have a better choice
One day she leaves the land
Her pretty square land
A suitcase in her hand
In Frankfurt she arrives
Her braided hair shining
Under a cloudy sky
Brunhilde is overwhelmed
Unable to realize
Her world falls apart
The buildings are so tall
The people are so fast
Brunhilde is overwhelmed
She doesn’t realize
Her feet already marching
To get some lesbian rights
The boys are being so nice
The girls so sisterly
Brunhilde is very happy
Under her city crowd
They offer her a room
The house is occupied
Brunhilde is overwhelmed
Unable to realize
She is already cooking
For the entire pack
They take her everywhere
“Brunhilde let’s go there”
“Brunhilde let’s come back”
Brunhilde is getting tired
Of following the pack
One day she leaves the house
The full of conscience house
A suitcase in her hand
She goes to a cafe
The future in her hands
Brunhilde contemplates
In front of a trinkhalle
A foreigner she meets
As tall and dark and handsome
She wishes him to be
A guest worker he is
He talks about the west
He cries about the east
They dream of the casbah
They dream of magic rugs
Brunhilde is overwhelmed
She doesn’t realize
Eastern bells already singing
Around Teutonic feet
One day he leaves the house
The pretty lovely house
Brunhilde gets upset
He never will be back
She goes to the police
The papers to fill out
The ballad about the worker
Begins on the tv
“The worker, our guest
Was killed by a skin head”
(Frankfurt a.m., early 1980s)
---------------------------------
Brunhilde was a girl
A very lonely girl
The village of her childhood
Already very small
Reminds her of a jail
And pushes to escape
Her mother is too strict
Her father is long gone
Brunhilde would prefer
To have a better choice
One day she leaves the land
Her pretty square land
A suitcase in her hand
In Frankfurt she arrives
Her braided hair shining
Under a cloudy sky
Brunhilde is overwhelmed
Unable to realize
Her world falls apart
The buildings are so tall
The people are so fast
Brunhilde is overwhelmed
She doesn’t realize
Her feet already marching
To get some lesbian rights
The boys are being so nice
The girls so sisterly
Brunhilde is very happy
Under her city crowd
They offer her a room
The house is occupied
Brunhilde is overwhelmed
Unable to realize
She is already cooking
For the entire pack
They take her everywhere
“Brunhilde let’s go there”
“Brunhilde let’s come back”
Brunhilde is getting tired
Of following the pack
One day she leaves the house
The full of conscience house
A suitcase in her hand
She goes to a cafe
The future in her hands
Brunhilde contemplates
In front of a trinkhalle
A foreigner she meets
As tall and dark and handsome
She wishes him to be
A guest worker he is
He talks about the west
He cries about the east
They dream of the casbah
They dream of magic rugs
Brunhilde is overwhelmed
She doesn’t realize
Eastern bells already singing
Around Teutonic feet
One day he leaves the house
The pretty lovely house
Brunhilde gets upset
He never will be back
She goes to the police
The papers to fill out
The ballad about the worker
Begins on the tv
“The worker, our guest
Was killed by a skin head”
(Frankfurt a.m., early 1980s)
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