"MONTREAL — Contradicting the idea that the stigmatization of being gay or lesbian carries extra stress or health issues, a new neuroscience study from researchers at the Université de Montréal and McGill University shows sexual minorities who have come out are in better mental and physical health than heterosexuals or people whose sexual orientation is still a secret." *
Los ojos saltones radiaban soberbia, sus labios apretados controlaban la burla, el “¡ay chus!” que tantas veces oí en la escuela, en la calle. Décadas atrás, hubo momentos cuando si iba al cine, entraba antes de los demás asistentes para evitar oír el “¡!ay chus!”. Evitaba la calle principal por temor a oír el “¡ay chus!”.
Aquella pariente no era la única. Hoy, otra pariente con ojos pequeñitos, codiciosos, al no poder defender su robo de herencias, también usa mi homosexualidad para contraatacar mi crítica a su falta de escrúpulos. Sus parentescos no les dejan sentir compasión, y menos deseos de aceptar que yo no había escogido ser homosexual. Imposible dejarle saber que ya a la temprana edad de diez años sentía una extraña atención hacia los varones y que a los catorce reconocí lo que era y que solo una fuerza sobrenatural podía quitarme aquellos deseos.
Nada fácil para un hombre gay el haber tenido que crecer en una sociedad donde era motivo de burla, palizas, señalado como culpable. La biblia, sus complejos de beatos y su auto nominarse cristianas no sirven de nada cuando el asunto tiene que ver con la sexualidad. Parábolas como la que habla sobre la samaritana y la compasión de Jesús son conveniente citadas, muy parecido a los políticos que citan fuera de contexto. Sus biblias son textos donde no existen las contradicciones ni tienen una historia. La posibilidad de que, de ellas haber nacido en los tiempos del antiguo testamento, hubiesen sido esclavas y justificado por sus biblias no pasa por sus mentes. Sus soberbias y codicias son más poderosas que su capacidad para conocer y crecer.
Es admirable ver tantos hombres y mujeres de mi generación, la que creció antes de la liberación y discusión pública sobre este tema, que han podido sobrevivir sin suicidarse. Callando y pretendiendo ser lo que no eran, jugando el juego de los hetero-normativos, estudiaron, trabajaron, ayudaron a levantar el país, rodeados de una opresión sicológica, verbal y en muchos casos, física. En mi pueblo contaban la historia de unos hermanos que trataron de quitarle la “patería” a un muchacho de unos catorce años, hundiéndole un tizón en el ano. La gente lo contaba sin sentir ira, rabia ante el abuso. Como si hubiese sido la inspiración para la canción “El Gran Varón”. Este joven luego se mudó al notorio barrio La Quince, Santurce, prostituyó y luego murió de sida.
Hoy, durante la placentera vida de un jubilado y mi tercera edad pudiese retirarme tranquilamente a escribir relatos con finales felices, versos existenciales e intimistas, a sembrar flores en el jardín, y a callar aquellos temas a los que tanto miedo le tenemos. Callar sería claudicar. Callar sería permitir que sigan los abusos, la alta tasa de suicidios y adicciones entre jóvenes adolescentes con orientación homosexual. Callar implicaría reprimir para pretender que soy feliz y que estoy bien integrado en mi cómoda vida de pequeño burgués. Callar le da placer a muchos, incluyendo a los parientes homofóbicos y a los reverendos que amenazan a los líderes gays pro-derechos humanos, pero no a los que no debemos callar.
*http://www.montrealgazette.com/health/Coming+health+benefits+study/7885132/story.html#ixzz2JNFflzDA
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