La Real Cédula de Gracia (RCdG) fue promulgada bajo el gobierno de Felipe VII el 10 de agosto de 1815. Con la RCdG se le otorgó a Puerto Rico una mayor liberalización económica; y se concedió para poblar la isla con colonos europeos, evitar el desarrollo de un separatismo revolucionario, y segundo, lograr que la economía de la Isla fuese más productiva para España. Se incrementó la población: las concesiones de mayor envergadura e impacto de la Cédula fueron las relacionadas a la inmigración.
La medida ofreció licencias de entrada a nuevos inmigrantes y legalizó la residencia en la Isla de muchos extranjeros ya establecidos. Además, exclusivamente a los extranjeros católicos y procedentes de países amigos, se les ofreció la libertad de naturalización luego de cinco años de residencia en el país. A los nuevos colonos blancos, tanto hombres como mujeres, se les concedían cuatro fanegas y dos séptimos de tierra y la mitad de esa concesión de tierra por cada esclavo que trajera.
Es con la Real Cédula de Gracia que comienza la historia de los Rivera Burgos y de León Cartagena, tras inmigrar desde Canarias, Andalucía, Cataluña y recibir tierras en los cerros isleños, hoy conocidos como Jájome. Dicha medida, otorgada por Felipe VII, abre las posibilidades para que otro Felipe - cuyas coordenadas históricas son menos fáciles de identificar y rastrear que las de las familias antes mencionadas -, unos cien años después, le dé un giro a la historia.
El Felipe neo-criollo, pardo hijo de pardos - mestizos que llevaban años aislados en los cerros isleños-, se casa con una de las descendientes de los colonos; se junta con los que vienen a imponer el control, y al hacerlo, desvía las órdenes del real Felipe numerado, derrite los poderes de instituciones españolas, diluye los bordes, las metas, las clases y colores. Al margen de cédulas, documentos, apellidos heredados o impuestos. la entremezcla de hijos y el borujo formado por distintas historias trascienden lo oficial, desplazan al colonizador y comienzan un nuevo pueblo en busca de nuevas cédulas.
(Fernando Picó. Cayeyanos: Familias y Solidaridades en la Historia de Cayey. Rio Piedras, PR: Ediciones Huracán, 2007)
Tuesday, March 31, 2015
Monday, March 30, 2015
16. Estadios. Montevideo a Punta: la versión de un bolero en voz de la Tellado
Tristezas, llanto, mucho llanto interno era lo que esperaba sentir el autor en la voz de José Feliciano; jamás, potenciar el libido.
Dos corrientes paralelas: por un lado, el cantante recordaba las vidas bajo el mismo techo, y que, aunque hablaban el mismo idioma, no se entendían; por otro, el autor respondía a las tristezas de Feliciano, tan distintas a las de José Sánchez. Uno sufre su perdida; al otro le duelen las tristezas del amante.
Movido, conmovido, en un tren de estadios emocionales, un caudal de emociones, placeres, mil desilusiones, que lo llevaron desde volver al mismo vacío, la completa ausencia de significados, palabras, que sintió cuando por primera vez oyó, "se acabó, mi amor lo mataste", hasta temblar lleno de calor, ese que arropa cuerpo y alma, y a saborear, solo, en Manhattan, los "besos que me diste", en las muchas camas, calles, "los ratos felices", en Acapulco junto a la María Bonita, o sobre las perdidas arenas del mar que bañaban a los amantes de la Sylvia Rexach.
No era la bruma la que envolvía al compositor del bolero, ni al autor de la novela rosa, en la apartada soledad de "nuestras almas". Lo tenían aprisionado las tormentas de nieve, los vientos australes, unos boleros a media luz, unas botellas de vino, los deseos en cuerpo y alma de poseer al amante de nuevo, de sentir su "risa loca", su ansiedad, la inquietud, sus besos de fuego, ser saturado "por la más divina llama", en el "dulce embeleso de toda tu pasión".
Sin esperarlo, "te me acercaste", y en medio del éxtasis, apareció, durante aquella noche maravillosa, la figuras de los amantes, la voz de la Tellado, y las imágenes del viaje por la Interbanearia entre Montevideo y Punta, el Porsche destruido, ella, o él, entre sus brazos, y la búsqueda, la continua búsqueda, para decirle "que como un niño, cuando te fuiste me quedé llorando"
Durante toda aquella noche de tormentas invernales en el norte y de lluvias y vientos australes, Feliciano le dio paso a Carmen Delia Dipiní, y ésta a Frank Dominguez, comprobando que antes que el verbo están las sensaciones, los ritmos, los placeres primigenios.
Antes que el verbo está Eros.
Dos corrientes paralelas: por un lado, el cantante recordaba las vidas bajo el mismo techo, y que, aunque hablaban el mismo idioma, no se entendían; por otro, el autor respondía a las tristezas de Feliciano, tan distintas a las de José Sánchez. Uno sufre su perdida; al otro le duelen las tristezas del amante.
Movido, conmovido, en un tren de estadios emocionales, un caudal de emociones, placeres, mil desilusiones, que lo llevaron desde volver al mismo vacío, la completa ausencia de significados, palabras, que sintió cuando por primera vez oyó, "se acabó, mi amor lo mataste", hasta temblar lleno de calor, ese que arropa cuerpo y alma, y a saborear, solo, en Manhattan, los "besos que me diste", en las muchas camas, calles, "los ratos felices", en Acapulco junto a la María Bonita, o sobre las perdidas arenas del mar que bañaban a los amantes de la Sylvia Rexach.
No era la bruma la que envolvía al compositor del bolero, ni al autor de la novela rosa, en la apartada soledad de "nuestras almas". Lo tenían aprisionado las tormentas de nieve, los vientos australes, unos boleros a media luz, unas botellas de vino, los deseos en cuerpo y alma de poseer al amante de nuevo, de sentir su "risa loca", su ansiedad, la inquietud, sus besos de fuego, ser saturado "por la más divina llama", en el "dulce embeleso de toda tu pasión".
Sin esperarlo, "te me acercaste", y en medio del éxtasis, apareció, durante aquella noche maravillosa, la figuras de los amantes, la voz de la Tellado, y las imágenes del viaje por la Interbanearia entre Montevideo y Punta, el Porsche destruido, ella, o él, entre sus brazos, y la búsqueda, la continua búsqueda, para decirle "que como un niño, cuando te fuiste me quedé llorando"
Durante toda aquella noche de tormentas invernales en el norte y de lluvias y vientos australes, Feliciano le dio paso a Carmen Delia Dipiní, y ésta a Frank Dominguez, comprobando que antes que el verbo están las sensaciones, los ritmos, los placeres primigenios.
Antes que el verbo está Eros.
Sunday, March 29, 2015
15. Reincidencias. Montevideo a Punta: la versión de un bolero en voz de la Tellado
Después del bolero, ¿se seguirán amando? ¿Se odiaran para siempre? ¿Cumplirán sus deseos la Barrios, la Fabery?
¿O fue María Marta Serra Lima quien, "con una calma aparente", le dijo al amante "otra vez te perdoné"?
¿Hasta cuándo seguirá perdonando?
Con su potente vozarrón, gritó, llena de ira, soberbia, una amenaza que se oía por todo Manhattan, un deseo de hacerle llegar hasta Punta su contundente juramento: "la tercera es la vencida" -pausa, aliento-
"te lo juro por mi vida y yo no soy de jurar".
Ante esa amenaza, ¿le habrán hecho caso? ¿Cumplió con lo que prometió? La Serra Lima no dice.
El bolero no cubre toda la historia; no es una épica, carece de una narrativa lineal, busca la esencia de la experiencia misma, el mágico momento donde se conjugan el dolor y el placer, reduciendo el pasar del tiempo a un solo instante, ese abrumado instante cuando el amor, sus vertientes y opuestos invaden a los amantes; y en toda su dimensión funciona como un todo.
El bolero es una entidad paradigmática, un delirio, un escape, un vademécum de lo posible, un agente catalizador, un estado de ánimo, una segunda lengua donde se indaga sobre los vaivenes de la más cruda conducta humana: te odio y te quiero.
"Te odio y te quiero, porque a ti te debo mis horas amargas, mis horas de miel" repetía la Serra Lima. No lo decía en las mismas palabras de Julio Jaramillo, lo sugería.
En el bolero se tolera la reincidencia del amante una y otra vez, y aunque se queda "con la sangre tan caliente", la injuriada justifica su incapacidad para separarse por completo, su continuar perdonando. "Por ser joven e inocente", le dice Serra Lima,
Espera poder terminar, mas se engaña a sí misma. Es de dudar que cumpla con lo que se promete, "por más que cause una herida imposible de cerrar, la tercera es la vencida". No para de cantar.
En un bar, el bardo, su última copa, "eche amigo, no más eche de lleno", continúa con las contradicciones del amor, "te odio y te quiero"; y aunque no quiere ni nombrarle, busca en las copas "el vino de olvido".
El amante nunca quiere aceptar que no será como lo sugiere, borracho de amor entre tinieblas y nubes. Una, dos, tres, cuatro veces: en el bolero no se controlan los perdones, ni tampoco en el relato, el bolero del autor.
Frente al ventanal y la tormenta de nieve que lo azotaba, absorto, en su ensimismamiento, no esperaba una nueva versión de una misma historia, un re-inicio de una relación no olvidaba, neutralizada por un corto tiempo, activada, reactivada.
¿Hasta cuándo?
Empezó hace diez años y aquella mañana, día, noche de tormentas invernales en el norte, y vientos australes en camino a Punta, volvió la Tellado, en el fondo, a cantar su versión de La Noche de Anoche, a repetirse en el disco, "yo que estaba tan tranquila... ".
Pausa. Suben y bajan las emociones, las defensas se desploman y las verdades empiezan a aparecer, los celos infundados, equivocados juegos eróticos y repetición de lo que ya antes detonó la separación.
En el fondo, la Tellado los acompaña, "todo es nuevo para mi, estoy aturdida", para ser reemplazada por la voz de Jaramillo: "Me muerdo los labios para no llamarte", pausa, baja el volumen, "pensando que hay otro que pueda besarte, se llena mi pecho de rabia y rencor."
Te odio y te quiero.
¿O fue María Marta Serra Lima quien, "con una calma aparente", le dijo al amante "otra vez te perdoné"?
¿Hasta cuándo seguirá perdonando?
Con su potente vozarrón, gritó, llena de ira, soberbia, una amenaza que se oía por todo Manhattan, un deseo de hacerle llegar hasta Punta su contundente juramento: "la tercera es la vencida" -pausa, aliento-
"te lo juro por mi vida y yo no soy de jurar".
Ante esa amenaza, ¿le habrán hecho caso? ¿Cumplió con lo que prometió? La Serra Lima no dice.
El bolero no cubre toda la historia; no es una épica, carece de una narrativa lineal, busca la esencia de la experiencia misma, el mágico momento donde se conjugan el dolor y el placer, reduciendo el pasar del tiempo a un solo instante, ese abrumado instante cuando el amor, sus vertientes y opuestos invaden a los amantes; y en toda su dimensión funciona como un todo.
