No vuelvo. Les juro que no vuelvo. A ver hombres cincuentones, sesentones y sus jóvenes lapas llorando mientras oyen y corean canciones de Judy Garland no pienso (valga la redundancia) ni pensarlo. Es que no es de creer, que a estas alturas y tiempos emancipadores estén “esmelenaos” (palabra de la jerga puertorriqueña que significa llorar desconsoladamente; de acuerdo a mi conjetura etimológica tiene como raíz la melena; de soltar tanta lágrima el llanto parece una melena que se desmelena), todos los domingos por la tarde, ensimismados en sus estados melancólicos, en uno de esos emblemáticos bares del Village; y no me refiero a Julius, el bar más antiguo de todo el Village - si no es el más antiguo, es el que atrae a los más antiguos parroquianos, ¡y la de gais de la cuarta edad que se ven por allí todas las tardes! Me refiero a los “piano bars” donde el pianista toca y el coro de locas lloronas canta las canciones de épocas pasadas. Y mientras cantan, lloran. Ese tipo de ejercicio lúdico-terapéutico, si se repite, se automatiza. Por ahora, no vuelvo.
Lo entiendo. Conozco las raíces de esos momentos histriónicos: se juntan tres o cuatro pre Stone Wall gais, oyen música de “su época” (otra frase que usan los puertorriqueños para referirse la juventud de los mayorcitos; como si el envejecer quitase el gusto por lo que esta “in”, a menos que uno sea un viejo “remozao”), se toman unas copas y a llorar como magdalenas, por razones que van desde los lindos recuerdos hasta la opresión y genocidio. Razones que se mezclan y con el llanto se subsanan; se resuelven, y desplazan a ese espacio donde la historia es menos fuerte que el deseo de vivir plenamente. Nadie podrá entender lo que tuvieron que soportar los de esa época: la burla, el desprecio, el comentario acusatorio, el chiste de mal gusto, la mirada cargada de sarcasmo, las palizas, la persecución y asesinato en países donde el nazismo, fascismo, militarismo, dogmatismo religioso regían sin atenerse a las consecuencias. Que si en Alemania hitleriana los castraban, asesinaban, marcaban con estrellas amarillas, en los EEUU McCarthy la Hoover los internaban en hospitales de psiquiatría y trataban con cargas eléctricas; y a saber que hicieron los militares en Argentina, Chile, Uruguay, etc. etc. etc.
Lo he vivido: Cada canción (en mi caso particular son los boleros corta venas) puede revivir un momento y reactivar las lacrimógenas. Reactivan esos dos elementos que conforman la substancia vital que dentro de la nostalgia se encuentra: amor y tristeza conviven juntas en ese espacio que una canción logra sacar a flote. Y esa mezcla de tristeza y amor nos humaniza. Allí en esos bares o en una reunión de amigos, cantamos en conjunto, nos hacemos parte del gran todo vital. Sabes que puedes amar, lo sientes; sabes que te han perseguido, lo reconoces; cantas y lloras para desahogar esa intensidad que el amor y odio generan en aquellos que les tocó vivir vidas cargadas de fuertes y múltiples “significantes y significados” simbióticos: amor y persecución juntitos (léanse a Roland Barthes). Pero ir a un piano bar a descargar ese histrionismo todos los domingos por la tarde, después de haberse comido una hamburguesa en Julius es un poco excesivo.
Lo disfruto: El un bar de travestis en el Villaaage (mis amigos de la provincia conetiquiana, el psicólogo y el director escolar, al igual que muchos gais que se empeñan en exagerar los fonemas de cualquier idioma, disfrutan de estirar la a cuando nombran el notorio barrio neoyorquino, parecido a la pronunciación de las vocales entre los argentinos – subvierten todo tratado de fonología, como si el español argentino hubiese sido creado por gais, locas en busca de su propia sonoridad), un parroquiano, de seguro que era parte de algún “bridge and tunnel crowd” (término que se usa para referirse a los que vienen de los suburbios a turistear por la ciudad) se burlaba de una de las que allí su show presentaba. El “performer”, bastante cansado con la roba show, paró su presentación y dijo, “don’t fuck with mama, mama has a college degree”; siguió cantando, el público reía y le aplaudía. Aquella muy sutil y nada agresiva respuesta no hubiese sido necesaria en los piano bars donde se va a cantar y llorar en conjunto; nadie trata de robar el show. Las experiencias pre Stone Wall conjugan al grupo y les da un sentido de historia que los que se benefician de la liberación sólo conocen de oído. Los de “esa época” disfrutan su catarsis, su historia.
Vuelvo, claro que vuelvo. A saber si por ahí vienen mis amigos del “bridge and tunnel crowd” y les doy un paseíto por Julius, que allí nadie llora, comen hamburguesas y miran hacia el Villaage…., el eterno Villaage, para luego después de una copas, “esmelenarnos” en un piano bar.
Sunday, May 8, 2011
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2 comments:
Vaya que me trae recuerdos . . . En mis años mozos, yo vivía metido en Julius, y siempre dije que servían los mejores hamburguers del Village. Me gustaba ir de tarde, cuando todavía no llegaban los usuales alcohólicos.
¿Y recuerdas Marie's Crisis?
Si mal no recuerdo y mi memoria no me traiciona, en Marie's Crisis jugaban bingo una vez por semana... Y Julius no es un bar, es patrimonio de la humanidad...
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