Saturday, July 19, 2014
Norte del Sur
Sus cuadras, del mismo tamaño, calles rectas.
Las cales, de norte a sur y de este a oeste, o a la inversa, podían ser caminadas en cuestión de dos o tres horas si el peatón deseaba caminar el pueblo entero.
Ya no quedan peatones; ahora las puede pasear en carro en menos tiempo. O se tarda más, si incluye los cajones de concreto que extiende el pueblo; ya no termina donde terminaban sus rectas y cuadriculadas calles.
Cajones de concreto, en las afueras, es donde vive la mayoría de la gente. Las antiguas balconadas casas, con tallados balaustres de madera, patios sembrados de árboles frutales fueron reemplazadas por marquesinas para los carros - ya la gente no camina - y plantas ornamentales traídas de la Florida o Georgia, Carolina del Sur, quizás.
La televisión encendida desde las cuatro de la tarde en adelante iba por el capítulo número tal, anunciaba la vida trágica de su protagonista femenina y el final feliz que se aproximaba una vez el súper galardonado héroe de portada de revista descubriera lo que la villana estaba tramando.
- Lleva el televisor al comedor y vemos la novela mientras comemos.
La casa era una de pocas que seguían habitadas en la calle del santo patrón del pueblo. Se aclara: habitadas como residencias; oficinas y en espera de ser vendidas, las otras.
El televisor anunciaba su presencia fuera de la puerta de entrada, llegaba hasta la solitaria calle. A las cinco cierran las dos o tres oficinas y se van sus empleados a sus elegantes cajones de concreto. Queda una madre y un hijo treintón, solterón.
- ¿Terminaste? Pon el plato y los cubiertos en la cocina que yo friego luego.
Con la telenovela de fondo, caminar dos cuadras por la calle del santo patrón, doblar en la próxima esquina, hacia la izquierda y llegar hasta la antigua calle principal, la que una vez fue la calle del comercio, no tarda más de cinco minutos, si se tiene un propósito en mente. Si no, puede durar una eternidad junto al bochorno de la tarde, los edificios abandonados, las vitrinas sin mercancía, las calles vacías.
- ¿Dónde irá todas las tardes?
Una muñeca de porcelana era la única mercancía que todavía quedaba en la vitrina de la que una vez fue la quincalla, cuyos anuncios, en épocas pasadas, ofrecían las mejores rebajas.
Rodeada de basura, con su rizado pelo, azules ojos de bolitas de vidrio, observaba al señor treintón que se pegaba a la vitrina, retorcía su cuerpo, sudaba, gemía, y manchaba la vitrina con el semen que salía del erecto pene.
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