El bolero es una entidad paradigmática, un delirio, un escape, un vademécum de lo posible, un agente catalizador, un estado de ánimo, una segunda lengua donde se indaga sobre los vaivenes de la más cruda conducta humana: te odio y te quiero.
"Te odio y te quiero, porque a ti te debo mis horas amargas, mis horas de miel" repetía la Serra Lima. No lo decía en las mismas palabras de Julio Jaramillo, lo sugería.
En el bolero se tolera la reincidencia del amante una y otra vez, y aunque se queda "con la sangre tan caliente", la injuriada justifica su incapacidad para separarse por completo, su continuar perdonando. "Por ser joven e inocente", le dice Serra Lima,
Espera poder terminar, mas se engaña a sí misma. Es de dudar que cumpla con lo que se promete, "por más que cause una herida imposible de cerrar, la tercera es la vencida". No para de cantar.
En un bar, el bardo, su última copa, "eche amigo, no más eche de lleno", continúa con las contradicciones del amor, "te odio y te quiero"; y aunque no quiere ni nombrarle, busca en las copas "el vino de olvido".
El amante nunca quiere aceptar que no será como lo sugiere, borracho de amor entre tinieblas y nubes. Una, dos, tres, cuatro veces: en el bolero no se controlan los perdones, ni tampoco en el relato, el bolero del autor.
Frente al ventanal y la tormenta de nieve que lo azotaba, absorto, en su ensimismamiento, no esperaba una nueva versión de una misma historia, un re-inicio de una relación no olvidaba, neutralizada por un corto tiempo, activada, reactivada.
¿Hasta cuándo?
Empezó hace diez años y aquella mañana, día, noche de tormentas invernales en el norte, y vientos australes en camino a Punta, volvió la Tellado, en el fondo, a cantar su versión de La Noche de Anoche, a repetirse en el disco, "yo que estaba tan tranquila... ".
Pausa. Suben y bajan las emociones, las defensas se desploman y las verdades empiezan a aparecer, los celos infundados, equivocados juegos eróticos y repetición de lo que ya antes detonó la separación.
En el fondo, la Tellado los acompaña, "todo es nuevo para mi, estoy aturdida", para ser reemplazada por la voz de Jaramillo: "Me muerdo los labios para no llamarte", pausa, baja el volumen, "pensando que hay otro que pueda besarte, se llena mi pecho de rabia y rencor."
Te odio y te quiero.
Friday, March 27, 2015
14. Memorias. Montevideo a Punta: la versión de un bolero en voz de la Tellado
Entre recuerdos y sensaciones, los boleros no dejaban de aparecer en los discos o en la pantalla de la tableta, contando la historia de un amor, el nuestro o el de los amantes en camino a Punta; romances únicos que no no tuvieron otro igual, mas una vez cantados, contados, "contigo en la distancia", sus coordenadas, hilos conductores podían ser reducidos a sus más elementales cualidades: todo el bien y todo el mal.
Recuerdos cuyas historias perdían importancia frente a los sentimientos fundamentales, los más básicos - amor, odio, miedo, deseos carnales -, seguían dentro, muy dentro, activados por un mensaje cibernético, un feliz día de San Valentín, una llamada imprevista, un rechazo de la mano, un disco, "recuerda que tan sólo de verme tú temblabas".
Recuerdos que despiertan el placer que se siente cuando el otro te desea, y quieres que así sea porque también lo deseas, la deseas, en "la calle en que nos vimos", o que sin esperarlo, obligan a revivir el rechazo y las ganas de vengarse, el rencor que se siente, suprimido por la resignación o despecho, "si me quisiste así, pobre de ti si es que ahora tratas de olvidar".
Recuerdos que en el peor momento, obligan a experimentar de nuevo un miedo crudo, un terror a que después de pasar la tempestad quedarán sobre la calma un inmenso vacío, un corazón hecho pedazos, y que solo puedan ser recogidos en un bolero, una historia de amor, sus dos amantes, el Porsche destruido.
Ni el coche, ni nosotros o ellos, ni las tormentas invernales del norte o las lluvias y vientos australes -aquellas substancias que le dan cuerpo a los sentimientos que guían los boleros- logran desplazar el deseo de amar o de odiar, ni tampoco son capaces de rellenar el espacio que deja la ausencia de quien una vez fue el ser amado, ni pueden explicar ese sentimiento que arropa el alma: el delirio
"Delirio", cantado por los Tres Ases, servía de fondo al cuadro que pintaba la tormenta invernal en Manhattan y al otro bolero que vivía la muy templada y asertiva protagonista postrada en una cama de un hospital en Punta, logrando que "esa pasión que atormenta el corazón" desarmara al escritor en el norte y derrumbara todas las defensas de la tellediana mujer de ojos color turquesa y largas acicaladas uñas color rojo subido; llevando a ambos a aceptar que pudieron haber sido engañados.
- ¿Por qué me pediste que viajara? Yo que estaba tan tranquila.
Los Tres Ases acompañaban al autor y la protagonista en su encierro, en su sentirse incapaces de vivir el uno sin el otro, la otra, en creer "si no estoy contigo mi bien no soy feliz", aunque en medio del vacío tuviesen que aceptar que todo fue un sueño, un fracasado empeño en amar de nuevo, abrazar y sentir los besos de fuego; en ser "la ola que te envuelve en la bruma y te disuelve en la espuma".
Un sueño, un delirante sueño convertido en canción, esta vez interpretada por René Barrios. ¿O es la voz de la Lucy Fabery la que se oye desde la carretera que va de Montevideo a Punta?
El Porsche, destruido.
