Saturday, July 5, 2014

Compadres y Colonias en el Saint Jean Baptiste de Quebec

“I live in a colonial city” no fue dicho ni con la vergüenza, ni con el sarcasmo del colonizado. Fue dicho con aplomo, obvio orgullo. Sus inquietas manos y brazos, gestos, movimientos de los ojos, subida del metal de voz, y respiración profunda acompañaron su bien fundamentado discurso sobre las ciudades coloniales de las Américas, y  la firme aseveración en respuesta al (“small talk”) comentario, “you seem to like colonial cities”, que  sirvió de pausa entre su extensa cátedra sobre las ciudades coloniales y la anteriormente citada respuesta.

“Quebec is a colonial city” reafirmó  el muy dramático monsieur, con su pelo revuelto, una sonrisa algo burlona, bastante entrado en años, y muy consciente de su pedigrí cultural,  en un café del pintoresco barrio de Saint  Jean Baptiste. Situado al otro lado de las murallas, el barrio es lo mas bohemio que se puede encontrar en la bastante conservadora y nacionalista ciudad (Si Montreal recuerda la vida cosmopolita, Quebec evoca un pasado colonial que no deja de estar presente). El barrio St Jean Baptiste sirve de puerta al mundo más allá de las lindas casas coloniales en el Vieux Quebec.


“What brought you to the city of Quebec?” fue la pregunta  que guiaba el  verdadero interés del monsieur.  Disfrazada de discurso intelectual, su nada sutil curiosidad era averiguar quiénes eran estos tan dispares personajes, que hablaban inglés como segunda lengua (uno francófono y el otro mas difícil de categorizas). No era que el monsieur estuviese tan interesado en las ciudades coloniales,  desde Cartagena de Indias hasta San Juan de Puerto Rico; era que estaba interesado en saber qué hacia un hombre pardo, extranjero, bastante mayorcito en compañía de un tatuado, pelirrojo joven quebequense.


 “And how did you guys meet?” no consiguió la respuesta deseada. Un relato tan largo y complicado es muy difícil de explicar en un ratito.  Se le aclaró que el viejo y el joven eran compadres, y para eliminar cualquier posibilidad de duda - que los personajes no eran lobos o ingenuas caperucitas -, se le mostraron fotos de la familia boricua-quebequense.


La verdad adquirió carácter de fábula ante los incrédulos ojos del colonialista (nada de colonizador ni colonizado). Ni las fotos de los ahijados y compadres parecían convencer al monsieur,  que  entre el joven y el viejo solo había una gran amistad y compadrazgo; que no eran zorros personificando gentes, ni tampoco eran malvadas viejas locas brujas en busca de comerse vivos a inocentes niños.


El monsieur, al igual que otros, entendía muy bien las historias de las colonias en las Américas, las relaciones económicas, culturales entre los países, sus coordenadas  históricas, y políticas,  pero se le hacía difícil entender cómo dos personas tan dispares podían ser compadres y mucho menos amigos. No lo decía pero sus gestos lo delataban.


La incredulidad del monsieur no era nada distinta a muchos otros, amigos y parientes, que tampoco pueden entender una amistad entre un viejo y un joven. Si no caben dentro de los esquemas interpretativos que usan para explicar un dado fenómeno, no puede ser cierto.


“A country is an abstraction” fue la seca y tajante contestación  a la pregunta, “And what is your position with regards to the relationship betwenn Quebec and Canadá?”  Nada de polémicas sobre hegemonía cultural o poderío imperial entre un país y otro. Su postura era completamente pragmática, en función de las relaciones económicas entre ambas partes y la necesidad de mantener un continuo diálogo entre anglo Canadá y su contraparte quebequense.


“We’ve got to go, meeting the kids and their mother, but let’s hope we see each other again,”


Otra vez los ojos del monsieur reflejaron duda, desconcierto, cuando se le dijo que, aunque los nenes no hablaban inglés o español, y el padrino no hablaba francés, se llevaban y entendían de las mil maravillas.


“We’ll do.


Lo que no es una abstracción son las relaciones entre la gente, entre compadres y comadres, ahijados y padrinos, amantes y vecinos, viejos y jóvenes, las substancias que empatan a los humanos.  Del monsieur haberse enterado cómo el pardo y el pelirrojo se conocieron, a saber cuál hubiese sido su cátedra; otro cuento.


La despedida completó un ciclo, selló un microcosmos, un efímero  momento cargado de ideas, prejuicios, dudas y posibilidades en un café en el otro San Juan Bautista, no el del Caribe, el de Quebec. Juntos, todos juntos.

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