Sunday, March 10, 2013

Fragmento de la novela Radio Transistor. Terranova Editores, 20011


  La Voz de las Valkirias

Otro domingo más. Otra tarde de verano en el Nueva York de escándalos y ruidos multi sonoros, otra vez caminando por la Quinta Avenida, extasiándose frente a los grandes almacenes: Saks, Berdorf and Goodman, Lord and Taylor. Otra tarde de buen gusto, de maniquíes y ropa de última moda, de emocionarse ante los nuevos equipos de discos compactos, que la llevaban a niveles de placer inmensurables junto a su música preferida, hasta de pronto encontrarse pasmada, sobresaltada y tiesa frente a lo que le parecía era un tipo de música parecida a su compañera de siempre, la marchas, pero a la vez, distinta: tocaban La Cabalgata de las Valkirias.

El mismo día y en el mismo sitio donde chocó con un joven parecido al que apareció en la fotografía publicada por el periódico El Diario de Nueva York, bajo sospecha de haber cometido una serie de asesinatos en San Juan de Puerto Rico, Carmelita oyó por primera vez la música que conformaría la tercera etapa en su desarrollo musical. Desorientada por el golpe que le propinó la frente del joven, acompañada por las trompetas y el coro que le servían de fondo, aterrorizada por la idea de ser acusada de estar al tanto de la trayectoria de un criminal, indecisa ante el llamar la policía o quedarse callada, con el corazón volcado ante el dilema en que se encontraba, entró a la tienda, y no como lo hacía en otras ocasiones, cuando se tomaba su tiempo, revisando equipos, discos, precios, diseño y calidad, caminó directamente hasta la dependienta y compró la nueva versión de la ópera de Wagner.

Ni el joven, ni la voz de la soprano, ni la cara de asombro de la mujer encuernada del anuncio que promovía la venta de la versión en disco compacto de la Sinfónica de Viena, dirigida por Sir Georg Solti, se le habían ido de la mente. Una vez llegó a su casa, abrumada por la incertidumbre que le causó su encuentro con un posible criminal e incapaz de decidir el próximo paso, se recostó en su cama vestida con sábanas color de rosa, fundas de almohadas bordadas por mamá, rodeada de cortinas con volantes y copias de cuadro de Botero, a escuchar, en su nuevo equipo toca disco compacto, las trompetas, el coro, y la soprano interpretando La Cabalgata de las Valkirias, y al hojear el último ejemplar de la revista Vanidades, quedó totalmente desconcertada cuando leyó el titulo de un artículo que discutía un tema vinculado a las experiencias que había tenido durante el día: De Día a Día con Nuestras Hadas Madrinas, excelentes ideas sobre la función de los mitos y los súper héroes en la resolución de problemas existenciales, psicológicos y sociales.

Con un lenguaje sencillo y cotidiano, a través de ejemplos tomados de la literatura folclórica latinoamericana y europea, la escritora del artículo ofrecía consejos y ejemplos de como usar la vida de los personajes y tramas de la narración oral, cuentos, canciones populares o leyendas para enfrentar y resolver los asuntos del diario vivir. La autora comparaba estos consejos con los usos que distintos escritores, artistas, músicos y compositores le habían dado a estos mitos y arquetipos para presentar el desarrollo y desenlace de novelas, cuentos, dramas, comedias u operas como hizo Wagner en la teratología de El Aro de los Nibelungos.

Buscar en su diccionario las definiciones de términos que desconocía la llevaron a darse cuenta de que cualquier situación conflictiva tenia solución, desde los más críticos, como las guerras, hasta los domésticos, como los de la vecina del apartamento 4B, que hacía rato había terminado sus quehaceres y la estaba observando por la ventana que daba a su dormitorio, deseosa de descargar su aburrimiento.

—Que mucho te gusta leer —fue el comentario cargado de deseos de hablar de cualquier cosa, de interrumpir su día de trabajo casero, de sacar a Carmelita de su estado de incertidumbre.

—Hay que educarse —contestó Carmelita.

—Yo no tengo tiempo —le dijo la vecina.

—Hay que sacarlo —le respondió Carmelita, seca y cortante, con la esperanza de que la otra se diera cuenta que ella no quería seguir hablando para poder continuar leyendo. La cara de nena vulnerable y sonrisa de bonachona de la vecina la convencieron de que lo mejor era seguir con la conversación.