Recuerdos cuyas historias perdían importancia frente a los sentimientos fundamentales, los más básicos - amor, odio, miedo, deseos carnales -, seguían dentro, muy dentro, activados por un mensaje cibernético, un feliz día de San Valentín, una llamada imprevista, un rechazo de la mano, un disco, "recuerda que tan sólo de verme tú temblabas".
Recuerdos que despiertan el placer que se siente cuando el otro te desea, y quieres que así sea porque también lo deseas, la deseas, en "la calle en que nos vimos", o que sin esperarlo, obligan a revivir el rechazo y las ganas de vengarse, el rencor que se siente, suprimido por la resignación o despecho, "si me quisiste así, pobre de ti si es que ahora tratas de olvidar".
Recuerdos que en el peor momento, obligan a experimentar de nuevo un miedo crudo, un terror a que después de pasar la tempestad quedarán sobre la calma un inmenso vacío, un corazón hecho pedazos, y que solo puedan ser recogidos en un bolero, una historia de amor, sus dos amantes, el Porsche destruido.
Ni el coche, ni nosotros o ellos, ni las tormentas invernales del norte o las lluvias y vientos australes -aquellas substancias que le dan cuerpo a los sentimientos que guían los boleros- logran desplazar el deseo de amar o de odiar, ni tampoco son capaces de rellenar el espacio que deja la ausencia de quien una vez fue el ser amado, ni pueden explicar ese sentimiento que arropa el alma: el delirio
"Delirio", cantado por los Tres Ases, servía de fondo al cuadro que pintaba la tormenta invernal en Manhattan y al otro bolero que vivía la muy templada y asertiva protagonista postrada en una cama de un hospital en Punta, logrando que "esa pasión que atormenta el corazón" desarmara al escritor en el norte y derrumbara todas las defensas de la tellediana mujer de ojos color turquesa y largas acicaladas uñas color rojo subido; llevando a ambos a aceptar que pudieron haber sido engañados.
- ¿Por qué me pediste que viajara? Yo que estaba tan tranquila.
Los Tres Ases acompañaban al autor y la protagonista en su encierro, en su sentirse incapaces de vivir el uno sin el otro, la otra, en creer "si no estoy contigo mi bien no soy feliz", aunque en medio del vacío tuviesen que aceptar que todo fue un sueño, un fracasado empeño en amar de nuevo, abrazar y sentir los besos de fuego; en ser "la ola que te envuelve en la bruma y te disuelve en la espuma".
Un sueño, un delirante sueño convertido en canción, esta vez interpretada por René Barrios. ¿O es la voz de la Lucy Fabery la que se oye desde la carretera que va de Montevideo a Punta?
El Porsche, destruido.
Thursday, March 26, 2015
13. Ganas. Montevideo a Punta: la versión de un bolero en voz de la Tellado
Amar con ganas, lejos de la sensatez, entregarse por completo sin barreras, perderse en la lujuria, negar los vaivenes de lo cotidiano, es querer con alma de niño; y luego, cuando el corazón "te nombra", despiertas; y al ser incapaz de explicar cómo fue, qué pasó, vuelves a caminar por las calles, los puertos donde se vieron, a revivir las noches de ronda para, quizás, entender los recuerdos, los rastros de nostalgia dejados por amores fracasados, las imágenes vagando entre sombras.
Mas cuando piensas que todo pasó, listo para cerrar un capítulo de una novela rosa, "aun sabiendo que no estarás a mi lado", suplicas que un milagro lo -¿la? ¿era ella?- devuelva a tus brazos, y en medio de un trago, una última copa, el milagro se logra en un bolero.
- ¿Por qué me hablas así?
- ¿Qué usted cree?
- ¿Cuándo comenzaste a usar el usted conmigo?
- No importa, ya todo acabó.
Todo acabó, y no lo aceptas; sigues insistiendo en un amor que se perdió en la nada; no concibes que ese sueño de amor terminó, que la vida los separó, que llegaron al final de una ruta que estaba marcada, cuando el otro -¿la otra?- está muy seguro que es preferible olvidar que sufrir.
Y si acaso te preguntan, te preguntas, que cuándo, cómo, dónde, respondes, te responden, sin saber donde se va a llegar, sin saber si se va a encontrar el camino, respondes, te responden, "tal vez nos veremos, después".
- El Porsche, ¿de quién era?
- ¡Estoy viva!
- Sí.
-¿Dónde estoy?
- En una cama, un sanatorio.
- ¿Qué hago aquí?
- Un accidente en camino a Punta.
- ¿Por qué? ¿Por qué?
- Un accidente, anoche.
Anoche, otra noche, muchas veces, el corazón, despacio, en los sueños, en la voz de la Tellado, sigue apareciendo, presintiendo una imagen perdida, una caravana de recuerdos pasa por la mente, unos rastros de nostalgia, unos ojos que buscan, aun sabiendo que no estará a su lado, un milagro que lo devuelva -¿a ella?- a sus brazos.
Triste maldición. En el sueño no se logra el encuentro completo. Y al despertar, consciente de lo difícil que es entrar de lleno a una vida sin encantos, donde ni la pena puede ahogarse en la inmensidad de un llanto, pregunta, ¿y entonces?; recuerda que tan sólo de verle temblaba; se transformaba, y jura, grita, le dice que si te quiso así, pobre de él, ella, y que si ahora trata de olvidar, pues se ve que no conoce lo poco que ha vivido,
Es muy difícil, muy lento ese proceso de olvidar, y aunque un aparente olvido al amante le asombre, lo tranquilice, ¿qué hará cuando alguien sin querer les nombre, cuando esa lluvia de recuerdos caiga en su alma otra vez, cuando al comenzar el día rehuse recordarle?
