Don Juan Carlos, emperador de Las Antillas, dueño y señor de la mulatería, la negrada, el mestizaje, los pocos aindiados que quedan, la jinchera, y de todas las demás razas puras de estas islas, patrimonio cultural de la tierra es lo único que recuerdo del discurso que dio quien me acompañaba y me introducía a un público que no tenia caras, en el sueño que tuve anoche. (Solo yo sueño con ser emperador de Las Antillas. Ni Carpentier con sus delirios de grandeza lingüística, machista, soñó con ser emperador; soñó emperadores y con aspirantes a emperadores, pero no ser emperador. Otro escritor se burló de aquellos que bordean los emperadores, ¿ el que dijo “sus mis cocolos de negras caras” y pronosticó que los herederos letrados se iban a convertir en condes de la mermelada por las calles antillanas?)
Mis sueños concuerdan muy bien con la evolución de mi personalidad. No es que quiera ser emperador.
Tanto concordar me lleva al deseo de armonía que tanto busco, y que si no hubiese sido porque me vi obligado a dejar mis planes de hacerme modisto y mudarme a Nueva York, quizás no lo hubiese emprendido.
El clima provoca, y África central tiene el mismo clima del Caribe; ese clima caliente donde nos criamos. A nuestros padres jibaros del cerro nunca les provocó la costa con un clima tan caliente las veinte y cuatro horas del día, los desanimaba. Nuestros padres eran de las frescas y brumosas montañas de Jájome, del Caribe montañoso. Jíbaros, gente en una isla que no usaba el mar, gente que disfrutaba de la frescura de la tarde y sembraban la tierra. Nunca se integraron al nuevo entorno. Mis hermanos y yo no, siempre nos sentimos más urbanos.
En África, la religión fue lo más difícil de entender. Yo sé que mi desarrollo es inevitable. Ahora, este desarrollo no ha sido orgánico, ha sido forzado. La religión también se desarrolla, también lo sé, pero en África, ambos chocamos.
Mi etapa (aquella donde estaba, ya que ahora, como resultado del viaje al África, estoy en otra etapa) y los signos de la religión en África no concordaban, provocándome un desconcierto, un estado de desequilibrio Piagetiano, un despojo a lo Yeya la curandera. (¿Ves que cito y cito; y meto los paréntesis dentro de los párrafos? Es que evoluciono dentro de la escritura misma en un solo texto.) Bien pesado que fue este sentimiento de desequilibrio, pero fue bonito, un alivio existencial, lograr la transformación de esos sentimientos durante el desconcierto que causaron los signos de la religión en África, que no son los mismos signos de la religión con la cual yo me crié en mi pueblo, y mucho menos los signos religiosos de los jibaros en Jájome.
Ese pueblo que mira hacia el sur, el Caribe, no es África, a pesar de lo africano que puede ser, especialmente en cuestiones religiosas. A ese pueblo que siempre mira hacia las otras islas, lo conocí mejor en África. Ese pueblo por donde se paseaba Tembandumba de la Quimbambas, ese pueblo de donde salió una de nuestras cantantes nacionales. (Esa muy atrevida nena, durante una celebración de la cultura puertorriqueña en Nueva York, habló de nuestra herencia hispánica; cuando ella era más prieta que el fondo de un caldero. Lo mismo dijo un escritor bastante obscurito, diva internacional, en Madrid, y los españoles aturdidos, a lo bolero de la Rexach. De todas maneras, ¿qué tiene que ver lo prieto con la conciencia y los signos mal entendidos?
Y para no aburrirlos más con este cuento, en Nueva York vendí los espejos por mucho dinero.
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