—En los momentos cuando me siento abrumada por preocupaciones, leo y sueño con irme a una isla, pasarme una temporada vacacionando entre sus playas, comer de noche en los mejores restaurantes, meterme a un casino y jugar, apostar sin tener que preocuparme por la cantidad de dinero que gastar, sin pensar en los problemas de la vida. Sería feliz. Cuando veo por televisión las promociones de viajes al Caribe, sueño con ser una turista. Que rico deben sentirse los que hacen esos viajes tan fabulosos. Por eso disfruto tanto de Corín Tellado, porque son gente que viven sin preocupaciones de dinero. Me encantaría vivir así.

—Nena, y a quien no, te entiendo. A mí me encantaría vivir así. Pero yo, ni soñar puedo. Con cuatro hijos en la escuela y el sueldo de mi marido, que no me da ni para ir a Coney Island. Tú no te puedes quejar, ¿qué preocupaciones tienes?

—Sobre eso, después te cuento. Pero por ahora, sueño con darme el lujo de unas vacaciones en el Caribe.

—¿Dónde? ¿En Puerto Rico?

—¡Ay no! En Puerto Rico están mis tías. Yo no quiero ir a meterme a Ponce a oír cuentos de viejas encerradas detrás de rejas porque le tienen miedo a los pillos. Uno va allí y lo que oye es que si los pillos, que si los extranjeros, que si quieres dulces abrillantados, que si vamos al mall. ¿A qué? Para pasarme la vida oyendo bobadas me quedo aquí. Por lo menos, aquí, cuando me quiero despistar, me voy por la Quinta Avenida y me siento como si fuese una mujer rica. No, yo quiero ir a un sitio como San Martín o San Bartolomé. Cada vez que las anuncian por televisión me transporto con el anuncio y a tomar tragos exóticos en sus playas, conocer hombres guapos.

—Esos sitios, ni sé donde están. Si te oye tu mamá le da un ataque.

—Muchacha, no se lo digas.

—Oye hablando de televisión. ¿Tú viste las noticias el otro día? En Puerto Rico y aqui en Nueva York están matando patos,

—No digas, patos. Se dice gays.

—¿Gays? Patos, y no de los que sirven para fricasé, las locas. Según la reportera, la que anuncia desde San Juan. ¿Cómo se llama?

—Marcela Pujol.

—Esa misma. Pues dijo que se sospecha que los asesinos se vinieron paran Nueva York. Salieron bajo fianza y se vinieron para acá. ¡Qué cosa!

—Aquí los atrapan. Porque aquí la policía no come cuentos.

—Nah. No cogen na’. Son tan iguales de farfulleros como son los de allá.

—No creo. Mira lo rápido que agarraron a los que mataron a la hija de Luisa.

—Pero claro, Luisa se les presentó con medio barrio y los politiqueros del Bronx; les montó un piquete frente al cuartel de la policía. Los tenía que no los dejaba sentarse. Lo que pasa es que la gente les tiene miedo y no se atreven hablar.

—No todo el mundo.

—Verdad es. Ayer, la Pujols esa, entrevistó a una señora que era vecina del muerto, muy fina ella, y dijo de todo. Yo no entiendo como es que hay gente que se atreve servir de testigos.

—¿Qué tú harías, de saber que hay un criminal en tu vecindario?

—No sé. Se lo diría a mi marido y que él se encargue. Después de todo él es el jefe de casa. Aunque, imagínate que se enteren y me lo maten. O a mis hijos. No. Creo que me callaría. Allá la policía.

Carmelita optó por oírla y hacer preguntas abiertas a múltiples contestaciones. Una vez más su decisión de ser la que guiaba la conversación, actividad que manejaba a la perfección, gracias a los ejercicios sobre el buen conversar programados en serie, publicados mensualmente, le permitían no ofender a sus vecinas ni exponerse a que interviniesen en sus ideas ni preocupaciones. Oía y hacía preguntas hasta que el olor a arroz quemado entró por la ventana y cambió el estado de ánimo de la vecina, quien, al sentirlo, se excusó y corrió a la cocina para asegurarse que no era el arroz que ella tenía sobre las hornillas. No regresó. Carmelita volvió donde las valkirias.