Tratará de definir el amor, esa difícil ecuación, dará su propia versión. mil definiciones de lo que es amor, justificará esa vibración que en el alma comienza, y se extiende tanto que ya ni se piensa en el deber, en el honor, apelará al instinto creador, y una vez haya agotado las explicaciones, las justificaciones para explicar el fin del bolero, la Rexach le dirá, pobre de tus días si los usa para olvidar.
¿Y entonces?
Mas cuando piensas que todo pasó, listo para cerrar un capítulo de una novela rosa, "aun sabiendo que no estarás a mi lado", suplicas que un milagro lo -¿la? ¿era ella?- devuelva a tus brazos, y en medio de un trago, una última copa, el milagro se logra en un bolero.
- ¿Por qué me hablas así?
- ¿Qué usted cree?
- ¿Cuándo comenzaste a usar el usted conmigo?
- No importa, ya todo acabó.
Todo acabó, y no lo aceptas; sigues insistiendo en un amor que se perdió en la nada; no concibes que ese sueño de amor terminó, que la vida los separó, que llegaron al final de una ruta que estaba marcada, cuando el otro -¿la otra?- está muy seguro que es preferible olvidar que sufrir.
Y si acaso te preguntan, te preguntas, que cuándo, cómo, dónde, respondes, te responden, sin saber donde se va a llegar, sin saber si se va a encontrar el camino, respondes, te responden, "tal vez nos veremos, después".
- El Porsche, ¿de quién era?
- ¡Estoy viva!
- Sí.
-¿Dónde estoy?
- En una cama, un sanatorio.
- ¿Qué hago aquí?
- Un accidente en camino a Punta.
- ¿Por qué? ¿Por qué?
- Un accidente, anoche.
Anoche, otra noche, muchas veces, el corazón, despacio, en los sueños, en la voz de la Tellado, sigue apareciendo, presintiendo una imagen perdida, una caravana de recuerdos pasa por la mente, unos rastros de nostalgia, unos ojos que buscan, aun sabiendo que no estará a su lado, un milagro que lo devuelva -¿a ella?- a sus brazos.
Triste maldición. En el sueño no se logra el encuentro completo. Y al despertar, consciente de lo difícil que es entrar de lleno a una vida sin encantos, donde ni la pena puede ahogarse en la inmensidad de un llanto, pregunta, ¿y entonces?; recuerda que tan sólo de verle temblaba; se transformaba, y jura, grita, le dice que si te quiso así, pobre de él, ella, y que si ahora trata de olvidar, pues se ve que no conoce lo poco que ha vivido,
Es muy difícil, muy lento ese proceso de olvidar, y aunque un aparente olvido al amante le asombre, lo tranquilice, ¿qué hará cuando alguien sin querer les nombre, cuando esa lluvia de recuerdos caiga en su alma otra vez, cuando al comenzar el día rehuse recordarle?
Tratará de definir el amor, esa difícil ecuación, dará su propia versión. mil definiciones de lo que es amor, justificará esa vibración que en el alma comienza, y se extiende tanto que ya ni se piensa en el deber, en el honor, apelará al instinto creador, y una vez haya agotado las explicaciones, las justificaciones para explicar el fin del bolero, la Rexach le dirá, pobre de tus días si los usa para olvidar.
¿Y entonces?
Monday, March 23, 2015
12. Rondas. Montevideo a Punta: la versión de un bolero en voz de la Tellado
El coche partió tarde en la noche de luna menguante, de rondas y desvelos; circuló por otros caminos, tan tristes como los que Agustín Lara vio cruzar por su balcón, acompañado por las luces fragmentadas de una quebrantada luna, en espera de la Félix, y una continua tonada, un repetir del "cómo fue, no sé explicarme que pasó", antes del accidente en la carretera de Punta. Mucho antes del Porsche terminar destruido, un bolero, otra canción, comenzó el final del relato en la tableta.
"Noche de ronda" cantaba lentamente la Elvira Ríos, sus pausas extensas, silencios entre fraseo y fraseo, ayudaron a aguantar la eterna espera al lado de, ¿un pino?, o de un palmar cerca de la orilla del mar, mientras que, a lo lejos, en la playa, se veían dos siluetas, dos cuerpos, celebrando una cita, embestidos por las olas, dos amantes completamente desnudos, en erótica armonía con los susurros de la Rios, "Que triste pasas.... Que triste cruzas.....Por mi balcón", y la sirena de la ambulancia; desde el Porsche destruido, los quejidos.
-¿Dónde estoy?
- ¿Qué hago aquí?
- El Porsche, ¿de quién era?
"¿De quién hablan, qué esperan, si todo fue y no sabrían decir lo qué pasó?" fue el mensaje que anunció el timbre del correo electrónico, sonoro y agudo, capaz de despertar con facilidad a quien es ligero de sueños. Sin esperarlo, a las ocho de la mañana montevideana, cinco de la madrugada en el norte, se acercaron las voces y textos del relato tellediano: los dos amantes en camino de Punta.
A las cinco de la mañana el café con leche protege -juega, quizás- contra el ruido del viento, el timbre de la portátil, una pantalla alumbrada por el cambiante reflejo de luz, el baile de los copitos de nieve y la tormenta que le da voz a la señal de tránsito, el ruido estridente del metal, y lo imprevisto: un romance, un accidente, una flecha negra anuncia, se mueve, un cartel, "desvío", un grito desesperado dentro de un nuevo capítulo de una vida escrita en bolero.
