Wednesday, March 13, 2013

Divertimentos: La Carreta al revés en busca de otra Ítaca

En marzo del 1887 nació mi padre en un campo en la región montañosa de Cidra, Puerto Rico. Estudió durante el régimen español su primaria, y luego hasta un grado que pocos para aquella época lograban, el octavo. Pudo haber sido uno de los miles de maestros que formaron parte de la activa escolarización que el nuevo gobierno llevó a cabo a principios del siglo veinte.

De Jájome a Guayama, otro jibaro que se movía y aspiraba a subir de clase. Se fue de dependiente en un colmado enorme, a la entrada de la antigua central Aguirre, en un histórico edificio de dos pisos, hoy abandonado, mampostería, arcos y galería para proteger del sol, cuatro anchas y algo ovaladas puertas de dos hojas en metal. Por aquellos entonces no tuvo que enfrentarse a papagayos con ínfulas de intelectuales, los que hoy repiten peligrosos estereotipos, describiendo lo qué es o no es un jíbaro del cerro, ni tuvo que leer cuentos costumbristas, escritos o estudiados por aquellos que nunca tocaron danzas en cuatros, cantaron un seis, hilvanaron unas cadenas mientras movían las carretas.  

El viejo dejó Aguirre para seguir caminos, dar más vueltas por el mundo; el mundo más allá de Jájome. Las tierras comprendidas entre Cayey, Salinas y Guayama fueron su Ítaca, y en una época donde el pie o las carretas eran los medios de transportación por excelencia, la tierra explorada entre los cerros y la costa era una geografía bien amplia y diversa, distinta, vista a través de su curiosa mirada, ojos llenos de chispa y su gusto por el buen vivir.

De Jájome al Puerto de Jobos, los vecinos y parientes le despidieron a puertas abiertas, y el saludo de aquellas épocas, con la palma de la mano hacia adentro, abanicando, le dijo al viajero, adiós y buen ir.

Sus cuentos sobre cómo llegó y lo que encontró en el Puerto de Jobos tenían el mismo tono y sentir de cualquier relato de viajero contemporáneo. No contó relatos sobre lo que los soldados de la segunda guerra encontraron en el puerto de Hamburgo o en Marsella, ni tristezas sobre los que inmigran, lo que muchos han convertido en el perenne lamento borincano. Otros personajes e historias de puerto sedujeron al joven dependiente en un almacén de Aguirre. A los diecisiete años, trabajó, subió y bajó “jaldas”, conoció nuevos comercios y gentes. Junto a Eros se desnudó ante las hijas de Tembandumba, culipandeando por la calle antillana..

De Jájome a Jobos hay un largo trecho, a pie o en carreta, y, a veces, a caballo.

 

2 comments:

joseantoniosantos said...

Mi abuelo Juan Cartagena trabajó en Aguirre, y también "se desnudó ante las hijas de Tembandumba".

gerardo torres said...

Mi padre, tu abuelo, y a saber cuántos más. Esas carretas y caballos cargaron muchas alegrías, placeres y logros, hasta cierto grado, negadas por las letras oficiales o canónicas.