Saturday, January 23, 2016

Myriam Bedolla, y el revés de las cosas

La nieve vino a buscar a Myriam. Fue por medio de Roy y Carmen -y toda la gente de un programa de formación de maestros bilingūes para párvulos en CCNY, mediados de los setentas- que conocí a Myriam. Su estudio era un taller, un salón, mise-en-scene de los últimos años del SoHo de arte en vivo. Allí jangueabamos y de allí subìamos hasta mi casa y seguíamos jangueando con los temas, libros leídos, exhibiciones de arte vistas, mis poemas concretos, joyas esculturales, pro y anti anti los antis y cosas -¡a saber de qué  hablábamos o fumábamos!-, gozadas, revolcadas, discutidas, o subíamos a su casa o a la casa de alguien -¡qué se puede esoerar de los setentas!-: explorábamos, junto a Myriam, entretejíamos la vida con el arte. En su caso, ese vivir atrapaba todo: sus piezas de bisutería, esmaltes, pinturas, medios mixtos, su escuela: emblema internacional, su trabajo como directora de una institución extraordinaria, un centro de aprendizaje y enseñanza donde muchos aprendimos a aprender, fijarnos en obras como en estudiantes. Mirar con Myriam era un entrar en lo de enfrente con un ojo o dos o tres o cuatro, y de ahí en adelante, no se volvía a ver el enfrente de igual manera.  Con ella descubrías el revés de las cosas.

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