De la fábula al cuento folklórico no hay muchos grados de separación. Se informan mutuamente y cambian de acuerdo a distintas coordenadas históricas. Desde los relatos antiguos y sus finales crueles hasta los adaptados por los románticos y sus finales felices, las leyendas, fábulas, cuentos tradicionales han ajustado sus asuntos y personajes; amoldándolos a las exigencias de cada época y entorno.
Más la crítica de los relatos folklóricos, las leyendas, y de la tradición oral a la cual pertenecen los mismos, se ha enfocado en su carácter moralizante, sus intenciones didácticas, por estar cargados de adoctrinamiento. Lo que este enfoque crítico no cubre es la función, más allá de lo moral, que dichas narrativas juegan como medios que recogen y describen los recovecos y dinámicas sociales, políticas, económicas de las sociedades donde se ambientan los mismos.
Al margen de las letras oficiales se da una literatura oral que sirve como espejo, reflejo de lo que se puede hacer o no frente a las culturas y poderes oficiales; en respuesta a las violentas imposiciones colonizadoras que los poderosos -sean reyes o sacerdotes, burgueses o intelectuales- tratan de ejercer sobre los pueblos. Cada lobo, urraca, cuervo, pitirre, zorra, uva, guaraguao, puerca con joyas, leñador, ruiseñor, babalawo, princesa, esclavo fiel, esclavo irreverente, santo, hada, espíritu aparecido, apóstol, madrastra vestida de bruja, manzana, culebra, ifé, guanín dice mucho más que los conceptos pre-digeridos a los que han sido reducidos los contenidos de esos cuentos, fábulas, parábolas, pataquíes, leyendas. Los dioses no perdonan tan fácilmente.
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