Eugenio María de Hostos
El grado y discusión pública que se estaba llevando a cabo en algunas ciudades de los EEUU y Europa estaba en ciernes en el Puerto Rico de los ochenta; y la generación madurada antes de los sesenta vivía con los temores y criterios de aquellas anteriores épocas. Todavía no existían en Puerto Rico grupos con la fuerza política como las que se encontraban en Nueva York, San Francisco, Toronto: desde las más radicales (Act-up) hasta las religiosas (Dignity), las revistas ezpecializadas (la excelente Body Politique canadiense), El clandestinaje de aquel grupo, en la fiesta antes mencionada, era contrario a la discusión seria de la homosexualidad y al respeto hacia los hombres y mujeres gais. Atentaba contra la dignidad de cualquier ser. Alli todavía no había llegado el “matar al dios del miedo”.
El discurso que plantea la homosexualidad como un estado de la condición humana que debe ser explorado más allá de la moralidad judeo-cristiana; un estado que se transforma en el grupo, la cultura, en cada uno de nosotros; que los homosexuales no escogen serlo; ciudadanos responsables que aportan al bienestar de sus comunidades no había llegado hasta el grupo en aquella fiesta. En otros lares, el que nadie se entere, o ser muy partido, o catalogado como un enfermo sexual, eran temas que estaban perdiendo su vigencia como valores, expectativas, tipos y estereotipos negativos de la de homosexualidad, transformando su antigua función. Son ahora temas que sirven para criticas los discursos heteronormativos, desligados de las fijaciones, los calabozos mentales y culturales; temas que estaban siendo subvertidos para convertirlos en caminos a explorar, a enriquecer el conocer lo humano y todas sus manifestaciones. No en aquella fiesta, allí la mayoría de aquellos cincuentones y sesentones seguían atemorizados, estancados, protegiendo sus cuerpos, sus egos: reflejo del miedo a los controles que ejercían/ejercen los heterosexuales,
Tres décadas más tarde, en otra fiesta en el San Juan del siglo XXI, una muy liberada madre decía sin miramientos que cuando su hijo le confesó su homosexualidad, lo único que le preocupó fue que se fueran a burlar de él. Allí frente al joven hijo, estudiante universitario, la pareja del hijo, y otros amigos mayorcitos, se discutía el tema con una libertad y el respeto que hubiese sido imposible oír hace treinta años.
-¿Cómo me veo? - me preguntó uno de los asistentes, un querido amigo sesentón, que decidió soltar sus trenzas y salir del closet.
- Exacta - le respondí, en femenino, con el humor y transgresión que caracteriza la brillante e ingeniosa sub cultura gay. Ni miedo ni vergüenza acompañaron la respuesta; una aceptación del ser distinto sin ser nocivo.
Mi amigo sonrió; sabia que a esa edad no se es tan exacta como cuando se tenía veinte o cuarenta años menos. Nos reímos porque caminábamos la vereda de la libertad, y es esa la que nos permite estar “exactas”.
Lo gay no es absolutamente un estado sexual, es también un estado de ánimo, un derivado y variación de las otras culturas. Espejo de la otredad dirían los nuevos contenidos estructuralistas, post modernistas.
Y juntos, no bajamos de dos en dos, en grupo,, caminamos a cenar temprano. Temprano, con la conciencia tranquila, que a esta edad el cuerpo te lo pide.
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