El grito de dolor, entretejido con la voz de la Collado, se pierde en la frontera que lo separa del placer invernal, la caída de los copitos de nieve, el café, del bolero que se oye a lo lejos lejos, desde el sur, en la carretera Inter-balnearia, bañado por otras aguas y vientos australes, el Porsche destruido. y se repite en la canción y en las cambiantes notas que aparecen en la pantalla de la tableta, para luego desaparecer por causa de la impaciencia de tanto esperar, y así, una vez más, no saber decir cómo fue ni poder explicar qué pasó
"Noche de ronda" cantaba lentamente la Elvira Ríos, sus pausas extensas, silencios entre fraseo y fraseo, ayudaron a aguantar la eterna espera al lado de, ¿un pino?, o de un palmar cerca de la orilla del mar, mientras que, a lo lejos, en la playa, se veían dos siluetas, dos cuerpos, celebrando una cita, embestidos por las olas, dos amantes completamente desnudos, en erótica armonía con los susurros de la Rios, "Que triste pasas.... Que triste cruzas.....Por mi balcón", y la sirena de la ambulancia; desde el Porsche destruido, los quejidos.
-¿Dónde estoy?
- ¿Qué hago aquí?
- El Porsche, ¿de quién era?
"¿De quién hablan, qué esperan, si todo fue y no sabrían decir lo qué pasó?" fue el mensaje que anunció el timbre del correo electrónico, sonoro y agudo, capaz de despertar con facilidad a quien es ligero de sueños. Sin esperarlo, a las ocho de la mañana montevideana, cinco de la madrugada en el norte, se acercaron las voces y textos del relato tellediano: los dos amantes en camino de Punta.
A las cinco de la mañana el café con leche protege -juega, quizás- contra el ruido del viento, el timbre de la portátil, una pantalla alumbrada por el cambiante reflejo de luz, el baile de los copitos de nieve y la tormenta que le da voz a la señal de tránsito, el ruido estridente del metal, y lo imprevisto: un romance, un accidente, una flecha negra anuncia, se mueve, un cartel, "desvío", un grito desesperado dentro de un nuevo capítulo de una vida escrita en bolero.
El grito de dolor, entretejido con la voz de la Collado, se pierde en la frontera que lo separa del placer invernal, la caída de los copitos de nieve, el café, del bolero que se oye a lo lejos lejos, desde el sur, en la carretera Inter-balnearia, bañado por otras aguas y vientos australes, el Porsche destruido. y se repite en la canción y en las cambiantes notas que aparecen en la pantalla de la tableta, para luego desaparecer por causa de la impaciencia de tanto esperar, y así, una vez más, no saber decir cómo fue ni poder explicar qué pasó
Friday, March 20, 2015
11. Ansiedad. Montevideo a Punta: la versión de un bolero en voz de la Tellado
"Cómo vivir así en esta soledad tan llena de ansiedad": una pregunta, un estado anímico recogido en un selfi sin mensaje adjunto, un anexo en un mail sin explicación; un rostro quieto, impenetrable, con silencios de olvidos en sus ojos; una cara marcada por una llaga de amor que no puede sanar si le falta lo deseado; ensombrecida por una luz de fondo, cuestiona, busca cómo borrar esa larga tristeza que deja un adiós.
El baño de luna plateada sobre el mar de Punta, en aquel momento fijado en el selfi, rebotaba en la pared de la habitación y alumbraba la atenuada y enternecida cara; dibujada con tonalidades claro obscuras, una sombra nada más, por los rayos solares del atardecer austral. En la foto la luz eliminó todo su ser, ¿o fue que en ese momento se afianzó el fin, que todo acabó, que ese sueño de amor terminó, que la vida los separó?
Sin querer, el mail buscaba asegurar que podían seguir el camino, que tal vez, se verían después; y la foto sugería, reafirmaba la existencia de ambos más allá del relato; que en la playa, caminando por la arena, una vez sintieron las olas, oyeron al mar murmurar una canción de amargura, sin poder entender, ahora, explicar cómo fue, "que pasó pero de ti me enamoré".
El baño de luna plateada sobre el mar de Punta, en aquel momento fijado en el selfi, rebotaba en la pared de la habitación y alumbraba la atenuada y enternecida cara; dibujada con tonalidades claro obscuras, una sombra nada más, por los rayos solares del atardecer austral. En la foto la luz eliminó todo su ser, ¿o fue que en ese momento se afianzó el fin, que todo acabó, que ese sueño de amor terminó, que la vida los separó?
Sin querer, el mail buscaba asegurar que podían seguir el camino, que tal vez, se verían después; y la foto sugería, reafirmaba la existencia de ambos más allá del relato; que en la playa, caminando por la arena, una vez sintieron las olas, oyeron al mar murmurar una canción de amargura, sin poder entender, ahora, explicar cómo fue, "que pasó pero de ti me enamoré".
Tuesday, March 17, 2015
Gay Polemicus: D&C, Elton John, Michelle Obama, Rodner Figueroa y Pérez Hilton
¿Y qué carajo tienen que ver los unos con los otros?
Fue este último, la Pérez-Hilton, el de apellido guionizado sin preposición, quien los vinculó (MSNBC) al argumentar que los aludidos sufrían de "self hate"; foucaultianamente y contundentemente dijo que los comentarios de D&C y RF reflejaban una baja auto estima, que se denigraban ellos mismos, que despreciaban sus propias identidades: D&C (homosexuales), Rodner Figueroa (black latino).
Comparar bebes nacidos in vitro con lo homoerótico, lo racial es entrar en terrenos pantanosos, y criticar un procedimiento, un planteamiento ético-científico, no es lo mismo que llamarte simio a la primera dama de los EEUU; que de forma algo oportunista se convierten en "issues" gays.
De rigueur, que la P-H tiene un punto en cuanto a las contradicciones presentadas por el choque entre las identidades de los opiniologos y los pronunciamientos sobre los significativos otros, pero se requiere un poco de discernimiento sobre los dos temas; y, pues, "ya usted sabe", la P-H no es la Body Politique, la desaparecida y añorada revista canadiense.
