Thursday, April 6, 2017

EL MASAJE DE LAS MANOS CON BUENOS MODALES

El escritor, vecino de los anfitriones, fue testigo junto a la visita alemana de esta lucha de clases por asuntos de los buenos modales. Solo fueron testigos porque ni al escritor ni a la alemana los impresionan los falsos protocolos.

Uno de los personajes era un proletario que se vio obligado a aprender el manejo de los buenos modales en la mesa; rígidos comportamientos que eran usados por el segundo personaje -su amante burgués, izquierdoso de salón- para continuar el control sobre el pobre venido a clase media. El ex proletario nunca pudo superar su dependencia de otros personajes y de los mecanismos que se usan para controlar a los que como él se prestan para que los dominen, incluidos qué cubierto agarro frente a qué plato.

La mano izquierda sobre la falda era una copia exacta de una de las niñas pequeño burguesas americanas que estudiaban con la muy americana Miss Prim and Proper, y para nada reflejaba la educación ni los modales que aprendían las estudiantes de la Maggie Smith en "The Prime of Miss Jean Brodie", y su muy europeo uso de los cubiertos, con ambas manos agarrando el cuchillo y tenedor. Cuando la visita alemana vio por primera vez al hombre de casi cuarenta años con aquella manito sobre la falda, preguntó - cinismo puro - si él ponía la mano allí para recoger las migajas.

Sonreír ante el comentario fue la mejor respuesta. Los incómodos movimientos de labios fueron seguidos por un postre y luego, una vez fregados los trastes, la discusión del cuento de Tennessee Williams sobre el deseo, la relaciones de clase y raciales entre un hombre blanco y un masajista negro. El cuento sirvió como principio del desenlace, el destape, la ruptura con los buenos modales. Al otro día, el proletario dio su primer paso: se negó a poner la mesa.

-Coman ustedes que yo me sirvo luego-: dijo el proletario al vecino escritor, a la visita alemana, y a su amante burgués.

El escándalo formado por la gritería, entre el amante burgués y el ex proletario por lo de comer o no juntos, sobre la visita alemana, el escritor y amigo vecino, el "yo no soy cocinero tuyo, no soy sirvienta tuya, no soy, no soy, no soy esto y aquello" terminó con la comida echada en la basura, los platos volando sobre la mesa, los reproches, los reclamos, cómo te atreves, eras un don nadie, eres, eras, eres, eras; y la visita mudándose a la casa del otro amigo gay, escritor solterón, donde se podían poner las manitos en cualquier sitio menos en ciertas áreas del cuerpo, a menos que fuese para un buen masaje de mutuo y consciente acuerdo.

Los deseos del masajista negro tennessiano y los del blanco que recibía el masaje no ofrecían otros espacios, otros caminos, otras faldas donde poner las manos excepto en los cuerpos de ellos dos mismos. La pareja burguesa-proletaria se separó. Por aquellas vueltas circulares tan extrañas que da la vida, el burgués siguió buscando novios proletarios y el proletario continuó poniendo su manito sobre la falda.

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