Toda fila requiere disciplina y percepción clara, mantener orden y dejar suficiente espacio para respirar sin rociar al siguiente con las partículas que mueven el virus, de haber alguno en el ambiente. Frente a mí, un hombre cincuentón pierde sentido del ritmo, ensimismado no se mueve, no permite mantener seis pies entre ambos, se excusa, mueve de nuevo, abre los ojos, diciendo, exclamando con la vista,“qué locura”. Lo miro, muestro comprensión y algo de lujuria -”Papi, qué buenos estás. Se te perdona cualquier cosa”- con los míos; la mascarilla me cubre y controla la boca, nariz, cachetes. Pago, salgo. Afuera está él. Habla sobre lo de hacer fila, las mascarillas, la cuarentena, los bares cerrados, que me había visto por La Placita. Vive en mi barrio. “Parece que este muerto quiere misa”: pienso. No digo mucho, que voy de camino, que gracias, prefiero andar y así hago ejercicios, nos vemos. Siento un poder interior activado por el actuar responsablemente. Con la cuarentena como motivo y medio, lleno de placer por haber sido deseado, escojo estar enclaustrado.
Thursday, May 14, 2020
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment