Recuerdos cuyas historias perdían importancia frente a los sentimientos fundamentales, los más básicos - amor, odio, miedo, deseos carnales -, seguían dentro, muy dentro, activados por un mensaje cibernético, un feliz día de San Valentín, una llamada imprevista, un rechazo de la mano, un disco: "Recuerda que tan sólo de verme tú temblabas".
Recuerdos que despiertan el placer que se siente cuando el otro te desea, y quieres que así sea porque también lo deseas, la deseas, en "la calle en que nos vimos", o que "sin esperarlo", obligan a revivir el rechazo y las ganas de vengarse, el rencor que se siente, suprimido por la resignación o despecho: "Si me quisiste así, pobre de ti si es que ahora tratas de olvidar".
Recuerdos que en el peor momento obligan a experimentar de nuevo un miedo crudo, un terror a que después de pasar "la tempestad quedarán sobre la calma un inmenso vacío", o "un corazón hecho pedazos", y que solo puedan ser recogidos en un bolero, una historia de amor, sus dos amantes, el Porsche destruido.
Ni el coche, ni nosotros o ellos, ni las tormentas invernales del norte o las lluvias y vientos australes -aquellas substancias que le dan cuerpo a los sentimientos que guían los boleros- logran desplazar el deseo de amar o de odiar, ni tampoco son capaces de rellenar el espacio que deja la ausencia de quien una vez fue el ser amado, ni pueden explicar ese sentimiento que arropa el alma: el delirio
"Delirio" cantado por los Tres Ases, servía de fondo al cuadro que pintaba la tormenta invernal en Manhattan y al otro bolero que vivía la muy templada y asertiva protagonista postrada en una cama de un hospital en Punta, logrando que "esa pasión que atormenta el corazón" desarmara al escritor en el norte y derrumbara todas las defensas de la tellediana mujer de ojos color turquesa y largas acicaladas uñas color rojo subido; llevando a ambos a aceptar que pudieron haber sido engañados.
- ¿Por qué me pediste que viajara? Yo que estaba tan tranquila.
Los Tres Ases acompañaban al autor y la protagonista en su encierro, en su sentirse incapaces de vivir el uno sin el otro, la otra, en creer "si no estoy contigo mi bien no soy feliz", aunque en medio del vacío tuviesen que aceptar que "todo fue un sueño", un fracasado empeño en amar de nuevo, abrazar y sentir los besos de fuego; en ser "la ola que te envuelve en la bruma y te disuelve en la espuma".
Un sueño, un delirante sueño convertido en canción, esta vez fue interpretada por René Barrios. ¿O era la voz de la Lucy Fabery la que se oía desde la carretera que va de Montevideo a Punta? No, fue la propia voz de Sylvia Rexach la que dijo: "Y de noche mi corazón te nombra....Triste maldición".
El Porsche, destruido.
https://m.youtube.com/watch?v=SnehCdzWinY
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