¡Qué se va a hacer!, una vez más, los medios nos educan sobre este asunto y sus contradicciones a través de la voz de Pérez-Hilton (guionizado y sin preposición)
Fue este último, la Pérez-Hilton, el de apellido guionizado sin preposición, quien los vinculó (MSNBC) al argumentar que los aludidos sufrían de "self hate"; foucaultianamente y contundentemente dijo que los comentarios de D&C y RF reflejaban una baja auto estima, que se denigraban ellos mismos, que despreciaban sus propias identidades: D&C (homosexuales), Rodner Figueroa (black latino).
Comparar bebes nacidos in vitro con lo homoerótico, lo racial es entrar en terrenos pantanosos, y criticar un procedimiento, un planteamiento ético-científico, no es lo mismo que llamarte simio a la primera dama de los EEUU; que de forma algo oportunista se convierten en "issues" gays.
De rigueur, que la P-H tiene un punto en cuanto a las contradicciones presentadas por el choque entre las identidades de los opiniologos y los pronunciamientos sobre los significativos otros, pero se requiere un poco de discernimiento sobre los dos temas; y, pues, "ya usted sabe", la P-H no es la Body Politique, la desaparecida y añorada revista canadiense.
¡Qué se va a hacer!, una vez más, los medios nos educan sobre este asunto y sus contradicciones a través de la voz de Pérez-Hilton (guionizado y sin preposición)
Thursday, March 12, 2015
La Real Cédula de Gracias: Historias no oficiales de Jájome
La Real Cédula de Gracias (RCdG) fue promulgada bajo el gobierno de Felipe VII el 10 de agosto de 1815. Con la RCdG se le otorgó a Puerto Rico una mayor liberalización económica; y se concedió para poblar la isla con colonos europeos, evitar el desarrollo de un separatismo revolucionario, y segundo, lograr que la economía de la Isla fuese más productiva para España; se incrementó la población: las concesiones de mayor envergadura e impacto de la Cédula fueron las relacionadas a la inmigración.
La medida ofreció licencias de entrada a nuevos inmigrantes y legalizó la residencia en la Isla de muchos extranjeros ya establecidos. Además, exclusivamente a los extranjeros católicos y procedentes de países amigos, se les ofreció la libertad de naturalización luego de cinco años de residencia en el país. A los nuevos colonos blancos, tanto hombres como mujeres, se les concedían cuatro fanegas y dos séptimos de tierra y la mitad de esa concesión de tierra por cada esclavo que trajera.
Es con la Real Cédula de Gracias que comienza la historia de los Rivera Burgos y de León Cartagena, tras inmigrar desde Canarias, Andalucía, Cataluña y recibir tierras en los cerros isleños, hoy conocidos como Jájome. Dicha medida, otorgada por Felipe VII, abre las posibilidades para que otro Felipe - cuyas coordenadas históricas son menos fáciles de identificar y rastrear que las de las familias antes mencionadas -, unos cien años después, le dé un giro a la historia.
El Felipe neo-criollo, pardo hijo de pardos - mestizos que llevaban años aislados en los cerros isleños-, se casa con una de las descendientes de los colonos; se junta con los que vienen a imponer el control, y al hacerlo, desvía las órdenes del real Felipe numerado, derrite los poderes de instituciones españolas, diluye los bordes, las metas, las clases y colores. Al margen de cédulas, documentos, apellidos heredados o impuestos. la entremezcla de hijos y el borujo formado por distintas historias trascienden lo oficial, desplazan al colonizador y comienzan un nuevo pueblo en busca de nuevas cédulas.
(Fernando Picó. Cayeyanos: Familias y Solidaridades en la Historia de Cayey. Rio Piedras, PR: Ediciones Huracán, 2007)
La medida ofreció licencias de entrada a nuevos inmigrantes y legalizó la residencia en la Isla de muchos extranjeros ya establecidos. Además, exclusivamente a los extranjeros católicos y procedentes de países amigos, se les ofreció la libertad de naturalización luego de cinco años de residencia en el país. A los nuevos colonos blancos, tanto hombres como mujeres, se les concedían cuatro fanegas y dos séptimos de tierra y la mitad de esa concesión de tierra por cada esclavo que trajera.
Es con la Real Cédula de Gracias que comienza la historia de los Rivera Burgos y de León Cartagena, tras inmigrar desde Canarias, Andalucía, Cataluña y recibir tierras en los cerros isleños, hoy conocidos como Jájome. Dicha medida, otorgada por Felipe VII, abre las posibilidades para que otro Felipe - cuyas coordenadas históricas son menos fáciles de identificar y rastrear que las de las familias antes mencionadas -, unos cien años después, le dé un giro a la historia.
El Felipe neo-criollo, pardo hijo de pardos - mestizos que llevaban años aislados en los cerros isleños-, se casa con una de las descendientes de los colonos; se junta con los que vienen a imponer el control, y al hacerlo, desvía las órdenes del real Felipe numerado, derrite los poderes de instituciones españolas, diluye los bordes, las metas, las clases y colores. Al margen de cédulas, documentos, apellidos heredados o impuestos. la entremezcla de hijos y el borujo formado por distintas historias trascienden lo oficial, desplazan al colonizador y comienzan un nuevo pueblo en busca de nuevas cédulas.