Comer y rezar el acostumbrado rosario, acompañándolo con Las Valkirias, lograron un sentido de integración completa, de armonía psico-corporal, y de claridad mental con carácter de revelación, un estado parecido al que sufrió con el 1812 de Tchaikosky, y sin perder la conciencia, cayó en cuenta que ella podía ayudar a esclarecer el crimen. Sus lecturas sobre psicología le habían enseñado a aceptar nuevos retos, crecer y a estar consciente sobre su crecimiento. Carmelita se movía hacia nuevos planos, acompañada por voces de mujeres coronadas con cuernos. Se sintió aliviada. Bajó del estado casi catatónico con el último Ave María Purísima. Dio gracias a Dios por su ayuda, y continuó oyendo a Wagner.

Su sonrisa de placer espiritual, etéreo, se difundió a través de las caras de su mama, las otras tres vecinas, las del 4B, 4C y 4D, coro del rosario, sin pecado concebidas, todas empezaron a sonreír suavemente, la del 4B soltó una pequeña carcajada, la del 4C la acompañó, la del 4D pujaba por no reírse demasiado fuerte y la del 4B las sacó del risueño coro.

—Lo más seguro los capturan cuando los encuentren con lo que se llevaron del apartamento.

—¿De qué tú hablas, mujer?

—De los jóvenes que acusaron del asesinato en el Condado en Santurce. A ellos no les tienen pruebas, excepto que los vieron por el apartamento el día del crimen. Yo estoy segura que quien asesinó al otro joven se llevó algo del apartamento y por ahí lo cogen.

—Por Dios, acabamos de rezar un rosario y tú sales hablando de cosas malas.

—¿La prueba de qué?, le preguntó la del 4C.

—De que esos dos pobres diablos no son los asesinos —contestó la del 4D.

—¿Y qué se pudieron haber llevado?

—Un aro, no sé, prendas, algo valioso, de oro.

—¿Y si ellos son los asesinos, aunque no se hayan llevado nada?— medio preguntó la del 4B.

—Pues ellos son.

—Vamos a dejarnos de conversaciones tontas que yo quiero oír la radio.

—¿Cómo dijo que se llamaba? Sí, si la oigo. Un vez más. Doña Carmen Socarrás. ¿Doña Carmen, en qué podemos complacerla?

—Joven.

—Gracias por lo de joven.

—Todo es relativo. Mire Machito, lo estoy llamando desde mi hotel aquí en Nueva York, aunque vivo en Puerto Rico, y allá se oye su programa, grabado, claro, no en vivo.

—Ven mis queridos radio-oyentes, radio la concha no tiene fronteras. Un miembro más de la gran cadena Latino Waves. Dígame Doña Carmen.

—Mire Machito, lo estoy llamando porque usted acaba de mencionar que el alto índice de la criminalidad en San Juan se debe a los inmigrantes extranjeros que hoy abundan por el país. Me parece bien irresponsable culpar a los extranjeros por todo lo malo que pasa en cualquier país. Los problemas de este país tiene más que ver con la moral que con los inmigrantes. Después de todo, al igual que aquí, en Puerto Rico, el que más o el que menos desciende de inmigrantes. Sobre el caso al que usted se refiere existen bastantes conjeturas.

—Doña Carmen, perdone que la interrumpa pero vamos a complacerla con una canción de la inigualable Iris Chacón. Voz y caderas. No se vaya de la línea.

—No, no se preocupe.

—Gracias por esperar. Doña Carmen, algunos de mis mejores amigos son extranjeros. Perdone si la ofendí. Dígame sobre ese el crimen.

—No, yo no soy extranjera, soy puertorriqueña pero de la isla, no hablo español como los puertorriqueños de Nueva York, pero soy puertorriqueña como usted. Así que no tiene que disculparse. ¿Por eso fue que me sacó del aire? Déjeme decirle que yo fui la señora que descubrió el cadáver, o por lo menos quien llamó a la policía, y estoy consciente de que de que allí entraban lo mismo extranjeros que locales y norteamericanos. Que conste que todo esto se lo dije a la policía pero ellos no quisieron hablar más conmigo porque les dije que los dos muchachos de quienes ellos sospechaban, a quienes luego acusaron de ser los criminales, no podían ser los asesinos puesto que ellos eran los que menos ruidos hacían cuando visitaban el apartamento y, aunque parecían medio chusma, no tenían caras de ser violentos sino más bien parecían estar confundidos. Usted sabe la cantidad de gente joven que andan viviendo de sueños.

