Un reloj no marcaba las horas, detuvo el camino, "el tiempo en sus manos"; de no ser así, si sus agujas comenzaban a moverse al ritmo de la sensual melodía, los amantes, el autor, los oyentes, aterrorizados, temerosos de que solo les quedara esa noche para vivir el momento, el único, "solamente una vez amé en la vida", hubiesen enloquecido. Pero no fue así.
El éxtasis musical, estético, sexual, narrativo se fundieron en múltiples e inigualables orgasmos explosivos.
Una noche perpetua, un tierno inicio, lento preludio, eterno e interminable placer sexual, con sus caricias, besos, erecciones y deseos en crescendo, compenetraron a los amantes, al autor, lectores, y a todos nosotros, que no podemos separarnos.
Un bolero profundamente meloso, pegadizo, detenido en el tiempo; olvidaba las agujas. Dentro del bolero, y al lado del reloj, ellos gemían; adoraban la seda de las manos, los besos que se daban; exploraban cada espacio, órgano; convertían al otro, la otra, en partes de sus almas.
- ¿Por qué me acostumbró a todas esas cosas?
- ¿Quiénes iban en camino a Punta?
- ¿Por qué me acusan de ser la culpable de todas sus angustias?
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