Thursday, May 14, 2020

CUARENTENA DE LA FE YLAS ESTADÍSTICAS

La fe de Santa Teresa de Jesús, “no hay aquí que temer, sino que desear”, empuja a creer lo que dicen sobre la curva que presenta el patrón que muestra el cambio en número de casos infectados por el virus: una vez llegue a su pico, se estabiliza y luego comienza a bajar. Solo empuja, porque la fe de Santa Teresa se fundamenta en creencias que trascienden las estadísticas y estas últimas dependen, en gran medida, de tener fe en la suerte y sus relaciones aleatorias. 

El Nuevo Dia reporta en primera plana que un reconocido médico sugiere que el número de infectados en Puerto Rico puede que haya llegado a su punto máximo: la cantidad de casos positivos ha ido disminuyendo. Un crítico le señala que se debe, quizás, a que, por causa de la sobrecarga de pruebas en los laboratorios, estos no han podido analizarlas todas, o que haya más casos asintomáticos que no han sido examinados. La fe en que el doctor está en lo correcto, que todo va estar mejor, se enfrenta a la suerte: se espera que los nuevos casos no den positivo y así comprobar que el doctor ha acertado.  

Por más que recojan los bordes de una posible verdad, las estadísticas nunca presentan todos los recovecos de lo discutido. Los organismos no responden de igual manera cuando se enfrentan unos a otros, sino, a mucho más que a las relaciones causales entre dos factores distintos. “Yo sé que ‘association is not causation’, pero según los datos recopilados hay una asociación positiva entre calor/humedad y menos casos por millón de COVID-19”. (Luis Amed Irizarry Quinter0. 80grados.net, 4/2/2020) El calor humano no puede ser medido. 

Una niuyorkina super controladora, que, incluso, cuando está perdiendo un argumento apela a postulados y teorías para la cuales no tiene ni evidencia ni fundamento, no podía dejar de insistir en que yo tenía que medicarme para combatir el vih. En un momento la paré de mala manera, y le dije: “Es mi cuerpo”. Después de sufrir por unos cuantos meses, rezar, talleres, visitas a santuarios, espiritistas, templos budistas, mantener la fe en fuerzas más poderosas que la ciencia y explorar curas, decidí que no me iba a tratar on la medicina ortodoxa, y que seguiría con la homeopatía, yoga, y mis nuevas preguntas sobre la/mi existencia. Treinta años más tarde, la fe ha podido más que las estadísticas. 

Berna González Harbour (El País, 3/4/2020) pregunta: “¿Cuántos dogmas abrazamos sin flexibilidad? ¿Cuántas capas de encierros estamos dispuestos a soportar? ¿Cuántos refugios frente al miedo se vuelven temibles cuando nos pretendían proteger?” Sobre el miedo era lo que una excompañera fascistoide de City College gustaba de alardear. De acuerdo a ella, yo le tenía miedo y me podía controlar. Ya me lo habían dicho y yo seguí apoyándola; por razones que ella no hubiese podido o querido entender. Su limitada visión del mundo, la colonialidad y la puertorriqueñidad no la dejaban abrirse al otras versiones de la vida en común. 

El miedo no era a ella. Era mi condición vital y mi relación estrecha con otra comunidad inmediata, que sufría aquella epidemia de los ochentas (a cuántos amigos no ayudé a cuidar, enterré), acompañada por el racismo y la homofobia. Me pregunto que haría hoy si supiera que está contagiada con un virus mortal; en qué refugio se ampararía. No tengo la respuesta, ni predigo que las estadísticas van a estar de su lado. Tampoco la veo entregada a la fe, porque la gente como ella y mi conocida niuyorkina no se atreven a depender de lo inexplicable por completo, aunque las estadísticas dejan cierto grado de espacio para la fe. 

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