—Gracias, por llamarnos. Tengo una pregunta, ¿por qué me llamo para contarme esto? La llamo más tarde porque se acabó la canción que estábamos transmitiendo y tengo que volver al aire.

—Y ese sabroso merengue que acabamos de oír fue interpretado por el grupo de mujeres mas calientes de toda Latinoamérica, Mili y los Vecinos. Y ahora a otra llamada. Su nombre. Carmelita Martorell, del Bronx. ¿En qué podemos complacerla?

—No llamo para que me complazcan. Le quiero decir También que...

—Como no. Espere un momento y ya la atendemos. Volvemos a nuestro día dedicado a las mujeres. Continuamos con la voz única de Mona Bell.

—Gracias por atenderme. Mire, mis vecinas y yo estamos oyendo su programa y nos parece que quizás esos muchachos no cometieron el crimen y los están acusando sin la policía tener pruebas suficientes.

—Gracias, por darnos su opinión tan siempre apreciada, junto a todo el Bronx, Brooklyn, Manhattan, el noreste de los Estados Unidos y el Caribe, y sus lindísimas vecinas oyendo el programa de más audiencia en todo el noreste, sur centro y el Caribe de los Estados Unidos.

—No se vaya que mis vecinas...

—Un placer complacer a tan lindas damitas.

—Si, yo soy la vecina....

—¿Y cuál es su cantante favorita? Ya que hoy es el día dedicado a las mujeres.

—A mí me gustan todas. Cualquiera está bien.

—Gracias, Señora. Ponga otra vecina para así complacerlas a todas.

—Hola, Machito. Estoy tan emocionada. Yo siempre quise llamarlo. ¡Ay, que emoción!

—Que bolero le gustaría oír para que acompañe esa emoción tan genuina y abarcadora.

—A la Sofy, en Tierra de Nadie.

—¿Quedan más vecinas?

—Sí.

—Su voz es voz de actriz de televisión. ¿Cómo se llama?

—Mire si mi marido se entera, me mata. Pero nosotras queremos dejarle saber que aquí todas creemos que ese crimen no lo cometieron esos muchachos.

—¿Cómo lograron llegar a un juicio tan contundente?

—Mírele la cara de pazguato que tiene ese muchacho.

—Gracias por su llamada y las complaceremos con...

—No cuelgue el teléfono que...

—Soy yo, Carmelita, de nuevo. Yo vi el muchacho en Nueva York.

—Ahora mis queridos radio oyentes. Nos vamos a unos comerciales.

—¿Dónde lo vio? Puede hablar tranquila, estamos fuera del aire.

[—En una tienda en Manhattan, por la Quinta Avenida.

—Perdone Carmelita, que tengo otra llamada.

—Hello. ¿En qué podemos complacerle?

—Con nada Machito. Soy yo. Me vas a matar. Es que, como te dije, Papo y Tita se están quedando aquí y Papo salió en el periódico, acusándolo de un crimen. Él dice que es inocente y el pobre no tiene donde irse.

¿Qué hago? Dime.

—Gracias, Carmelita, por su llamada.

—Por ahora, no hagas nada. Dile que ya alguien lo vio en la calle, y lo reconoció.

—¿Cómo lo sabes?

—La persona que acaba de llamar. Que se queden ahí hasta que yo llegue. Que no salgan.

—Ya salió de nuevo.

—¿Es bobo o se hace? ¿Para dónde se fue?

—Es que él no sabe que salió en el periódico. A la Calle Cuarenta y Dos, Según él, a despejar su mente. Tita está aquí.

—Tampoco sabe que en la calle lo van a reconocer inmediatamente. Cuando regrese, que espere a que yo llegue.

—Machito, yo no sé qué hacer. Ellos no me habían dicho nada del crimen.

—Claro que no te iban a decir nada. No le digas nada a más nadie. Te veo después.

—Carmelita, pero, ¿usted está todavía en el teléfono?

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