(Fernando Picó. Cayeyanos: Familias y Solidaridades en la Historia de Cayey. Rio Piedras, PR: Ediciones Huracán, 2007)
Thursday, March 5, 2015
10. Versiones. Montevideo a Punta: la versión de un bolero en voz de la Tellado
Tantas versiones de este romance, sus preocupaciones, y en su atomismo más estricto, los mismos principios siguen guiando los patrones, el qué se dice; y el imprescindible cómo: lo contado no se distingue sin las tonadas, las inflexiones, los matices de voz; sí, ese estilo, el que sin él la vida es nada, ¿o no era él? ¿Era ella?
Quizás, quizás, era ella a quien se refería Moneró antes de que el Porsche, destruido, partiera hacia Punta. Antes de decirle por milésima vez, "sin ti la vida es nada".
Las horas son tormentos cuando sale al descubierto que un hombre engaña a una mujer o al marido, o un pueblo engaña a un hombre o a sí mismo, o una mujer engaña a todos; momentos de transición cuando no se concibe que todo acabó, que un sueño de amor terminó, que caminar las calles por donde sus susurros no se repiten, y Manzanero vio gente correr, con la Tellado de fondo: tal vez nos veremos después.
Cada postal de Punta, cada calle, por donde se ve gente correr, las rutas que estaban marcadas, perdidas en la nada. por las que, caminando sin saber donde llegar, se encuentra el que repite una, y una vez más, pregunta cómo fue, y responde que no sabe decir cómo fue, no sabe explicar qué pasó en esta o aquella ruta, si encontró su boca, sus manos o su voz; concluir que, a lo mejor, la impaciencia de tanto esperar hace que se pueda creer en el bolero cantado por la Tellado; o durante la noche de anoche en camino a Punta, ¿era René quien interpretaba a la Rexach?
Quizás, quizás, era ella a quien se refería Moneró antes de que el Porsche, destruido, partiera hacia Punta. Antes de decirle por milésima vez, "sin ti la vida es nada".
Las horas son tormentos cuando sale al descubierto que un hombre engaña a una mujer o al marido, o un pueblo engaña a un hombre o a sí mismo, o una mujer engaña a todos; momentos de transición cuando no se concibe que todo acabó, que un sueño de amor terminó, que caminar las calles por donde sus susurros no se repiten, y Manzanero vio gente correr, con la Tellado de fondo: tal vez nos veremos después.
Cada postal de Punta, cada calle, por donde se ve gente correr, las rutas que estaban marcadas, perdidas en la nada. por las que, caminando sin saber donde llegar, se encuentra el que repite una, y una vez más, pregunta cómo fue, y responde que no sabe decir cómo fue, no sabe explicar qué pasó en esta o aquella ruta, si encontró su boca, sus manos o su voz; concluir que, a lo mejor, la impaciencia de tanto esperar hace que se pueda creer en el bolero cantado por la Tellado; o durante la noche de anoche en camino a Punta, ¿era René quien interpretaba a la Rexach?
Sunday, March 1, 2015
9. Timbres. Montevideo a Punta: un bolero de la Tellado
Monerías puras, homogeneizadas y pasterizadas, dulces palabras, azucaradas, sencillas, claras; angustiosas, a veces; tiernas, otras, teclaba con su índice las no teclas en presencia del ventanal, la vista: el tejido blanco lo revuelve el viento, la tormenta invernal se integra al bolero que cantaba la Tellado en camino a Punta del Este. El Porsche, destruido. La vista, lo visto, el norte de Manhattan en ánimo de Zen se integra al sur de Punta; un todo transmitido y conjugado en una tableta.
Un mensaje, un ding destapa el absorto Zen; un golpe a la respiración, la acelera, prende una chispa, una inyección de éxtasis a la sofocante espera, una vuelta al primer enlace: las fotos y vídeos del apartamento en Punta. Espera. La laptop no acelera. Espera. En camino a Punta el choque ocurre después del primer viaje.
Tarde, luego, sigue esperando por una nueva inquietud - no puede contar cuántas ha vivido en diez años - que enfoque la conversación sin motivo. la centre en sí misma, en ellos, en él y ella: mujer de ojos color turquesa, rostro de nácar, sentada al lado del hombre de pelo gris, apuesto galán, hacia quien ella extiende lentamente sus angulares y finas manos, uñas rojo encendido, en camino a Montevideo, ¿o era en dirección opuesta? ¿Punta?
Después, más tarde, no fue antes, el timbre que sonó, un timbre compuesto a base de ladridos de perros en el teléfono celular, no lo contestaron. El Porsche destruido. El timbre del móvil, ladridos, y las sirenas de las ambulancias acompañaba a la Tellado, "que estaba tan tranquila, disfrutando de esa calma, de un amor que ya pasó"; su bolero, su épica.
Un mensaje, un ding destapa el absorto Zen; un golpe a la respiración, la acelera, prende una chispa, una inyección de éxtasis a la sofocante espera, una vuelta al primer enlace: las fotos y vídeos del apartamento en Punta. Espera. La laptop no acelera. Espera. En camino a Punta el choque ocurre después del primer viaje.
Tarde, luego, sigue esperando por una nueva inquietud - no puede contar cuántas ha vivido en diez años - que enfoque la conversación sin motivo. la centre en sí misma, en ellos, en él y ella: mujer de ojos color turquesa, rostro de nácar, sentada al lado del hombre de pelo gris, apuesto galán, hacia quien ella extiende lentamente sus angulares y finas manos, uñas rojo encendido, en camino a Montevideo, ¿o era en dirección opuesta? ¿Punta?
Después, más tarde, no fue antes, el timbre que sonó, un timbre compuesto a base de ladridos de perros en el teléfono celular, no lo contestaron. El Porsche destruido. El timbre del móvil, ladridos, y las sirenas de las ambulancias acompañaba a la Tellado, "que estaba tan tranquila, disfrutando de esa calma, de un amor que ya pasó"; su bolero, su épica.
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